Si hay algo que los periodistas saben hacer es ofender a la gente. Los buenos periodistas saben cómo evitarlo y se cuidan de evitar los términos racistas, los ataques personales y la denigración de individuos. Los malos periodistas con frecuencia ofenden sin querer, contraviniendo la ética profesional. Los peores periodistas, un grupo en el que a veces se encuentran las eminencias de la profesión, hieren a la gente voluntariamente. Y de todas esas personas, ninguna puede ofender a tantas personas de una sola vez como un caricaturista.
En materia de potencial de destrucción, pocos elementos periodísticos pueden compararse con una caricatura venenosa. El hecho de que las caricaturas antisemitas del Stürmer nazi circulen aún en Internet, 70 años después de su creación, da fe del poder de este género. En estos últimos tiempos una nueva forma de caricaturas antisemitas ha comenzado a circular en Europa. Pero en el caso que nos ocupa, los semitas no son judíos. Los dibujos daneses que representan al profeta Mahoma tienen grosso modo el mismo mensaje: la mayor parte de los musulmanes son árabes y la mayor parte de los árabes son potenciales portadores de bombas.
Este mensaje es obsceno. Es racista. Insulta la fe de aproximadamente una de cada diez personas en este planeta. Profana la libertad de expresión para convertirla en la libertad de alimentar el odio. Como consecuencia, numerosos rabinos han expresado su asco ante estas caricaturas y eso los honra. Sin embargo, cuando se han debatido las cuestiones de libertad de expresión que esto encierra, numerosos comentaristas musulmanes no han podido evitar las alusiones contra los judíos. «En Occidente, se descubre que los límites de tolerancia moral varían y no se aplican de la misma forma según el grupo», escribe el periódico panárabe Asharq al-Awsat. «Si las caricaturas danesas hubieran representado a un rabino judío, nunca hubieran sido publicadas».
Es cierto, en el Medio Oriente todo el mundo promueve el odio hacia el otro. Nosotros los israelíes lo hacemos en nuestro país como nuestros primos musulmanes lo hacen en los de ellos, pero este caso de las caricaturas nos deja una lección: no se puede combatir un incendio con bombas incendiarias. No se puede borrar el insulto de un periódico quemando la bandera de su país, profanando así el símbolo de todo un pueblo. No se restaura el honor del Islam y de su profeta blandiendo –como en Londres– pancartas que llamaban a masacrar a los que se burlan del Islam y paseándose disfrazado de kamikaze.
Es justo y apropiado señalar a los responsables de todo esto, pero el hecho de hacer responsable a todo un grupo de las acciones de un pequeño número tiene un nombre: racismo. El hecho de ser víctima del racismo no inmuniza contra este virus. Por mi parte, condeno al periódico Die Welt, de Berlín, por haber publicado estas caricaturas innobles pero estoy de acuerdo con el texto que acompañaba los dibujos. «Daríamos más importancia a las críticas musulmanas si no fueran tan hipócritas. Los imanes no dijeron nada cuando la televisión siria, en horario estelar, presentó a rabinos como caníbales bebedores de sangre».
Ha’aretz(Israel)
Diario de referencia de la izquierda intelectual israelí. Propiedad de la familia Schocken. Tirada de 75,000 ejemplares.
«The New Anti-Semitism, cartoon division», por Bradley Burston, Ha’aretz, 6 de febrero de 2006.
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