A 32 años de su fundación, la estigmatizada —como genocida— Escuela de Kaibiles de Guatemala enfrenta una nueva crisis: el reclutamiento de sus elementos por la delincuencia organizada de México. Los mandos de la brigada aceptan que no han podido evitar que sus soldados trabajen para los dos bandos.
Petén, Guatemala. En pleno corazón de la selva guatemalteca, Poptún es un pequeño pueblo rodeado de cerros aislados, colinas bajas y una inmensa llanura selvática. Es el principal municipio del Petén, la zona geográfica que en los últimos años se ha convertido en una de las más importantes de América por servir de bodega y centro de producción de cocaína trasegada por narcotraficantes locales y sus socios mexicanos, Joaquín Guzmán Loera y Osiel Cárdenas Guillén.
Poptún es más que un pedazo de selva agreste: es el principal punto al que arriban los head- hunter del narcotráfico internacional en busca de “los mejores soldados del mundo”, cuya misión oficial es la preparación y conducción de operaciones especiales “para desorganizar de cualquier forma las operaciones del adversario”.
En esta aldea vive el 80 por ciento de los integrantes del grupo de elite del Ejército de Guatemala: la Brigada Kaibil.
El gobierno reclutó kaibiles
Con la detención en Comitán, Chiapas, en agosto pasado de siete guatemaltecos, entre quienes se encontraban los ex kaibiles José Armando León Hernández, Selvin Camposeco Montejo, Edin José Aragón y José Ortega, quedó al descubierto el reclutamiento de estos soldados de elite -especialistas en contrainsurgencia- por narcotraficantes mexicanos.
Una fuente de la Sección de Inteligencia de la Brigada Kaibil afirma que el gobierno mexicano sabía desde hacía varios años que estas fuerzas especiales operaban en México, porque el gobierno de Carlos Salinas de Gortari fue el primer cliente que solicitó los servicios de estos militares.
“El gobierno mexicano creó su propio cáncer del que ahora se queja”, dice el oficial asignado a la Sección de Inteligencia del Ejército de Guatemala.
El militar revela a Contralínea que a inicios de 1994 -a unas semanas de la aparición pública del EZLN- el gobierno federal colocó en la misma selva del Petén, en los límites entre Guatemala y México, avisos clandestinos de reclutamiento de kaibiles para integrarse al Ejército Mexicano a cambio de obtener la nacionalidad y un “atractivo salario”.
El militar recuerda que como el sueldo estaba tasado en pesos, entre los soldados se preguntaban a cuánto ascendía en quetzales (la moneda local), lo que el gobierno mexicano les ofrecía por combatir al grupo subversivo de Chiapas y si acaso valdría la pena cambiar su nacionalidad.
“Ignoro cuántos compañeros cruzarían la frontera, pero muchos decidieron volverse mexicanos. La oferta los convenció”, asegura. “Así que fue su propio gobierno el que mandó traer a los primeros kaibiles, y ahora se queja de ellos”, agrega.
El coronel de Infantería del Estado Mayor, Jorge Ortega Gaytán, vocero del Ejército de Guatemala, dice que los señalamientos del gobierno mexicano de generalizar a los kaibiles como “sicarios del narcotráfico” fueron hechos para justificar el fracaso de Vicente Fox en su lucha contra el narcotráfico y disimular la masiva deserción de los Gafes (Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales) mexicanos hacia las filas del narcotráfico.
Gaytán afirma que tras la detención de cuatro ex kaibiles en Chiapas, acusados de pertenecer a los Zetas, distintos funcionarios del gobierno mexicano lanzaron acusaciones en las que calificaban como delincuentes a todos los soldados de elite de Guatemala, para bajar la presión sobre la corrupción de los Gafes.
Soldados kaibiles confirman la versión del coronel Gaytán. A ello atribuyen que sin explicación alguna la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) canceló el arribo de 20 kaibiles que llegarían a entrenar a cadetes del Colegio Militar en junio pasado.
Molesto, el coronel hace referencia a las declaraciones del entonces subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), José Luis Santiago Vasconcelos, a quien Gaytán “recomendó” que México investigara cada caso y que procediera legalmente de acuerdo con las investigaciones que la PGR hiciera.
Y es que, incluso cuando en el extranjero la ONU promovía la participación de los kaibiles como uno de los grupos de paz en el Congo, en México el entonces titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Eduardo Medina Mora, generalizaba la presencia de kaibiles en México como un problema “de seguridad nacional”.
Kaibiles, los más cotizados
Por su preparación, los kaibiles son los soldados más cotizados del mundo, no sólo por grupos de delincuencia organizada, sino también por empresas de seguridad privada a las que estos militares comenzaron a integrarse cuando, como consecuencia de la crisis presupuestal de la política de gobierno guatemalteco de Óscar Berger, el Ministerio de la Defensa Nacional redujo en 50 por ciento su plantilla militar.
El dramático recorte de personal dejó en la calle a 12 mil 800 militares, entre ellos algunos kaibiles, que fuera de la milicia se convirtieron en los primeros reclutados y luego reclutadores hacia las filas de la delincuencia organizada.
Un kaibil entrevistado refiere que fue el capo guatemalteco Otto Roberto Herrera García el primero en reclutar a estos soldados como escolta personal. Cuenta que desde antes de su detención en México y luego de su fuga del Reclusorio Sur, ya tenía a su servicio una escolta de 10 kaibiles, los mismos que, dice, lo acompañan ahora en la zona del Petén donde, de acuerdo con información de la oficina antinarcóticos de Guatemala, maneja sus operaciones y las de su socio Joaquín Guzmán Loera.
A Herrera García lo imitarían los ex gafes convertidos en Zetas con el reclutamiento de soldados guatemaltecos para Osiel Cárdenas Guillén.
Sin embargo, ahora los grupos de delincuencia organizada operan no sólo con ex militares, sino con kaibiles en activo, advierte en entrevista el comandante en jefe de la Brigada Kaibil, Eduardo Morales Álvarez, por lo que actualmente el área de Inteligencia del Ejército de Guatemala realiza trabajos para ubicar quiénes son estos militares que operan para los dos bandos.
Uno de estos casos es el del kaibil Carlos Martínez Méndez, quien de acuerdo con indagatorias hechas por la Procuraduría General de la República (PGR), al momento de su detención (registrada en México), por sus vínculos con el narcotráfico, ocupaba el puesto de jefe de la Tercera Sección de la Primera Compañía de la Brigada Kaibil en Poptún.
Daniel Guerrero, secretario de Análisis e Información Antinarcóticos (SAIA) -sección de lucha antidrogas de Guatemala-, señala que actualmente los kaibiles que operan para las filas del narcotráfico en territorio chapín no sólo venden protección a los narcotraficantes, sino que desplazan también grandes cantidades de droga, armamento y municiones, por lo que la SAIA inició operativos en la zona selvática del Ixcán, donde los kaibiles mueven cargamentos de municiones propiedad del narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán Loera.
De acuerdo con Guerrero, en agosto pasado la SAIA recibió información de grupos de Inteligencia de la División de Investigación Criminal (Dinc), en donde se informaba que kaibiles al servicio de Guzmán Loera movían hacia México un cargamento de lanzagranadas, municiones y fusiles de asalto. La SAIA realizó un operativo para detener el cargamento pero fracasó y las armas cruzaron la frontera sur.
Eduardo Morales Álvarez confirma que el ejército guatemalteco no ha podido frenar el reclutamiento de sus soldados por grupos delictivos, y habla también de su papel como responsable de los soldados especiales:
“Es una realidad que algunos de nuestros kaibiles están trabajando con narcotraficantes, y el frenar esas deserciones es ahora nuestra principal línea de acción. Trabajar la mente de nuestros soldados, convencerlos de que ellos tienen un objetivo, y que es un compromiso con la patria”.
Morales Álvarez, egresado de la Escuela de Altos Estudios Estratégicos en España, no disimula el malestar que le produce ver manchado el honor de los militares a su cargo, al develarse la colaboración con la delincuencia organizada, y tampoco exime su responsabilidad.
“Es mi obligación como comandante en jefe influir también positivamente en ellos y evitar que en algún momento sean tentados. Lo único que nos queda como oficiales del Ejército es influir positivamente en nuestra gente, inculcarles principios y valores que no permitan que ellos cometan esta decisión”.
Entre las medidas que ha tomado, dice el militar, está un proyecto de contrainteligencia para investigar a todos los elementos de la Brigada Especial con el propósito de descubrir si entre los kaibiles en activo se encuentran también reclutadores.
La fama de los kaibiles como soldados de elite es tal que los gobiernos de todo el mundo quieren tener figuras similares en sus propias brigadas, y por ello cada año seleccionan a oficiales jóvenes para que se capaciten en el adiestramiento que ofrece el gobierno de Guatemala a “países amigos”.
Mediante estos acuerdos, militares de México, Colombia, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Belice y Panamá se matriculan en el curso de adiestramiento, del que pocos logran graduarse. Después de Guatemala, el país con mayor número de kaibiles es México, con 37 graduados en el temible “infierno”, de los cuales 20 son oficiales de la Armada y 17 del Ejército.
El Infierno
Repetidas explosiones de un cuarto de libra de TNT (trinitrato de tolueno) que amenazan con romper los tímpanos, incontables bengalas y balas trazadoras que iluminan el cielo, y el penetrante olor a carbón y azufre que intoxica el ambiente y provoca el vahído, nos indica que estamos en el umbral del mismo infierno.
La comunidad se llama La Pólvora, entre la milicia se le conoce como “El Infierno”; es el destacamento ubicado en el municipio de Melchor de Mencos (en el Departamento de Petén), donde se entrena a los Comandos Especiales Kaibil.
“¡Si avanzo, sígueme; si me detengo, aprémiame; si retrocedo, mátame!”, es el mítico lema que se escucha por todos los rincones reproducido por los rostros convertidos en sombra y traje de camuflaje que avanzan firmes por el campo militar.
El suelo se resquebraja y, tras ligeros movimientos de tierra, de las entrañas de la selva y los pantanos emergen extrañas figuras que a medida que se acercan se convierten en pequeños montículos de pasto y ramas. Entre más avanzan, sólo de frente se distingue a los francotiradores que practican incursiones.
En el mismo campo, el resto de la Brigada de elite -que por estos días entrena para su incursión en Líbano- se rinde ante el Cerro del Honor: la montaña más alta del campo sobre la que yace la figura de un kaibil que vigila hacia los cuatro puntos cardinales, luego entonan su himno, recuerdan su credo, gritan su lema y juran lealtad a la patria: Guatemala.
En sus orígenes, la hoy Escuela de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil, conocida entonces como Escuela de Comandos, fue ideada por los Boinas Verdes como una obsesión por superar la derrota sufrida en Vietnam. La Escuela Kaibil fue subsidiada por la Escuela de las Américas, la temible “Escuela de los Asesinos” creada por Estados Unidos para formar especialistas en contrainsurgencia para operar en Latinoamérica. De hecho la primera brigada kaibil se formó con guatemaltecos egresados de la Escuela de Las Américas, ubicada entonces en la zona del Canal de Panamá.
Según los propios mandos de la Escuela Kaibil, el modelo centroamericano superó sus orígenes, con un proyecto de soldado que mezcla las especialidades de los Ranger de Estados Unidos, los Lanceros de Colombia y los Tigres del Ejército de Panamá, casi sin armamento y mucho más efectivo.
El primer kaibil (la Boina 001) es el hoy general de brigada Pablo Nuila Hub, guatemalteco fundador de la entonces llamada Escuela de Comandos que inició operaciones en diciembre de 1974, conocida hoy como Escuela de Kaibiles.
El centro de entrenamiento debe su nombre al indígena maya Kaibil-Balam, el señor del reino Mam, el imperio más grande de la Guatemala prehispánica. Kaibil, que en maya quiché significa “el que tiene la fuerza de dos tigres”.
El monasterio
En el llamado “Monasterio de los Kaibiles” el reclutamiento es voluntario, pero sólo se llega a él después de pasar una serie de estrictas pruebas físicas y psicológicas dentro del ejército de cada país de donde son oriundos los aspirantes.
