Los que saben escuchar los sonidos de la selva misionera saben que se viene una tormenta que arrancará del fondo de la tierra colorada y amenaza con ser devastadora de tanto cinismo, indiferencia y desprecio contra los chicos.
Las abuelas contadoras dieron el aviso. Y entre los bosques cerrados que todavía perviven a pesar de la voracidad del sistema que ordena desaparecer la naturaleza, el anuncio se hace presente en sueños y silbidos, en apariciones luminosas y en huellas pequeñas de cuatro dedos que parecen avanzar hacia las grandes ciudades de la región.
Desde los tiempos de los guaraníes hasta los mensú, las nenas y los chicos misioneros son protegidos por el duende rubio que habita entre los árboles de ese verde colosal e insondable, cercano a las cataratas de fantasía.
Le llaman el Yasi Yateré y tiene distintas representaciones.
La más usual, dicen las abuelas contadoras y los sabios oyentes de las señales del aire, la tierra y el agua, sostiene que se trata de un enano de larga barba blanca, bastón luminoso y ojos profundos y de risa fácil y contagiosa.
Aparece siempre cuando alguien se olvida un chico. Y se lo lleva al interior del monte.
Después lo devuelve y con los años, la piba o el pibe en cuestión se convierte en una especie de oráculo viviente.
Hasta muy entrada la década del ochenta, todavía se escuchaban relatos del Yasi Yateré, yendo y viniendo, siempre marcando la necesidad de cuidar, respetar, mimar y jugar con las chicas y chicos nacidos en la tierra colorada.
Por eso dicen que ahora viene la tormenta.
La necesaria contraofensiva de los seres sobrenaturales de la cultura popular misionera contra tanto desprecio y saqueo que se devora a los chicos.
Fue el director de una escuela, la número 850 de Eldorado, doscientos kilómetros al norte de Posadas, la capital misionera, el que contó la condena que sufren las chicas y chicos del lugar.
La palabra que desnuda el tamaño de la agresión contra los protegidos por el Yasi Yateré.
"Algunos chicos en sus casas comen la goma espuma de los viejos colchones para engañar el estómago. Esta situación la informé al Consejo General de Educación, más precisamente al encargado de los comedores. Recibí como respuesta la incorporación del dinero, unos 27 centavos para darle la copa de leche a los chicos. La mala alimentación no les permite a los chicos estudiar. Es imposible que retengan conceptos. Cada vez se nos hace más difícil dar clases en esta situación", dijo el maestro, Nelson Arzamendia, al intentar compartir la indignación que supone semejante cantidad de dinero: veintisiete centavos para gambetear el hambre al que se somete a muchos de las chicas y chicos de una tierra rica, pródiga y generosa hasta la exageración.
El descubrimiento se produjo cuando se vieron restos de goma espuma en la materia fecal de los más chiquitos.
Para un diputado provincial del radicalismo, Pablo Andersen, la denuncia del director de la escuela de Eldorado: "Conmueve lo más profundo de nuestro ser; más allá del asombro y hasta de crueldad, porque los niños de esa escuela, de la que se plantea como el tema más importante su infraestructura, comen goma espuma de colchones viejos para engañar el estómago", sostuvo ante distintos periodistas de la zona.
Por eso las abuelas contadoras saben que más temprano que tarde asomará una tormenta que vendrá del fondo mismo de la historia.
Una larga marcha de enfurecidos Yasi Yateré que vendrán por las noches y asaltarán los feudos de los indiferentes para que recuerden la vieja consigna de la tierra roja: proteger a las chicas y chicos para no perder la vida en su totalidad.
# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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