La pena parece agrandarse con la certeza: la muerte de sus hijos, hermanos o amigos pudo evitarse, fue producto de la obediencia ciega que se impone en las filas del ejército, por absurdas o equivocadas que sean las órdenes que deben acatar los subalternos. Esos son los sentimientos que afloran en algunos familiares de los 45 soldados congelados en Antuco el 18 de abril, durante una travesía infernal de 28 kilómetros desde el refugio cordillerano de Los Barros a La Cortina, en medio del peligroso "viento blanco".
El dolor se agudiza y da paso a la ira, por sentirse doblemente humillados. Primero, porque perciben que la integridad y la vida de sus hijos no fue valorada, y luego, porque ellos mismos tampoco recibieron un trato digno de parte de los militares. "Como nosotros éramos de bajo nivel, de abajo, no nos tomaron en cuenta para nada", dice Rosa Fica, madre del conscripto Freddy Alejandro Montoya Fica de la compañía de morteros del batallón de infantería, al recordar la falta de información y las condiciones en que estuvieron a la espera de noticias en el gimnasio del Regimiento Reforzado Nº 17 de Los Angeles. Dormían sobre los bancos, muchas veces sin frazadas ni estufas. Sólo les daban café y más café. Incluso ella y otros padres piensan que esta bebida -y el agua de manzanilla que les ofrecieron en una ocasión- contenía algún tipo de tranquilizante para calmar los ánimos, pero sin preguntar si estaban o no dispuestos a ingerirlo. "No nos decían la verdad, nos daban esperanzas, pero era mentira. Lo que hicieron fue un asesinato", reclama con angustia.
Freddy había cumplido 19 años en febrero y era hijo único. Vivía en San Rosendo con sus padres. Su progenitor es trabajador de Ferrocarriles. "Mi hijo era muy alegre, buen deportista y tenía muchos amigos, pero también era muy reservado con sus cosas", recuerda su madre. Sus primos coinciden en que era bastante infantil, pero que se proyectaba con mucha fuerza hacia el futuro. Había terminado la enseñanza media en el Liceo Industrial Héroes de la Concepción, de Laja, y ansiaba trasladarse a una ciudad grande, como Concepción, en busca de una vida mejor para su familia. Quiso hacer el servicio militar pensando en que podría adquirir mayor capacitación laboral: había comenzado a realizar pequeños trabajos mientras estudiaba, para financiar sus necesidades y ayudar en la casa. "Yo era de esas personas que cuando estaba lloviendo y él llegaba del colegio, le tenía su ropa calientita en la estufa para que se cambiara. ¡Y ahora la muerte que tuvo!", se lamenta la señora Rosa. Le entregaron el cuerpo de Freddy cuatro días después de la tragedia y tenía las manos tan blancas y frías como la nieve. "A las cuatro de la mañana (del 18 de mayo) los hicieron cruzar un riachuelo de agua helada y tuvieron que seguir caminando con sus ropas mojadas -se conduele ella-. Los trataron como si fueran perros. Peor que eso, porque uno se preocupa de que los animales queden abrigados en la noche, que coman, que no se mojen... Para mí, no hay palabras que describan lo que hicieron. Ahora no le recomendaría a ningún niño que haga el servicio militar. Es preferible que vivan con la enseñanza que reciben en su casa y en el colegio, nada más. Lo digo de todo corazón".
El trabajador agrícola Justino Bizama, de Cabrero, padre de Jaime Alejandro Bizama Palma, comparte esos sentimientos, aunque inicialmente quería que su hijo cumpliera con el servicio militar obligatorio. "Ahora no creo que les den alguna formación. Son animales que trataron a nuestros hijos como a animales". Llamó por teléfono al regimiento cuando escuchó la noticia de "accidente" y de conscriptos "dispersos" en la zona de Los Barros, pero nunca le respondieron. Entonces viajó a Los Angeles. Cuando llegó al regimiento, a las 10 de la noche, "hicieron burla de mí. Yo llegué bastante alterado y le dije a un señor que estaba sentado ante un computador -con el teléfono descolgado- que quería información. No me tomó en cuenta, como si yo fuera un perro ladrando. Pasaron como 4 minutos y me preguntó: ’¿Qué desea, señor?’. Quiero información del soldado Jaime Alejandro Bizama Palma, de la compañía de morteros. ’Le tengo malas noticias, hay 5 muertos y 25 desaparecidos’, y siguió mirando el computador. Ese es otro dolor, ¿por qué no fueron más humanitarios?". La madre de Jaime es asesora del hogar y el matrimonio se quedó con una hija, ya casada.
Un niño inocente
Como Freddy Montoya, Osvaldo Alexis Contreras Hidalgo también era un niño alegre y estudió en el mismo liceo industrial de Laja, donde se especializaba en electricidad. Comenzaba a cursar el cuarto año medio cuando fue reclutado para hacer el servicio militar en el batallón de morteros, a pesar que tenía asma -usaba inhalador-, problemas nerviosos que se reflejaban en un tic que lo hacía pestañear constantemente y dolencias en las rodillas. Por eso, a su madre, Dominica Hidalgo Hidalgo, no le gustó la idea de que se enrolara, prefería que terminara la enseñanza media. "A pesar de los problemas que tenía, lo dejaron al tiro ’adentro’ porque era alto -medía 1.75 m- y fuerte. Pero era un niño y se le notaba en la respiración que era enfermo, se agitaba con cualquier cosa. En el regimiento le dijeron que los resultados de sus exámenes médicos los iban a tener recién en tres meses más", señala su tía, Herna Hidalgo, con amargura.
La familia Contreras Hidalgo vive en la última calle de Laja, localidad a una hora de Los Angeles. Ocupan una pequeña casa de madera protegida con viejas planchas de zinc. El padre, Osvaldo Contreras Contreras, es pintor de brocha gorda y está sin trabajo. Dominica es dueña de casa, tiene una dolencia cardíaca y depresión nunca superada desde que una hija de un año y cuatro meses falleció ahogada en el río Laja, a menos de dos cuadras de su casa. Eso fue antes que naciera Osvaldo. Ahora sólo les queda el hijo mayor, José, de 24 años, quien trabaja en Los Vilos en la misma actividad que su padre, pero que ahora busca trabajo en la zona para acompañar a sus padres.
A Osvaldo Alexis, apodado "Kika" desde muy niño -porque cuando pedía que le compraran un dulce u otra cosa rica decía "kica, kica..."-, lo distinguía su buen humor. "Siempre andaba con su carita llena de risa. Nosotros lo regañábamos, pero a él nada le molestaba. Tampoco era peleador con los otros niños. Desde chico le gustaba conversar con las personas mayores. Iba a la siga del papá a pararse en la esquina, donde se juntaban los hombres", dice la madre. Sus compañeros de estudios recuerdan su carácter afable, que lo hacía llevarse bien con todo el mundo. También hacía bromas y eran famosos sus dichos, que provocaban carcajadas cuando los sacaba a colación en el momento oportuno. "Era muy inocente y si alguien lo molestaba, nunca respondía con un combo, una patada o con groserías. Se reía no más", recuerda su compañero de curso Gerson Salazar. "Siempre fue tranquilo, humilde, era ’la guagüita del curso’ y todos sentíamos cariño por él", agrega Daniela. "Tenía mentalidad de niño", corrobora Juan Escobar, presidente del centro de alumnos del Liceo Industrial Héroes de la Concepción. Osvaldo Alexis trabajaba por temporadas, empacando mercadería en un supermercado o acarreando leña y así comprar sus útiles o llevar frutas y verduras a la casa. Sus amigos cuentan que era "amarrete" y muy cuidadoso con sus pertenencias. "Era el único que tenía lápices de colores en el curso, y todos con una marquita para que no se le perdieran. También usaba la goma amarrada al lápiz", recuerda riendo Claudia Jara.
