George W. Bush es el presidente de Estados Unidos y, de hecho, emperador mundial. Wolfgang Priklopil, austríaco, era técnico en comunicaciones. ¿Qué hay de común entre los dos? La insanía de mantener personas en cárceles secretas.
Priklopil secuestró, en 1998, a la niña Natascha Kampusch, 10 años, y la mantuvo ocho años en una jaula subterránea construida en su casa de Strasshoff, suburbio de Viena. En aquel mismo año, terroristas atacaron embajadas de EE. UU. en Kenia y en Tanzania. Como Natascha, todos estos años fueron mantenidos en cárceles secretas de la CIA.
La joven austriaca, ahora de 18 años, hace días escapó de su secuestrador que, desesperado, se lanzó bajo una locomotora. El 6 de septiembre, al recibir en la Casa Blanca a parientes de las víctimas de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, Bush dejó escapar que 14 supuestos terroristas mantenidos presos “en países amigos” habían sido
transferidos a la base naval de Guantánamo, donde EE. UU. ocupa un área del territorio cubano al margen de las leyes internacionales.
Bush no tuvo siquiera el escrúpulo de esconder que sus cárceles secretas facilitan la tortura de los prisioneros. “La fuente más importante de información sobre donde se esconden los terroristas y lo que ellos planean son los propios terroristas”, dijo el presidente. Fue preciso
llevarlos a un ambiente “en el cual podrían ser mantenidos en secreto, interrogados por expertos y, en el caso de ser apropiado, acusados de sus actos”.
La existencia de cárceles secretas de la CIA en el exterior había sido denunciada por el “Washington Post”. Entonces, el gobierno acusó al periódico de perjudicar la lucha contra el terrorismo. Ninguna de las asociaciones defensoras de la libertad de prensa en Cuba protestó. ¿Se puede imaginar la reacción de los mass media internacional si Cuba ocupase un área en las costas de California para instalar una base naval destinada a ser utilizada como detención de supuestos terroristas?
ONU, gobernantes y parlamentarios europeos reaccionaron a la revelación de Bush. Exigen aclarar si entre los “países amigos” figuran los que integran la Unión Europea. La ONG Human Rights Watch acusa a Polonia, miembro de la UE, y Rumanía, que ingresará en 2007, de mantener cárceles de la CIA en sus territorios. Los dos gobiernos niegan.
Zapatero, jefe del gobierno español, respondió enfático las declaraciones de Bush: “La lucha contra el terrorismo sólo puede hacerse respetando el Estado de Derecho y la democracia. No es compatible con la existencia de cárceles secretas”.
Kofi Annan, Secretario de la ONU, se hizo eco de Zapatero: “No creo que se deban sacrificar libertades civiles para impulsar una lucha eficaz contra el terrorismo. ¿Si nos piden ceder nuestra libertad, nuestros derechos, a cambio de protección contra el terrorismo, estamos siendo protegidos?”.
Bush presiona al Congreso de EE. UU. a aprobar la ley que permita a tribunales militares juzgar a sospechosos de terrorismo, sin que los reos tengan derecho a la defensa legal y, en algunos casos, siquiera a estar presentes en el juicio. Los abogados de la defensa estarían impedidos de acceso a las acusaciones consideradas sigilosas.
En 2006, la Corte Suprema rechazó esa propuesta digna de Hitler y Stalin. Pero Bush todavía insiste en aprobarla, reduciendo su país al mismo ordenamiento jurídico anómalo que EE. UU. impuso a las dictaduras militares implantadas en América Latina en la segunda mitad del siglo pasado.
Mantener cárceles clandestinas es una antigua práctica de la CIA, que entrenaba a los torturadores brasileños. “Brasil Nunca Más”, libro que denuncia los crímenes de la dictadura militar, presenta un informe de las “casas de los horrores” donde presos políticos sufrían sevicias y muerte. La de Fortaleza quedaba próxima a una laguna, distante a una hora de coche de la capital. En Río, había una en San Conrado y otra en Petrópolis, en la Calle Arthur Barbosa 120. En São Paulo se situaba en Parelheiros, en cuya entrada figuraba la indicación: “Hacienda 31 de Marzo”.
Vivimos en un tiempo al revés. “Mensaleiros”(1) y sanguijuelas disputan elecciones hartos de dinero; corruptos notorios se destacan en las tribunas; la novela “Bellísima” enseña que el crimen compensa; la nación que yergue en su puerta la Estatua de la Libertad instala prisiones clandestinas, tribunales ilegales y censura a la prensa.
Wolfgang Priklopil era un monstruo que se arrogó el derecho de esclavizar una niña 26 años más joven que él. Se valió de su fuerza sobre un ser frágil para imponer su voluntad satánica. ¿Cómo calificar a un gobierno que ignora la ley para defender el orden, viola los derechos humanos para ofrecer seguridad, silencia a reos y abogados para instaurar tribunales y censura la prensa bajo el pretexto de preservar la libertad?
Todo poder tiende al abuso. Excepto cuando otro poder le obliga a reconocer sus límites. Nos resta, como ciudadanos y ciudadanas, asumir el poder que tenemos. Sólo así se perfeccionará la democracia y se evitará la barbarie.
Nota publicada por Alainet
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