En la actividad periodística existe una frontera difusa entre situaciones y experiencias que caracterizan nuestro trabajo. Un número significativo de periodistas suele clasificar separadamente las del orden “laboral” (salarios, condiciones de trabajo, precarización, etc.) respecto de aquellas de naturaleza “profesional” (deontología, libertad de expresión, autonomía de conciencia, etc.)
“La cultura periodística”, no es una pieza suelta dentro de la “tabla de valores” que hegemonizan en la sociedad. Y es afectada por las contradicciones que se dan en la relación de dominación y resistencia en el contexto económico, político, social y cultural.
Sin temor a exagerar, en los últimos 20 años y, fundamentalmente en la última década, del mismo modo en que el neoliberalismo instituyó la falsa idea en torno a disociar la economía de la política, hacia el interior del campo periodístico predominó el criterio de disociar la profesión de la política y de la ideología.
Esta creencia construyó y reconstruyó relatos supuestamente “objetivos”, de apariencia apolítica y desideologizada.
Las crisis cíclicas acerca de la credibilidad de la sociedad respecto de la tarea periodística, se expresan casi siempre en conflicto de intereses, donde “neutralidad” y “objetividad” adquieren carácter de eufemismos, mucho más en niveles de tensión extremos. Por caso, cuando hombres y mujeres acorralados por las injusticias sociales, son mostrados como parte del espectáculo mediático.
De reflexiones y acciones
En los artículos de esta misma publicación, que refieren a los distintos modos de paritarias entabladas en los medios para lograr recomposiciones salariales justas, va también abriéndose una agenda donde se sitúan aspectos de nuestra profesión que no pueden ser clasificados como secundarios o por debajo de las reivindicaciones materiales. Se trata del modo en que se manifiesta la precarización extendida en la actividad periodística, comprometiendo los más elementales principios de la ética profesional y social.
De esta dimensión, tan esencial y cara a la historia de los periodistas en nuestro país como en la región latinoamericana, hablamos a lo largo de los distintos debates que se sucedieron en el I y II Congreso Mundial de Periodismo y Comunicación, realizados en 1998 y el años pasado.
Entre esos aspectos que fueron tratados por miles de periodistas–trabajadores de prensa de los distintos medios, y que hoy se ensamblan en las discusiones e intercambios en cada asamblea, reunión o debate profesional, se sitúan los que refieren al modo en que se editan los diarios, al verificarse cómo la matriz editorial está comprometida más que nunca con el área de marketing.
Política que también se extiende a la producción de contenidos para televisión; en un proceso paulatino y sistemático de desjerarquización profesional: con ausencias, entre otras cuestiones, de categorías de comprensión que permitan un salto cualitativo en la interpretación rápida y acertada de todas las variables que intervienen en la realidad, ya sea para informar u opinar. Estamos hablando, además, de una organización del trabajo que tritura y coloca al límite los más elementales tiempos humanos.
Más violaciones
Se agregan a esta larga lista, el traslado a los colectivos de trabajo de la competencia empresarial mediática; el desplazamiento hacia los segmentos del entretenimiento de la programación periodística televisiva, la ficción como discurso periodístico de lo real; la existencia de políticas empresariales que, con anuencia, a veces, del Estado, desconocen la condición de periodistas de productores, cronistas y movileros, con el objetivo de violar, por vía elíptica, bajo el falso argumento de los costos laborales, la aplicación del Estatuto del Periodista Profesional.
Violación que se da, también, con la omisión deliberada e interesada de los indiscutibles factores intelectuales –profesionales- que intervienen a la hora de editar o redactar una página Web, trasladando forzadamente esta calificación a la órbita comercial o meramente técnica.
De la mercantilización de la actividad y de los imperios tecnocráticos, se desprende la falta de rigurosidad en las investigaciones periodísticas; la ausencia de chequeo de fuentes informativas, la descontextualización en el tratamiento de las noticias, y la utilización como mano de obra barata de los becarios y pasantes, omitiéndose que el objetivo es pedagógico y muchas veces incorporados a las redacciones con la conformidad de centros de estudios o universidades.
A las violaciones se suma la reutilización de una misma noticia en distintos formatos, desconociendo el derecho intelectual o de autor; el tratamiento hacia el colaborador o free-lance como una empresa unipersonal, despojado de un colectivo de trabajo y con altos costos para alimentar su background, sus conocimientos y la recreación de los mismos.
Las agendas –gremial y profesional- no pueden ser disociadas, excepto cuando se cae en la trampa propuesta o tendida por las concepciones mercantilistas y profesionalistas.
Impedir las disociaciones absurdas y no renunciar a la verdad, ha sido, y es, la larga lucha de la UTPBA.
# Revista La Utpba de mayo de 2006.
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