Rosario, la mejor ciudad para vivir, dicen los carteles que saludan al viajero. En una de las entradas, por el sur de la otrora ciudad obrera y portuaria, estalla la postal existencial de una mujer chaqueña. Hortensia García tiene 66 años y vino del Chaco a la ciudad de Rosario, la Barcelona argentina, según sostienen los voceros del boom sojero, fuegos artificiales tardíos de los años noventa. Duerme en un pozo que cavó con sus propias manos y apenas tiene una lona para gambetear el viento y el frío pero que no puede aguantar el agua.
“En Rosario se vive mejor”, dice. Explica que lava autos o viviendas para ganar cuatro pesos. "No quiero volver al Chaco, acá me van a ayudar mejor", le dijo Hortensia a los periodistas. La mujer es abuela de una niña que tiene ocho años y pesa quince kilos. No hace mucho tiempo atrás, el intendente de la ciudad clamó para que gobiernos como el del Chaco hagan todo lo posible por mantener a los suyos dentro del territorio provincial.
Extraña recomendación del mayor responsable político de una ciudad que creció gracias a las migraciones internas que multiplicaron la riqueza a partir del trabajo que fluía entre los años cincuenta, sesenta y setenta.
Pero ahora esa ciudad ya no es. El corazón del viejo cordón industrial más importante de América del Sur después del de San Pablo, es ahora un corredor de cereales y derivados que hizo florecer el rubro de los servicios, los contratos eventuales y un mapa existencial en el que coexisten distintas ciudades, tan opuestas que parecen formar un archipiélago.
Islas de increíble bonanza económica e islas pauperizadas en donde las historias de Hortensia se multiplican más allá de las cifras y los pronósticos oficiales. Vivir en un pozo para Hortensia es una forma de insistencia. No hace más que repetir la travesía de miles de chaqueños que desde los años sesenta vienen hasta Rosario buscando vivir mejor después de soportar innumerables robos en su tierra de origen.
Pero si bien el camino al sur es algo arraigado en la cultura popular chaqueña, también es cierto que los horizontes son más inciertos ahora que antes. Por eso Hortensia experimenta en carne propia las contradicciones de los discursos oficiales. Boom de la construcción para algunos, para muy pocos. Departamentos de lujo para estrenar y precios altísimos de alquileres que un escaso número de personas pueden disfrutar y pagar, mientras que algunos, para sobrevivir, apenas pueden cavar un pozo y colocar una especie de cama para seguir insistiendo en eso que llaman vida.
Hortensia es una de las más de 121 mil personas que en Rosario padecen necesidades básicas insatisfechas, un universo demasiado grande que, sin embargo, no suele aparecer en las agendas de funcionarios nacionales, provinciales y municipales.
La mujer, cuando se mete en su pozo, mientras ruega que no llueva, se duerme soñando que ha llegado al lugar del que tantas veces le hablaron. Sueña que al despertar le irá mejor, que la ayudarán más, como suele repetirle a los periodistas. Lo que Hortensia no sabe es que aquella ciudad ya no es lo que era y que su deseo no está contemplado en los números del crecimiento rosarino.
# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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