Desesperados de oro y hambre llegaron a estos arrabales del mundo. No sabían adónde llegaron, pero tenían claro sus urgencias. Venían del otro lado del Atlántico y al principio fueron recibidos como dioses de la vida. Fue un error. Se convirtieron en los heraldos de la muerte. Saciaron sus necesidades. Mataron para robar. Violaron y corrompieron para imponer la civilización y justificaron las atrocidades por medio de la cruz y los destinos manifiestos.
Conquistaron y avasallaron y sus pueblos comieron y pagaron sus propias deudas con los alimentos y los minerales americanos.
Saquearon los alrededores del Potosí, aquello que después fue llamado Bolivia; aplastaron la inigualable cultura incaica, aquello que después fue llamado Perú; arrasaron flora y fauna autóctonas en sierras de verdes brillantes y ríos marrones como leones, aquello que después fue llamado Ecuador y Colombia.
Hace más de cinco siglos que los hambreados europeos impusieron el sistema de la sangre y el dinero en las tierras americanas.
Y ese viaje ya no se detuvo.
Ahora, en el tercer milenio, uno de cada cinco niñas y niños en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, sufren desnutrición crónica.
Desde hace centurias, el saqueo impuesto invirtió la campana de las necesidades.
Los hambreados, entonces, ya no son los invasores, sino los invadidos.
Así lo acaba de informar el llamado Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas y la Comisión Económica para América latina y el Caribe.
Suman, dicen los números, 52 millones de personas las que padecen hambre en estas tierras todavía bellas y ubérrimas.
“El derecho humano a una alimentación adecuada implica no solamente acceder a alimentos, sino también acceder a recursos productivos para que las personas puedan alimentarse por sí mismas y puedan participar en la vida económica de los países”, dice la información.
Según Jean Ziegler, relator del Derecho a la Alimentación, “la lucha por este derecho debe abordar los problemas de discriminación y marginalización que permita el acceso a los recursos productivos a las personas más pobres”.
Es difícil que estas palabras se conviertan en llaves mágicas que abran las puertas de realidades distintas.
Habrá que decir otras cosas. Como, por ejemplo, que los recientemente creados tribunales internacionales se ocupen de hacer pagar las responsabilidades criminales que tienen los llamados países desarrollados por el permanente despojo de recursos naturales y humanos que perpetraron contra los habitantes de América latina.
Allí sí, entonces, será posible no solamente el derecho a la alimentación, sino también la mayoría de los derechos humanos que, por ahora, sufren de profunda invisibilidad para los hijos de la tierra usurpados desde hace más de cinco siglos.
Por cada número que sintetiza el exterminio, el sistema le suma las palabras de ocasión que suman hipocresías y ocultan responsabilidades.
Es hora de pronunciar otras palabras, dibujar otras cifras y exigir algo más que simples condolencias.
# Agencia Pelota de Trapo (Argentina)
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