Un estudio del Gobierno bonaerense en septiembre del año pasado estimaba que el 47,9% de la mitad de los varones de entre 14 y 30 años consume paco. La investigación se realizó sobre un universo de 643 viviendas, 2.917 personas, en una villa en el sur del Gran Buenos Aires. No hay salida para las criaturas de la penuria porque su origen es la mala suerte, y la pobreza es un error moral, un defecto ontológico, a partir de un hecho: la imposibilidad de elegir, escribía Manuel Payno ya en el siglo XIX.
El doctor Eduardo Kalina -especialista en adicciones- consideró que el consumo de paco es profundamente adictivo y “brutalmente tóxico” y significa una tenebrosa inversión para el futuro. Es una droga elaborada a partir de los residuos relacionados con la extracción de cocaína de la hoja de coca (pasta base), procesada con querosene y ácido sulfúrico (ocasionalmente se utiliza cloroformo, éter o carbonato de potasio). Se suele consumir por vía respiratoria en forma de cigarrillo o pipas caseras.
Niños que vivieron días de prestigios en la gambeta cortita de los potreros, los dejan morir sin evitarle la “impúdica evidencia de sus ruinas”. Muertos-vivos, que en la efímera etapa de euforia (2 a 5 minutos) encuentran algunos rastros del “paraíso” que la vida ha dejado de ofrecerles -como canto de amor- porque les han quitado la maravilla, sucesivos regalos de “increíble gracia”.
Sentirse culpables de insomnio y el horror de seguir siendo esa pesadilla de lobos de luna llena que se toman de un solo trago “la sed de lo perdido”. Las calles son pibes que cuando caiga el telón del amanecer se tomarán el pulso y verán si vivir unos días más -como pedazos- merece la pena.
Aldo Dománico, psicólogo sanitarista del Ministerio de Salud de la Nación, nos decía que el Paco tiene como misión la “eliminación de los negritos”. Agregamos: los “reclamos de sangre” para la acumulación capitalista (ANC-UTPBA).
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