El Líbano cargaba ya el peso de una exorbitante deuda externa antes del verano de 2006. Ahora tendrá que pagar también por los daños infligidos por la última ofensiva israelí. Sin abordar la cuestión de eventuales «daños de guerra», Damien Millet y Éric Toussaint, del Centro para la cancelación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM) subrayan el carácter ilegítimo de esta situación.
El Líbano acaba de vivir un mes de mortal conflicto. Más de 1 100 muertos durante los ataques del ejército israelí y sus operaciones ciegas. La tercera parte de las muertes corresponde a niños menores de 12 años. Alrededor de un millón de personas ha huido. Los sufrimientos humanos infligidos son indescriptibles.
La chispa fue la toma de dos militares israelíes como rehenes por parte del Hezbollah, milicia asentada en el sur del Líbano. Sin embargo, la respuesta del ejército israelí fue desmesurada. Sin lugar a dudas, el ejército israelí es un arma de destrucción masiva con el apoyo de los Estados Unidos.
El precario cese al fuego en vigor permite salir de la restringida esfera del presente para mirar un poco hacia el porvenir. Respétese o no el cese al fuego, tarde o temprano el Líbano debe reconstruirse. Por el momento los daños se estiman en 2 500 millones de dólares, 250 puentes destruidos y una marea negra provocada por el vertimiento al mar de 15 000 toneladas de fuel-oil (más que lo vertido durante la catástrofe del Erika frente a las costas francesas en 1999) y que ya han contaminado 14 km de costas.
Según cifras del Banco Mundial, mucho antes de esta guerra, el Líbano ya tenía una deuda colosal: 22 200 millones de dólares a finales de 2004 para 3,5 millones de habitantes. Esto representaba más de 6 260 dólares por habitante, sin contar la deuda interna que es de igual magnitud, lo que lo hace uno de los países de mayor deuda por habitante. En 2004, el Líbano pagó 4 400 millones de dólares por servicio de su deuda externa.
Desde antes de esta guerra el Líbano se encontraba en una situación financiera muy difícil. Sus acreedores (Francia y Arabia Saudita en los primeros lugares de la lista) se habían reunido en noviembre de 2002 en París para hallar una solución: en ese entonces prometieron 4 300 millones de dólares a cambio de una modernización del sistema fiscal y de una reactivación de las privatizaciones, de ahí que la deuda permitiera imponer un fortalecimiento de las políticas neoliberales, muy favorables a los ricos libaneses, a los acreedores extranjeros y a sus grandes empresas.
Ahora, para su reconstrucción, el Líbano recurrirá nuevamente a los capitales extranjeros, lo que implica un nuevo aumento de la deuda y nuevas medidas estructurales de ajuste económico que la condicionan. Así, el pueblo libanés tendrá que pagar muy caro en los próximos años las consecuencias de esta guerra infligida por Israel en violación de los tratados internacionales que rigen las relaciones entre Estados.
El pueblo libanés ya ha pagado una primera vez al dar su vida, al perder los libaneses a sus seres queridos, viendo destruidas sus casas, sus edificios, su infraestructura. No debe pagar una segunda vez desangrándose para financiar la reconstrucción. Ya Palestina sufre el terrorismo de Estado de Israel con un enorme costo tanto en vidas como financiero. Ya Irak sufre desde marzo de 2003 una agresión militar ilegítima por parte de Estados Unidos y sus aliados que dominan el país, imponen opciones neoliberales a su economía y el endeudamiento en beneficio de las grandes empresas transnacionales originarias de los países del Norte. Palestina, Irak y el Líbano deben pedir cuentas a sus agresores. Los movimientos sociales deben presionar a la comunidad internacional para que se avance en este sentido.
Para el Líbano, una posible solución reside en la inmediata cancelación de la deuda y en la creación de un fondo destinado a su reconstrucción, el que sería alimentado con los aportes de Israel y con una contribución de Estados Unidos que apoya y financia al Estado israelí. Sólo entonces se podrá hablar de justicia para el pueblo libanés.
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