A sus compañeros les sorprendió que "Kika" quisiera hacer el servicio militar y, más aún, que no lo hubieran rechazado por los problemas que tenía. "Le costaba correr, porque no flectaba bien las rodillas, y el tic era notorio", comenta Juan. Llevaba un mes en el regimiento cuando cumplió los 18 años, el 9 de abril. "Le llevé una torta y una bebida para tomarla entre los dos -dice Dominica-. Mientras le servía la torta le preguntaba si no estaba aburrido de estar encerrado en el regimiento -porque ahí están como presos, igual que en la cárcel-. Pero él estaba contento, encontraba los días cortitos y se entretenía con los otros soldados".
Muerto, vivo, muerto
Como ocurrió con todas las familias de los conscriptos, los Contreras Hidalgo se enteraron por los medios de comunicación que había habido un "accidente" en la montaña, no hubo aviso del regimiento. El nombre de Osvaldo estaba en la primera lista de cinco fallecidos. Su hermano José viajó de inmediato desde Los Vilos. "Cuando llegué al regimiento, llorando, me dijeron que fuera a ver a mi hermano a la capilla. Pero no estaba ahí. Al otro día apareció una hoja con los nombres de sobrevivientes que habían llegado muy temprano. Y mi hermano estaba en esa lista. ¡Cómo! Me fui con la hoja a la guardia y me la quitaron de las manos. Seguramente para que me calmara un poco, me dijeron que iban a ir a ver adentro. Al volver, me confirmaron que estaba muerto, sin más explicación. Ni siquiera fueron a ver a mi mamá, que estaba con ataque en el gimnasio".
En el liceo industrial, los compañeros de "Kika" se comunicaron apenas conocieron la primera noticia y se juntaron en la plaza de Laja. "A la mañana siguiente, cuando estábamos haciendo una velatón en el patio del liceo, llegó un compañero diciendo que Osvaldo estaba vivo, que había habido un error de información -relata Gerson-. Nadie sabía qué hacer. No hubo caso de comunicarnos con el regimiento. Entonces, el profe nos llamó a la sala y nos dijo que no nos hiciéramos muchas esperanzas, aunque si realmente estaba vivo, sería maravilloso. En la tarde supimos que había muerto. En un solo día recibimos esos dos golpes".
La familia recibió el cuerpo una semana después. "Nos vinimos de Los Angeles en una micro militar, sin escolta de militares ni de carabineros -señala Dominica-. La carroza iba adelante. Y en el camino hubo un accidente que hizo que un auto se estrellara contra la micro. Creíamos que era la carroza y todos nos pusimos a gritar, histéricos. Cuando nos calmamos, hicimos el resto del camino cantando canciones religiosas para que no pasara nada".
Como casi la mitad de las familias afectadas, los Contreras Hidalgo son evangélicos. Cuando llegaron a Laja, encontraron la calle llena de gente, a pesar de la lluvia. "Todos nos saludaban. Había botellas con velas, globos y cintas en toda la cuadra, y los estudiantes hicieron un pasillo para que pasáramos con el féretro... Es que Osvaldo era especial, era un angelito. No me puedo convencer... Parece que lo veo ahí -Dominica apunta al comedor- sonriendo y preguntando si hay pan para servirse".
Justicia, nada más
Los familiares no dudan en culpar del desasatre al mando más directo. Es decir, a los tres militares relevados de sus cargos por el comandante en jefe del ejército, Juan Emilio Cheyre, y que hoy están siendo investigados por la justicia militar: mayor Patricio Cereceda, a cargo la compañía de morteros, que dio la orden de marchar pese a las advertencias sobre las malas condiciones del clima; coronel Luis Pineda, segundo jefe del regimiento y coronel Roberto Mercado, entonces comandante de la unidad militar. Según el Ministerio Público Militar, podrían recibir penas de 541 días a 10 años de cárcel si se comprueba que cometieron los delitos de "incumplimiento de deberes militares, cuasidelito de homicidio y maltrato de obra a un inferior".
