Dejando de lado a los acartonados de traje y corbata, que seguramente se horrorizarían de imaginar un reportaje a Julio Cortázar, a ese hombre alto, flaco y con aspecto de pibe que nació en Bruselas y se crió en Banfield. A ese porteño que arrastraba las erres y gastaba sus tamangos por las veredas de París y Buenos Aires. A esa persona que se deleitaba jugando con el tiempo, llenando los espacios con seres fantásticos, que se cuelan en la cotidianidad de los días.
Los cronopios y las famas, esos seres fantásticos e indefinibles del autor, están aquí y uno de ellos revolotea hasta llamar la atención y acosa con preguntas. Quiere saber, por ejemplo, que pensaría Cortazar de la digitalización de los medios, de la globalización vía Internet.
Seguramente él le respondería:
“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
……Y entonces descubrí sus ojos, su cara. Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida pero mirando.
“Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.
“Sus ojos, sobre todo, me obsesionaban. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar.
“Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces….Eran larvas, pero larva quiere decir también máscara y también fantasmas… ‘Usted se los come con los ojos’, me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos…
“Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez más de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de un axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.” (del cuento Axolotl, en “Final de Juego”).
En eso interviene fama, circunspecta y seria, recuerda del escritor su actitud militante, su defensa intransigente hacia la revolución cubana, su admiración por el Che y por encima de todo su odio hacia el imperialismo yanqui. Fama quiere saber si las palabras son o se hacen y Julio, encendiendo el quinto cigarrillo, responde que “si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad... Sabemos muy bien cuáles son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras.
“Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor; seriamos, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos…
“Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como técnicas de infiltración es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manejo de servirse de los mismo conceptos que estamos utilizando aquí esta noche para alterar y viciar su sentido más profundo y proponerlos como consignas de su ideología. Palabras como patria, libertad y civilización saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus artículos periodísticos. Pero para ellos la patria es una plaza fuerte destinada por definición a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no esté dispuesta a marchar de su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos la libertad es su libertad, la de una minoría entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas altamente masificadas. Para ellos la civilización es el estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional…
“Por la muy simple razón de que nuestros enemigos han mostrado su capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocabulario que se presta como ninguno al engaño, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido más auténtico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores políticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas.
“Puede llegar el día en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en términos tales como individuo, como justicia social, corno derechos humanos, según que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo.
“Un ejemplo entre muchos puede mostrar la cínica deformación del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba …que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: Aquí Alemania, defensora de la cultura» La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración.
“Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestros días, cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa, puesto que desde los canales de televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones.
“Y así podíamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que como se puede comprobar cien veces, golpea a las puertas de nuestro propio discurso político con las armas de la televisión, de la prensa y del cine, para ir generando una confusión mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deberíamos hacerlo.
“La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra. (Las palabras, conferencia pronunciada en Madrid en 1981).
Esto que fue dicho hace más de veinte años no perdió vigencia reflexionó fama, e inmediatamente le invadieron las imágenes de Irak, los titulares de los diarios, llenos de palabras enfermas dirán, por ejemplo, “Bush enviará más tropas al Golfo”.
Los cronopios y las famas apabullados por tanta actualidad decidieron tomarse un descanso y por un tiempo (con ellos nunca se sabe) no perturbar a don Julio, que antes de despedirse quiere mandar un saludo a la gente de su país y recita al compás de la música:
“Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking, vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga, tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas, tango, coraje, viveza y elegancia”.
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