En la Argentina el escritor o bien es un lujo de la burguesía o bien un desterrado político, dentro de una sociedad que, en el fondo, todavía comparte el espíritu del Larousse de comienzos de siglo que para ejemplificar la palabra famélico utilizaba justamente la figura del escritor.
Los primeros sirven y se sirven del sistema en aparente oposición a él, apuntan al éxito (un podrido valor burgués) por encima de cualquier cosa y a menudo terminan en París o Barcelona, dentro de esa pequeña aristocracia de las letras por la que se chiflan los Edwards y los Donoso. Y conste que no me refiero a Cortázar, a quien respeto.
En nuestro país, ese insaciable afán de notoriedad ha terminado por convertir a algunos de nosotros en celebridades del espectáculo más que en escritores y del mismo modo que la gente está acostumbrada a oír que nueve de cada diez estrellas usan jabón Lux de tocador, hoy está obligada a creer que el escritor es una especie de "Mister Exito" porque la prestigiosa autora Fulanita de Tal transporta su genialidad en el nuevo Fiat 128 o se soba su arrugado pellejo con la crema humectante "Large bird".
A los otros, los que no sirven ni se sirven se los condena al silencio, o a las revistas literarias, que es casi lo mismo porque aparecen y desaparecen con tanta velocidad que uno, a lo sumo, es nada más que eso: un aparecido.
¿Cuáles escritores considero relegados? A escala americana por ejemplo, a Arguedas, a Guimaraes, al propio Rulfo. Entre nosotros, a Moyano, a Di Benedetto, a Blaistein. Añadiría a Gelman si no fuera que lo tiene merecido por ser tan buen poeta. Pero prefiero no empeñarme en una lista porque al olvido de los otros sumaré el mío propio y así la injusticia que tratamos de reparar será todavía más grande.
Solo deseo destacar que en esta Feria de Vanidades he encontrado a menudo compañeros que por su humildad, coherencia y lealtad me han servido de alto ejemplo. Y me permito mencionar una vez más a Mario Benedetti, cuyo bien ganado prestigio no necesita de mi bombo, Mario que nunca tiene a mano un librito para dedicamos, atormentado por el destino de su patria y de sus compatriotas, especie de ministro sin cartera y aun sin país, el cual siempre encuentra un poco de tiempo para un inédito y para un desesperado y esa limpia sonrisa para el amigo.
Esta vez no hablo de Daniel Moyano, escritor, albañil, violinista y para colmo riojano, porque van a terminar por pensar que exagero tanto como él.
# Fragmento de la entrevista que le hiciera Juan Carlos Martin Real para la revista
Crisis, número 16, año 1974.
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