El mundo evoluciona. La vida se complica. Todo el mundo tiene prisa. Tanta prisa que, camino al trabajo, uno puede olvidar a su hijo en el asiento trasero del carro y encontrarlo asfixiado ocho horas después. Imagínese usted si, con esa clase de prisa, habrá tiempo para leer el periódico.
Por suerte, la prensa se amolda al ritmo de los tiempos. Cuestión de capturar la atención esquiva de ese público siempre apurado, los diarios aprietan la noticia y afilan los titulares. Los expertos en mercadeo rinden un veredicto inapelable: presionado por los deberes y las expectativas, adicto a la adrenalina de la radio o al electrochoque del tele-reportaje, el reacio lector agradecerá un periodismo a la medida de sus necesidades.
Está claro que la lectura no es el pasatiempo favorito de las masas trabajadoras. Tampoco el de las ociosas. Se trata, entonces, de no espantar con excesos a esos escasos descifradores del signo escrito que se dignan a asomar el ojo más allá de los "shoppers" y los clasificados. Un texto demasiado denso podría causar indigestión ocular. Una sobredosis de lectura podría provocar un infarto cerebral.
El lector de periódicos, sentencian las encuestas, es una presa sumamente evasiva. Contrario al escritor, que combate la página vacía, aquel le huye a la página llena como el diablo a la cruz. Aquí entra en vigor la ley del menor esfuerzo. Para atrapar la prófuga pupila del leyente, el blanco siempre deberá predominar sobre el negro. Grandes espacios baldíos diluirán el espesor del texto. La imposición de recortes a la cuota establecida de palabras por artículo se convierte así en asunto de vida o muerte.
Los nuevos parámetros de la eficiencia informativa privilegian, por lo tanto, el resumen. Los editores seguirán el genial ejemplo de las Cliffs Notes, aquellos salvadores compendios de obras literarias que ahorraban a los alumnos largas y extenuantes horas de estudio. ¿Por qué tirarse al cuerpo una sesuda reseña, una crónica detallista o un reportaje exhaustivo cuando se puede asimilar, de un solo pestañazo, la síntesis ingrávida de la sustancia noticiosa? Cápsulas, tablas, recuadros y cintillos se aprestan a liquidar la parrafada agotadora.
Como en toda empresa humana, consecuencias imprevistas malogran las mejores intenciones. En aras de la brevedad y la precisión -consignas obligadas del redactor avezado-, es posible perder de vista la complejidad del suceso referido para incurrir en los pecados mortales del simplismo y la esquematización. La reducción del terreno de la palabra atentaría, en ese caso, contra la claridad del sentido o, lo que es aún peor, contra su alcance o su profundidad.
Nada de esto resultaría inquietante si no existiera, casi en el clandestinaje, otro tipo de lector. ¿Y qué de los amantes despechados de la palabra escrita? ¿Qué se reserva para esas flemáticas criaturas cuyo placer reside en el saboreo sensual de un relato regodeado? ¿Se excluirá del reino lectoril a los buscadores de pormenores y los catadores de estilos? ¿Se verán relegados al rango de pájaros raros los insatisfechos de la condensación? Quién sabe si, tras las huestes de los lectores estreñidos, se esconde una secta furtiva, hambrienta de buena prosa y estimulante reflexión.
En los proyectos de "make-over" periodístico, el encogimiento de la palabra se acompaña de un corolario inevitable: la expansión de la imagen. Frente a la competencia desleal de los medios audiovisuales, un rotativo que se respete tendrá que dar paso al protagonismo de lo gráfico. Sin duda, el tamaño y la frecuencia de las fotos aliviarán esa letrafobia galopante que se le diagnostica al lector. El resultado es agradable a la mirada: evoca aquellos libros repletos de ilustraciones que deleitaban nuestra infancia. La angustia de la página llena se anota otro triunfo: un diario para hojearse como una revista.
El perfil del ciudadano apremiado, ese que se atraganta el café puya para ir a afeitarse o a maquillarse en medio del tapón, amenaza con transformar la prensa escrita en mero listado de noticias. Si a ese peligro se añaden los de la frivolización temática y la proliferación publicitaria, cabría repetir, a fin de cuentas, la eterna pregunta del huevo y la gallina. ¿Será el lector quien hace al periódico o el periódico al lector?
Uf, setecientas veinticinco exactas. Si no ando pendiente, me paso de la cuota y adiós al "rating". Qué estrés, señores. Hasta la próx...
# Nota de Página 12 reproducida por el portal de la UPEC (Cuba)
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