Mientras las fuerzas israelíes daban muerte a más de 300 civiles y expulsaban de su hogar a medio millón de personas en aras de erradicar el «terrorismo», una pequeña y amarga ironía histórica pasaba inadvertida la semana pasada en Israel.
Mientras las fuerzas israelíes daban muerte a más de 300 civiles y expulsaban de su hogar a medio millón de personas en aras de erradicar el «terrorismo», una pequeña y amarga ironía histórica pasaba inadvertida la semana pasada en Israel.
Los veteranos de otra organización «terrorista» se reunieron frente a las narices de las fuerzas israelíes, para celebrar la matanza de 91 personas, entre ellas 28 británicos, en un hotel de Jerusalén.
Recordaron con cariño los días en que plantaban bombas que volaron en pedazos a civiles en autobuses, mercados y cafés, introduciendo esas tácticas en el tango de Medio Oriente. Evocaron cuando rodearon a todos los pobladores de una aldea -251 hombres, mujeres y niños- y los mataron a balazos. Incluso celebraron la captura de soldados del bando enemigo a los que mantuvieron en cautiverio durante semanas hasta que finalmente los colgaron.
Y esta organización terrorista, ¿ha sido castigada con un bombardeo de la fuerza aérea israelí? Para nada.
El grupo se llamaba el Irgún, y estaba formado por nacionalistas judíos cuyos hijos ahora forman parte de la elite gobernante israelí. Durante las décadas de 1930 y 1940 plantó bombas por toda Palestina, tomando como blancos tanto a soldados británicos como a civiles palestinos. Tenía dos objetivos: expulsar a los imperialistas británicos y orillar mediante el terror a la población palestina a aceptar incondicionalmente la creación de Israel.
Es dudoso que Ehmud Olmert, el primer ministro israelí que ha declarado la «guerra al terror», llegara a condenar al Irgún. Pasó tres años de su vida en sus campos de adiestramiento, mientras sus padres contrabandeaban armas para la organización. Tzipi Living, la ministra del Exterior a quien muchos consideran la próxima primera ministra, es hija del director de operaciones militares del Irgún y orquestador de matanzas de civiles.
Civiles libaneses en sus viviendas devastadas por una ofensiva israelí en Sidón FOTO Reuters
Mientras la guerra en Líbano pasaba al primer plano de atención la semana pasada, los combatientes del Irgún sobrevivientes develaron una placa que marca el 60 aniversario de su decisión de volar el hotel Rey David. Si Olmert, Livni y el público israelí pudieran recordar su propia historia familiar de «terrorismo», serían capaces de ver lo inútiles que son sus actuales campañas militares contra los «terroristas» en Gaza y Líbano.
Cuando el pueblo israelí carecía de un Estado, una sección de su población tomó las armas y luchó por tenerlo... a menudo con tácticas terribles. Algunos incluso tuvieron sueños dementes de limpieza étnica. El pueblo palestino está exactamente en la misma situación hoy, alimentada y financiada por Hamas y Hezbollah.
Hace tres veranos conocí, en un frío y austero departamento de Gaza, a un grupo de jóvenes que se adiestraban para ser atacantes suicidas. Mientras hablaba con esos jóvenes marinados en rabia, me estremecía lo conocidas que me sonaban sus palabras. En ese tiempo leía La revuelta, las memorias de Menajem Begin, el comandante del Irgún que llegó a ser primer ministro de Israel por el partido Likud. «La sangre dio vida a nuestra revuelta», escribió. «Sólo cuando estás preparado a enfrentarte al mismo Zeus para llevar el fuego a la humanidad podrás alcanzar la revolución del fuego». Los presuntos asesinos suicidas decían: «Crearemos Palestina a sangre y fuego. Los judíos sólo entienden la sangre y el fuego».
Olmert y Livni necesitan preguntarse cómo habrían respondido sus padres, decididos combatientes terroristas, al bombardeo aéreo que Israel inflige esta semana. Los miembros del Irgún no dejaron de volar civiles árabes en pedazos porque los aplastaran barcos de guerra británicos y helicópteros Apache: se detuvieron porque el mundo les dio un jirón de lo que querían. No todo: ellos querían toda la tierra que se extiende entre el río Jordán y el Mediterráneo, pero transigieron para tener un Estado propio dentro de fronteras más limitadas.
Hamas y Hezbollah no pueden ser silenciados por medios militares. Puede que este año les destruyan su arsenal de cohetes, pero la renovada ferocidad de su odio garantizará que lo reconstruyan el año próximo. No se quedarán observando cómo sus hijos son reducidos a niveles de desnutrición cercanos a los de Africa, como ha ocurrido en Gaza, o mientras la tasa de muerte es de 10 a uno en su contra, como en Líbano.
La única forma de silenciarlos alguna vez será darles algo de lo que quieren, no todo. Los dos han acordado que si se da una solución real de dos estados a lo largo de la frontera de 1967, no volverán a lanzar un disparo hacia Israel. Quieren toda la tierra, limpiada étnicamente de sus enemigos, tal como los padres de Olmert y Livni querían hace 60 años... pero se conformarán con menos.
Sin embargo el gobierno israelí no ha elegido esta ruta de decrecer el conflicto y negociar con el fin de tener dos estados para dos pueblos en el estrecho jirón de tierra que están condenados a compartir. Ha elegido la guerra.
Y por eso, de aquí a 60 años, combatientes libaneses y palestinos se reunirán con orgullo en la ciudad de Gaza y en Beirut para develar placas en honor de los «terroristas» que mataron y murieron combatiendo a Israel esta semana. A este ritmo, mientras Medio Oriente se aleja aún más de la única solución sensata, la ironía histórica se volverá a perder.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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