Los cursos -que se efectúan dos veces por año, duran 60 días- están divididos en ocho semanas, durante las cuales se somete a los reclutas a entrenamientos extremos.
Los manuales de operación incluyen desde operaciones guerrilleras, la organización de unidades contraguerrilleras, el comportamiento militar, la lectura de mapas, la preparación psicológica, hasta inteligencia militar y contrainteligencia.
El entrenamiento técnico consiste en defensa personal, transmisiones, supervivencia, cruce de obstáculos, alpinismo militar, armamento, demoliciones y medicina de urgencia.
El entrenamiento táctico incluye operaciones aeromóviles, navegación terrestre diurna y nocturna, formación de combate, patrullaje diurno y nocturno, establecimiento de campamentos y su seguridad, evasión y escape, incursiones, emboscadas.
El kaibil aprende a armar y desarmar cualquier tipo de arma o explosivo, rescate de secuestrados, el diseño de estrategias y la dirección de incursiones y combate antinarcótico, de allí también que resulten tan codiciados por los grupos de delincuencia organizada.
Si bien desde sus orígenes se entrenaba como grupo de choque antiguerrilla, los kaibiles salen hoy día como especialistas en antiterrorismo, antisecuestro y lucha antinarcóticos, “acorde con las necesidades actuales”, dice el teniente coronel Hugo Marroquín, jefe de la Escuela de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil.
En el curso se recibe un máximo de 64 aspirantes, pero al final se gradúan no más de 10. En diciembre por ejemplo, de medio centenar de militares sólo cinco se graduaron, todos guatemaltecos.
El entrenamiento es peligroso, pues se somete al militar a las mismas circunstancias del combate real en el escenario más hostil de Centroamérica. Sesenta días de sufrimiento que se vuelven eternos, para aquellos que de forma voluntaria lo padecen.
Para el militar de cualquier país ser seleccionado para el Curso Kaibil es un verdadero privilegio. El sólo pensar que a partir de su egreso de la selva de Centroamérica se convertirán en los soldados más cotizados del mundo los alienta a soportar cualquier prueba.
Sobre los kaibiles corren múltiples historias. Los aspirantes dicen que la mística que envuelve a este grupo de elite es para ellos lo más atractivo. Se trata de oficiales de no más de 28 años de edad.
Pero por más historias que circulen de aquellos que regresan del infierno, cada aspirante no puede más que entrar en ansiedad -pocas veces manifiesta- desde el momento mismo en que por aire cruzan los 415 kilómetros que hay de la ciudad capital al corazón de la selva, a 15 kilómetros de la frontera con Belice.
El primer ritual del curso es una reunión durante la cual los oficiales -algunos incluso de mayor grado que los instructores kaibiles- se degradan retirando del uniforme cualquier insignia que dé cuenta de su carrera militar. Ésta es también la primera oportunidad para que el aspirante a kaibil se retire del curso. Si ninguno se anima, inicia el camino a su preparación límite en un ambiente de detonaciones y tiroteos con armas de defensa y asalto.
Cuando el humo de las primeras detonaciones se ha desvanecido, al descubierto queda un letrero pintado sobre una manta con una calavera que porta la boina púrpura y la leyenda: “Bienvenidos al Infierno”.
“Pocos de los que entran al infierno pueden salir vivos”, dice Ortega Gaytán. La frase es más que el blofeo de un militar de alto rango que es también fundador de la escuela, el kaibil 252.
Del infierno han sacado a 21 oficiales muertos durante el curso y otros con severos trastornos psicológicos producto de las arriesgadas pruebas, como el nadar en un río lleno de cocodrilos.
El deceso más reciente fue hace unas semanas cuando los alumnos realizaban el curso que concluyó el 5 de diciembre. Un oficial de Guatemala murió al caer de un helicóptero durante un entrenamiento.