"Nosotros queremos justicia para que esto no se vuelva a repetir -dice José Contreras-. Diez años de prisión por la muerte de 44 conscriptos y un sargento es una burla para las familias. No alcanza a ser un año por soldado... y por una cosa pequeña a cualquier persona le dan cinco años". La indemnización ofrecida por el ejército a los deudos -2.890.912 pesos-, más un seguro de 3.188.835 pesos y pensiones vitalicias de 257.657 pesos-, casi les parecen un insulto. "Con plata no nos devuelven a los chiquillos", reclama José. En forma similar se expresan Rosa Fica y Justino Bizama.
También cuestionan el trato que se da a los conscriptos. José Contreras hizo el servicio militar en el mismo regimiento hace seis años. "Hicimos la misma caminata que mi hermano. No estaba nevando, pero la temperatura era bajo cero. Y no andábamos con traje especial, como dicen ellos -el ministro de Defensa, Jaime Ravinet, y representantes del ejército-. Solamente los usan quienes tienen grados: cabos, sargentos, capitanes, tenientes. Los demás, con ropa de combate: pantalón delgado, polera, cualquier chaleco, camisa y casaca. Es ropa vieja, porque la nueva sólo se la pone uno cuando sale de franco. Hasta las botas son viejas".
Antes de partir a la montaña, a las familias les enviaron una lista de implementos que tenían que comprar a sus hijos. En ella se incluían guantes especiales para la nieve, gorros, gafas, protectores para la piel, etc. También es normal que organicen "completadas", a las que invitan a los familiares, con la finalidad de juntar plata para comprar lo que les falta. "Si el ejército no tiene los medios, cómo los llevan a la cordillera -dice Justino Bizama-. Sólo los guantes cuestan entre 10.000 y 15.000 pesos, y muchos padres no tienen plata para comprarlos. Por eso creo que el mayor Cereceda no es el único culpable, hay otros, de más arriba, que saben el vestuario que debían llevar los niños".
Por su parte, José Contreras alude a su propia experiencia. No tenía muchas ganas de hacer el servicio, pero quedó seleccionado. "Más o menos al mes de estar adentro, me mandaron para arriba, a la montaña, sin preparación. También se hacían marchas con mochila y todos los implementos hasta lo alto del volcán Antuco. Es muy helado allí y las piernas como que no dan. Además, se pasan humillaciones. Se formaban parejas y si mi compañero hacía alguna embarrada, me castigaban a mí y a toda la cuadra. Por castigar no más. Mi familia no tenía recursos para ir a verme y en una oportunidad estuve un mes en Los Barros. Otros familiares llegaban en vehículos a visitar a sus hijos y les llevaban pollos asados, queques, harina tostada, chocolates y todo tipo de alimentos. Cuando se fueron, nos mandaron a poner toda la comida sobre una mesa. Los cabos y oficiales subieron a una escalera, sobre nosotros, y nos dieron dos minutos para comernos todo. Creíamos que era una broma. Pero tuvimos que hacerlo, atragantados, porque si no, nos castigaban. Después de hacernos limpiar la mesa, nos mandaron a correr con el estómago lleno".
Justino Bizama pidió asesoría legal a través de los medios, "porque la mayoría somos de escasos recursos. Muchos padres son de zonas rurales, y no queremos que estas muertes queden impunes". El senador Nelson Avila respondió a ese llamado. Así, alrededor de quince familias, entre ellas las de Osvaldo, Freddy y Jaime, se encontraron con el abogado Raúl Meza Rodríguez, quien encabeza a un equipo de ocho profesionales que las representarán ante la justicia. De momento, se hicieron parte en la investigación que encabeza el ministro en visita, coronel Juan Arab. Una vez acreditado el delito, podrán presentar una demanda civil contra el Estado.
Ellos "no están ni ahí" con los títulos como "héroes de la patria", que Cheyre le dio a los jóvenes sacrificados en Antuco, ni la variante de "héroes de la paz", utilizada por el presidente Lagos. Son mucho más que eso: son sus hijos
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