Tiene a sus espaldas la primera guerra en el Golfo Pérsico, las aguas sucias de la crisis en torno a los rehenes norteamericanos en Irán, cuando EE UU sufrió el fracaso bochornoso, y la triunfante fanfarria en los despachos de Langley celebrando la retirada de los rusos de Afganistán.
Gates, de 63 años, ha visto de todo.
Recientemente, Robert Gates, ex director de la CIA (1991-1993), prestó juramento al Congreso como secretario de Defensa de EE UU.
No fue designado por el presidente de Estados Unidos, sino por la guerra de Irak.
La interligazón de esos dos acontecimientos salta a la vista. El fracaso de la campaña militar de EE UU en Irak obligó al elector norteamericano a devolver a los demócratas mayoría en ambas Cámaras. Al día siguiente el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld presentó resignadamente la dimisión. Además, el mismo día George Bush miró a su alrededor buscando una nueva candidatura y no vio a nadie más conveniente que Robert Gates, de cuyos méritos ha oído hablar a su padre.
En aquella época Gates dirigía la Universidad A&M de Texas, una de las mayores de EE UU. Pero lo más importante es que Gates pertenecía a la comisión independiente bipartidista de James Baker encargada de elaborar recomendaciones que permitan a Norteamérica largarse por las buenas del infierno iraquí.
En su informe publicado más tarde, la comisión calificó de "inviable" la actual política de la Administración norteamericana respecto a Irak. Sus autores, incluido Gates, ofrecieron comenzar a retirar tropas ya a principios de 2008 e incorporar a Siria e Irak a deshacer el nudo iraquí.
Como resultado, en la audiencia de ratificación en el cargo de secretario de Defensa, Robert Gates fue presentado como personificación de una política exterior más realista, "columbina", valga la expresión, especialmente con respecto a Irak, punto geográfico especialmente delicado para EE UU. De tal modo, Gates adoptó la postura de antípoda a los neoconservadores en persona de su predecesor, Donald Rumsfeld, y de John Bolton, ex embajador de EE UU ante la ONU.
Los idealistas se hacen ilusiones de que los entusiastas de la teoría del "siglo norteamericano" - es decir, reestructurar el mundo conforme a los clichés de los valores norteamericanos- abandonen sus posiciones en la Administración washingtoniana. Según ellos, esos teóricos se ven desplazados por los personajes más tolerantes y más susceptibles a la opinión de la comunidad mundial tales como Robert Gates.
Este último confirmó al parecer esas impresiones: causó asombro entre algunos de los senadores, cuando, a la pregunta de si Estados Unidos estaba ganando la guerra en Irak, respondió: "No, señor".
El nuevo jefe del Pentágono se apresuró a anunciar que comenzaría a ejercer sus funciones pretendiendo viajar muy pronto a Bagdad para consultar a los comandantes estadounidenses y escuchar su opinión imparcial sobre la manera de ajustar la estrategia en Irak.
Pero es difícil imaginarse el peor momento de tal visita. El Pentágono acaba de reconocer en su informe que, según datos estadísticos sobre los ataques de los rebeldes a las tropas norteamericanas e iraquíes, estos últimos meses ya se han registrado 1000 episodios semanales: record absoluto desde que hace dos años Irak proclamó su quimérica "soberanía".
Sin embargo, Gates no se siente desconcertado: viaja para aclararlo todo in loco.
Parece ser que la idea de lanzarse inmediatamente de cabeza al infierno iraquí en ebullición se le saltó de pronto a la mente del nuevo secretario de Defensa. El tono de sus declaraciones, antes razonable y abierto a consejos e innovaciones desde fuera adquirió matices tajantes, que hacen recordar a Rumsfeld. He aquí un pasaje de su discurso pronunciado en la ceremonia pública de juramentación:
"Todos nosotros estamos buscando el método que haga posible el regreso de los hijos e hijas de Norteamérica. Pero, según explicó el presidente, de ninguna manera podemos reconocer nuestro fracaso en Oriente Próximo. En la presente situación, el fiasco en Irak podrá convertirse en catástrofe capaz de imprimir huella imborrable en la historia de nuestra nación, torpedear la confianza de que goza nuestro país y por muchos decenios poner bajo amenaza la vida de los norteamericanos".
A raíz de ese estallido de énfasis patriótico es difícil esperar que Gates comience a cumplir de inmediato las recomendaciones de la Comisión Baker sobre la retirada de las tropas de Irak, a cuyo pie figura también su propia firma.
El nuevo secretario de Defensa es brillante funcionario público de alto rango. Pero parece que uno de los principales méritos profesionales de Gates es su asombrosa flexibilidad, permeabilidad a las circunstancias de entorno, su naturaleza polifacética que a lo largo de su extraordinario escalafón le conducía a la cúpula.
Robert Gates es el único norteamericano que ha recorrido el camino desde espía solitario hasta el puesto de director de la Agencia Central de Inteligencia. Consiguió mantenerse en altos puestos bajo seis presidentes, incluidos tan distintos como George Bush señor y Ronald Reagan.
Este último tuvo que revocar la candidatura de Gates presentada para el cargo de jefe de la CIA, ya que su protegido estaba mezclado en la harto conocida "causa Irán-contras ". En 1982-1986 Gates, entonces director ad interim del servicio de inteligencia, estaba al tanto de la secreta transferencia de dinero procedente de la venta de armas a Irán, a los fondos de los "contras", bandas armadas que intentaban derrocar el Gobierno izquierdista de los sandinistas en Nicaragua.
Ese "bombeo" de dinero fue absolutamente ilícito. Gates violó a conciencia las leyes federales. Pero en 1991 logró ponerse al margen de la investigación de ese escándalo sin haber manchado su uniforme, lo que atestigua de la mejor manera el fantástico don que posee el actual secretario de Defensa de EE UU, de esquivar sorpresas.
Actualmente, Gates ya comenzó a demostrar su rara cualidad. Se da perfecta cuenta de que los estudios académicos a título del informe de Baker nada tienen en común con la política de la Casa Blanca y del Capitolio.
Al ocupar el sillón de Rumsfeld, Gates cargó con su fardo. El nuevo jefe del Pentágono tendrá que presentar su "estrategia renovada" de la guerra de Irak a consideración del vicepresidente Dick Cheney. Nadie le quitó el timón al buen neoconservador viejo. Gates tendrá que prestar apoyo a Bush cuyo prestigio decrece, recurriendo al único método posible: seguir persuadiendo a los norteamericanos de que es necesario llevar a buen término la guerra de Irak.
Gates habrá de hacer muchas cosas más, lo mismo que hacía su predecesor.
Podrá suceder que como resultado de la transformación lenta, pero progresiva, el novato Robert Gates se convierta en Donald Rumsfeld harto conocido a todos nosotros. En todo caso, en Washington se ha divulgado la noticia de que sobre el telón de fondo de todo ese alboroto publicitario en torno al "ajuste de la estrategia" EE UU está incrementando el tamaño del Ejército en Irak habiendo enviado 25 mil soldados de Infantería más.
Al parecer, Estados Unidos ha subestimado el carácter polifacético del nuevo personaje del Pentágono.
Fuente: Ria Novosti, 21/ 12/ 2006.
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