Dentro de los lesionados está también un subteniente del Ejército Mexicano. De acuerdo con información de la Brigada Kaibil, el oficial fue seleccionado por el Ejército de nuestro país -de un grupo de más de 60 aspirantes- para hacer el curso, pero en menos de dos semanas de permanecer en el Infierno, el “mexicano”, como lo recuerdan los kaibiles, presentaba severos trastornos psicológicos y afectaciones cardiacas, y fue sacado de la selva.
El mayor Marvin Baudilio Ochoa cuenta los últimos días del mexicano que fracasó en su intento de convertirse en kaibil:
“Desde las primeras marchas empezó a trastabillar, no era normal, se le colocó oxigeno y luego regresó al campo. En los entrenamientos empezó a mostrar trastornos, no quería soltar su fusil y la cara se le empezó a deformar, mantenía los músculos rígidos y perdía el control. El médico dice que fue por la descompensación de líquidos, aquí no se les permite hidratarse, y tenía ya problemas del corazón.
“Lo retiramos porque se veía desorientado, empezó a perder el control mental. Estaba en presión extrema y un kaibil no puede perder el control, eso acá es muy peligroso”.
Dentro de este modelo de entrenamiento, a cada kaibil se le asigna un cuas (vocablo Kekchí que significa hermano o compañero) que desde que inicia el curso se convierte en su pareja. El kaibil y su cuas siempre juntos, duermen en la misma litera, comen en la misma mesa, y si uno se equivoca el otro sufre las consecuencias, arrastran los mismos castigos.
No hay tregua, las acciones se realizan día y noche. Los reclutas pierden la noción del tiempo, no duermen más de tres horas diarias, y acaso si se gana el derecho, porque aquí, en la escuela de elite, todo se gana con esfuerzos casi sobrehumanos.
En las interminables jornadas bajo el sol, la piel se curte bajo los 38 grados; sumergidos en el agua del bravo Mopan, el cuero se escuece de sal, y en los días de aislamiento en la salvaje jungla, entre jaguares y serpientes, el estómago se somete a comer “todo lo que se mueva”, porque así se templa el carácter de estos hombres que son implacables con sus enemigos.
En La Pólvora el entrenamiento se da entre chozas de adobe y techo de guano, cuyas fachadas rompen con el verde de la selva. En ellas habitan familias de indígenas iguales a las que en la década de los 80 masacraron los kaibiles bajo acusación de simpatizar con el grupo guerrillero Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
Las primeras deserciones se dan cuando hartos de las largas y extenuantes jornadas de carrera entre los caminos de la selva, los soldados descubren los pies llagados que se resisten a seguir.
Correr de día y de noche, cargando el fusil, un machete, el arnés, dos cantimploras, un concho de agua, un “kit” contra mordedura de serpiente, una brújula amarrada al arnés, una bolsa porta mapas, y una cuerda de utilidad -la principal arma del kaibil-.
En ningún momento el kaibil se desprende del equipo, y con éste a la espalda corre bajo la presión de la brigada de hostigadores, quienes a bordo de “pick-ups” azul marino, megáfono en mano, los instan a renunciar, a dejar el curso porque son “unos buenos para nada, unos malos para todo”.
La tortura psicológica es permanente durante los 60 días del curso. Ni un solo momento cesa el hostigamiento contra el soldado. El mayor de infantería Marvin Baudilio Ochoa Morales, jefe del curso, explica que el 70 por ciento del modelo kaibil se basa en tratamiento psicológico, donde al soldado regular se le inculca a ser “un soldado superior”, y que sólo la mente puede dominar el cuerpo; que la fortaleza de un soldado especial radica en que puede enfrentar cualquier obstáculo y que sólo la muerte podría detenerlo a cumplir su misión: “los kaibiles no tratan de cumplir una misión, ¡La cumplen!”.
La psicosis colectiva se da en la llamada Semana Negra, la etapa nocturna del curso. En ésta, los militares son presa de confusiones mentales y colapsos nerviosos, de allí las deserciones voluntarias o forzadas.
El nombre de esta fase es parte de la jerga militar porque en ella, durante más de 10 días, la distinción de la noche y el día desaparecen de los entrenamientos. Se enseña al soldado a hacer las prácticas sin el mínimo rastro de luz, así se perfecciona la visión nocturna sin necesidad de artefactos. Los kaibiles aseguran que se les abre la mente, se les agudizan los sentidos.
La culminación de la Semana Negra es también una de las más simbólicas. Los instructores guían a la brigada hasta la nada en la selva, y tras una serie de explosiones de bomba y descargas de ametralladoras que crispan los nervios, en el corazón del infierno, de lo alto de un árbol se enciende una antorcha que ilumina una calavera pintada sobre un enorme escudo donde yace la daga sobre el fondo negro y celeste que distingue al kaibil.
La brigada entona su lema:
“¡Si avanzo, sígueme! ¡si me detengo, aprémiame! ¡si retrocedo, mátame!”
Y antes de que la brigada grite su nombre, cuando la calavera está completamente iluminada, Eduardo Morales Álvarez, franqueado por los oficiales de alto rango del Ejército de Guatemala, entrega a dos aspirantes una madera entintada color negro con los bordes amarillos, el mismo fondo que porta el parche kaibil.
“¡Ustedes han concluido la semana negra! ¡Ahora dominan la noche!”, dice el militar y los kaibiles a unísono repiten su credo.
“Yo kaibil pertenezco a la elite de tropas de choque, por lo que seré siempre el más resistente, el más veloz y el más duro combatiente…”
Los kaibiles cantan su lema, recuerdan su credo y juran lealtad hasta que la última antorcha termina de ceder.
La Esperanza
En el mismo infierno, en un claro de la finca La Esperanza, una tumba recién cavada sobre la que yace una cruz de madera y junto a ella una caja de muerto, dan inicio a la etapa de las “pruebas de confianza” en la llamada Semana de Agua. El mortuorio escenario es más que otro instrumento de tortura psicológica, es el recordatorio de que 20 militares han muerto en esta etapa del curso Kaibil.
El escenario en esta zona de la selva es justo lo que se requiere para las complicadas pruebas: salvaje y peligroso.
Desde los riscos más altos se deslizan los kaibiles con las manos desnudas, en un cable a 78 metros de altura sobre el curso de agua donde se unen los ríos Chiquihuil y Mopan. A esta altura, sobre los filosos peñascos, el kaibil debe dejarse caer al vacío y tras el impacto en la embravecida agua -que equivale a estrellarse en una pared de cemento- salir nadando.
Al abandonar el agua, de pie, firme, dar parte a su superior de que “la misión está cumplida”:
“¡Me entrenaré día a día mi audacia, intrepidez, ingenio e iniciativa; porque reconozco que, en la agresividad radica el éxito!”
Aquí la muerte no sorprende a nadie. Los instructores amenazan, juegan con la psique de los jóvenes militares, y ambos saben que todo puede suceder. Previo al ingreso, cada aspirante kaibil firma una responsiva donde exime a la escuela si acaso le llega la muerte en su afán de ser un soldado superior.
¡Me endureceré para soportar los sufrimientos, el trato duro, el dolor, el hambre, la fatiga, el cansancio, la sed, el calor y el frío, porque soy un soldado superior a cualquier otro!”
La muerte misma, se enseña, es el peor fracaso que puede sufrir el kaibil. Porque “el que muere ha perdido y para ganar hay que aprender a combatir”, dice el teniente coronel Hugo Roberto Urbina Marroquín, jefe de la Escuela de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil.
El entrenamiento físico incluye largas jornadas de natación, durante las cuales el soldado cruza el río Mopan cargando el equipo de combate y fusil, que pesan 40 kilogramos, siempre con su cuas al lado y librando juntos cualquier obstáculo, sin permitirse hacer ningún ruido y que dentro del agua apenas se perciba su presencia. Y si el cuas está herido, el kaibil deberá llevarlo también y cargarlo de regreso al campamento.
Se aprende a navegar en cayuco de día o noche, y si se voltea la lancha el kaibil no puede extraviar una sola pieza de su equipo, que significa también su sobrevivencia.
