La difusión de los índices de precios de enero y febrero ha abierto una dura polémica sobre su veracidad y los presuntos intereses políticos en su manipulación. Pero como usualmente sucede con las polémicas instaladas por los grandes medios, la discusión no apuntó a cuestiones de fondo -como ser, qué esta pasando con la distribución de la riqueza por detrás de la pantalla de los índices-, sino a preservar los intereses de los sectores dominantes.
Repasemos: el aumento “oficial” de los precios al consumidor en enero fue del 1,1 por ciento. Desde diversos medios, se denunció que se había “dibujado”. El aumento real en turismo y medicina prepaga, computándolos debidamente llevaría a la tasa al 1,8
por ciento.
Desde ese enfoque, veranear más caro y la suba en la cuota de la medicina prepaga eran el eje del problema “social” que los índices ocultaban. Y desde allí se instaló el debate.
Poco se dijo, en cambio, sobre cómo podría impactar el menor índice en la discusión salarial en paritarias, que otra vez está funcionando este año con techo de aumento para el conjunto, como ocurrió el año pasado. Y nada se dijo, directamente, sobre diferentes rubros básicos que han subido fuertemente de precio en el último año.
En estos rubros predomina, en general, la condición monopólica de sus fabricantes: acero, aluminio, vidrio, diversos productos metalúrgicos, petroquímicos y químicos, cemento, envases plásticos y de cartón, combustibles, aceites comestibles, entre varios más, son algunos de los que cuentan con un único, dos o a lo sumo tres fabricantes, que tampoco compiten entre sí sino que se reparten el mercado. A la lista podría sumarse el caso de las bebidas gaseosas y la cerveza, en los que se encuentran múltiples marcas pero sólo dos fabricantes.
Estos sectores no sufrieron por aumentos de productos importados, con un dólar prácticamente congelado, ni por subas en sus costos salariales, que constituyen una parte mínima de sus costos totales. Tampoco enfrentan alzas importantes de sus proveedores de materias primas, puesto que son su mayor o único comprador y son esos mismos sectores monopólicos los que fijan el precio que van a pagar.
Sin embargo, el crecimiento de la demanda les ofreció una buena oportunidad para aumentar notablemente sus márgenes de rentabilidad subiendo sus precios de venta.
Esta condición fuertemente concentrada de la economía argentina, dura herencia de las políticas de las tres últimas décadas, prácticamente no fue modificada en estos años, pese a que se ha convertido en el factor de mayor presión sobre los precios internos. Condición que, de hecho, es la que le permite a esta cúpula empresaria definir, vía precios, cómo se distribuirán los ingresos y los beneficios del crecimiento.
Este crecimiento con beneficios concentrados tampoco reparte bienestar más que en cuentagotas, como se ve en los todavía elevados índices de pobreza, pese a que este índice se sigue midiendo aún en base a una irreal canasta familiar de poco más de 900 pesos por grupo familiar de cuatro integrantes para alcanzar “niveles razonables de satisfacción”
con sus gastos. Tampoco hay relación entre la mayor concentración de estas empresas y los más bajos niveles de pobreza, que se siguen dando en provincias con pocos habitantes y predominio del empleo estatal (Santa Cruz y San Luis).
La realidad social es más compleja que la que muestran los índices, pero no siempre quienes denuncian la manipulación nos están acercando a ella.
# Nota publicada en la revista La Utpba abril 2007.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter