El hambre no es causa de la pobreza sino su más humillante consecuencia; ambas provienen del subdesarrollo, una malformación congénita del organismo social inducida por la conquista, la colonización y el desarrollo anómalo del capitalismo.
Tras quinientos años de opresión y saqueo, con la disolución del sistema colonial, el auge del movimiento de liberación nacional en Asia y África y de la efervescencia revolucionaria que en América Latina siguió al triunfo de la revolución cubana, en la década de los sesenta, para los países del Tercer Mundo surgieron las primeras oportunidades de desarrollo.
Fue significativa la toma de conciencia acerca del origen, naturaleza e implicaciones del subdesarrollo, esclarecido por lideres políticos como: Nehru, Nasser, Sukarno y Fidel Castro, entre otros, así como estudiosos entre los que descollaron: André Gunder Frank, Paúl Baran, Paul Sweezy, Teotonio Dos Santos, Celso Furtado, Enrique Iglesias. Fernando Enrique Cardoso, Ruy Mauro Marini, Darcy Ribeiro y otros.
En una coyuntura, marcada por las políticas neocoloniales, la contradicción Este-Oeste; el anticomunismo y el conflicto chino-soviético, aunque hubo atisbos reformistas, como fueron los fugaces esfuerzos de Kennedy, que intentó frenar las expectativas revolucionarias con paliativos como la Alianza para el Progreso, se impuso la rigidez de la posición imperialista.
No obstante, en todo el Tercer Mundo, el pensamiento revolucionario y progresista desplegó enormes esfuerzos por consolidar la independencia y en América Latina, donde prevalecían los gobiernos oligárquicos y pro imperialistas, las vanguardias intentaron llegar al poder mediante la lucha armada.
A pesar de que la reacción mundial cerró filas y actuó como una entente reaccionaria los líderes tercermundistas concertaron esfuerzos y utilizando su fuerza en los organismos internacionales, lograron abrir el debate acerca del intercambio económico desigual, la necesidad de un Nuevo Orden Económico Internacional y el derecho al desarrollo.
En América Latina, no obstante el clima reaccionario, caracterizado por el acoso a la revolución cubana, la represión al movimiento de liberación nacional, la movilización de Nixon y Kissinger contra Salvador Allende, la guerra sucia contra Nicaragua y el establecimiento de feroces dictaduras; algunos economistas usaron la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) como tribuna y ariete de las luchas por el desarrollo.
Raúl Presbisch alcanzó la presidencia de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo que denunció el intercambio desigual y promovió el tratamiento arancelario preferencial a los países del Tercer Mundo y en cuyo seno nació el Grupo de los 77 .
Bajo aquellos auspicios surgieron el Programa Mundial de Alimentos en 1961 y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en 1964 y, en la década siguiente, se logró de las naciones desarrolladas el compromiso de aportar el 0.7 por ciento de su producto bruto como contribución al desarrollo y en la III UNCTAD, a propuesta de México, se adoptó la “Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Estados” .
Frente a aquellos esfuerzos, las naciones desarrolladas optaron por condicionar los compromisos de asistencia al desarrollo a los dictados del FMI y el Banco Mundial y a exigencias políticas internas.
Numerosos líderes tercermundistas fueron depuestos y algunos sucumbieron a los cantos de sirena o no pudieron resistir las enormes tensiones y las presiones del imperialismo.
Aunque los esfuerzos nunca cesaron y se mantuvieron voces muy altas, principalmente la de Fidel Castro, el norte logró imponer su dictakt y las luchas por el desarrollo se disolvieron en una frívola retórica, buena para eventos y cumbres, aunque incapaz de detener el avance del hambre que afecta a mil millones de personas.
Capitalizadas por los países desarrollados, las estrategias de desarrollo fueron reducidas a acciones supuestamente caritativas, basadas en donaciones de alimentos y ayudas miserables e inconstantes. No obstante el saldo global negativo, con enormes esfuerzos, algunos países como la India y en menor medidas otros de Asia, lograron avances.
Si bien cierto que para América Latina los años ochenta fueron una década perdida, también lo es que a partir de los noventa surgieron fuerzas que reflotaron las oportunidades y las esperanzas, las más importantes son la revolución bolivariana en Venezuela y el acceso al poder de gobiernos populares y progresistas en varios países del Cono Sur.
No hay que negar la existencia de titubeos, confusiones e incomprensiones en la izquierda latinoamericana que suman obstáculos a la visceral oposición del imperio, no obstante, las nuevas opciones para el desarrollo se abren paso.
La Cumbre Energética concluida en Margarita es un paso y un ejemplo.
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