El kaibil aprende a interpretar mapas, pero no en papel, sino en el mismo terreno, hundiéndose en el fangoso pantano o extraviándose en la montaña. Aprende que un solo error de interpretación puede extraviarlo a una zona de la que difícilmente podría escapar y que la mayor trampa puede ser su falta de concentración. En la oscuridad de la noche se guía con la brújula que carga sujeta al arnés o por las estrellas mismas. Memoriza la topografía del camino, los cursos de agua y las zonas de mayor peligro.
En el entrenamiento técnico se le enseña a no dudar, saber cuándo va a disparar un arma y que el tiro siempre será certero. Según sus preceptos, cuando dispara, el kaibil jamás dudará y en su rostro nunca mostrara sorpresa, siempre inmutable.
Y como en el monasterio kaibil nada es gratis, para ganarse la comida, que consiste en dos cucharadas de arroz cocido, frijoles negros y pan blanco, los kaibiles deben correr dos kilómetros, hacer 10 abdominales, y el mismo número de dominadas en un barra, cargando el equipo y en menos de 18 minutos. Un segundo más y pierde el derecho a los alimentos. Si se los gana, deben ser engullidos en menos de tres minutos.
La etapa de sobreviviencia es para el kaibil la de mayor temple. Se le enseña a destazar “cualquier ser vivo” porque “lo que se mueve se come”, incluido un perro que se le entrega al kaibil cuando ingresa al curso y al que cuida como su mascota fiel, pero que un día le sirve para salvarle el hambre.
Se le enseña a beber la sangre de todo ser vivo para que se prepare para el combate real. Las leyendas negras dicen que son capaces de comerse a sus enemigos. Los kaibiles no desmienten la versión: “el kaibil come lo que se mueva”, diría el coronel García.
El kaibil se gradúa en lo alto de la montaña, y a la ceremonia sólo asisten militares de alto rango del Ejército de Guatemala, todos miembros del grupo de elite. En esa reunión, especie de cofradía, los graduados cosen el parche al hombro izquierdo de su uniforme.
Cuando desciende de la montaña el graduado porta la boina púrpura, su parche y un escudo distintivo. Menos del 10 por ciento del grupo inicial alcanza los 700 puntos que se requieren como mínimo para ser kaibil, a algunos se les informa que su puntaje fue insuficiente hasta uno o dos días antes de que concluya el curso. Algunos militares repiten el curso hasta en tres ocasiones para convertirse en soldado de elite.
Kaibil contra Kaibil
Infiltrados ahora por el narcotráfico, desde sus orígenes la Brigada de Elite de Guatemala ha sufrido descalabros, como que de sus propias filas surgieran los mismos grupos que, según su misión, tendrían que exterminar.
En 1959, cuando en Guatemala el ejército constituía -más por instrucciones de Estados Unidos- la primer brigada de elite conocida como Los Escorpiones (cuyos integrantes idearían luego la Brigada Kaibil), a un año de creada la unidad, un grupo de militares encabezados por el teniente Marco Antonio Yon Sosa se sublevaron y crearon el grupo guerrillero Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR13).
En unos años la historia podría repetirse. Jorge Ortega Gaytán, estratega e instructor de Operaciones Psicológicas y Asuntos Civiles, asegura que en menos de cinco años en Guatemala resurgirán grupos guerrilleros que actualmente se organizan también en la misma zona del Petén, y en el departamento de Sayaxché, en lo más profundo de la selva.
De acuerdo con Jorge Ortega Gaytán, por las características de estos grupos guerrilleros, entre cuyas acciones más frecuentes -dice- estarán los secuestros, los kaibiles se entrenan ahora para combatir una guerrilla similar a las FARC en Colombia. Gaytán asegura que esta misma situación se vivirá en el sur de México.
Eduardo Morales Álvarez sostiene que la guerra de guerrillas no es asunto concluido. Y al igual que Jorge Antonio Gaytán, afirma que en Centroamérica se espera una reaparición de grupos guerrilleros similares a los de la década de los 70 y 80, así que, dice, la preparación de kaibiles en tácticas de guerra prolongada sigue vigente.
Los militares tampoco dudan que de sus propias filas pudieran salir algunos integrantes de las futuras guerrillas, y que estos mismos grupos podrían operar en el sur de México, en las fronteras que comparte con Guatemala.
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