Fue primeramente Bernal Díaz del Castillo, “el soldadote inspirado”, convertido en cronista, quien nos ha dado con su Historia verdadera de la conquista de la Nueva Granada, la primera novela de caballería real de todos los tiempos. Con Bernal Díaz, la función social del escritor se define en el Nuevo Mundo: ocuparse de lo que le concierne, adelantarse a su época, asiendo su imagen más justa. El primero en asir esta imagen debía pues cumplir una de las tareas que incumben al escritor actual, y sobre todo al novelista, si bien en esa época solamente los novelistas de la Picaresca fueron verdaderamente novelistas en este mundo.
Las consideraciones sobre la “identidad” del Nuevo Mundo las desarrollaron el Inca Garcilaso de la Vega y Felipe Huamán Poma de Ayala.
En aquellas construcciones político-literarias eran muy fuertes los símbolos y representaciones provenientes de la cultura indígena peruana del mundo de los Incas, y ello sin duda ha debido tener alguna influencia en el hecho de que, durante los siglos de dominación colonial, la imagen y las ideas del Inca Garcilaso de la Vega llegaron a convertirse en bandera de lucha para los proyectos vinculados al mestizaje y a la población indígena. Ese autor, que nos da el “mundo infante” del que hablaba Montaigne, es hijo de una princesa inca y de un conquistador español y se aplica en su obra monumental, los Comentarios reales, a evocar la grandeza de su país, el reino inca, describiendo con una nostalgia punzante su grandeza pasada. Es un escritor que cumple su función social fijando el pasado inmediato, para que el mundo guarde su recuerdo.
Un tercer escritor aparece mucho después, en el siglo XIX, Sarmiento, el argentino, para plantear otro problema: el que consiste en denunciar la presencia del “caudillo bárbaro” en tierras de América, en Facundo, libro clásico. Aquí la función social del escritor se cumple en función de la denuncia, mostrando peligros que más tarde habrán de afirmarse en tremebundas realidades. (Oh, quién fuera el Suetonio de Rosas, el Doctor Francia, Melgarejo, Estrada Cabrera, Juan Vicente Gómez, Machado, Batista!...)
Llegamos así a la obra de José Martí, que, en el curso de su vida apasionada, no ha escrito una línea que no esté animada de su fe ardiente en América Latina. Todavía hoy –y él murió en 1895– no puede entenderse nada acerca de la América Latina, entenderse nada del mundo cuya novedad había saludado Montaigne, sin recurrir a la obra de José Martí. Aquí la función social del escritor se encuentra ilustrada por una tarea de definición, de fijación, de enunciación. De Bernal Díaz del Castillo a Martí, he aquí un mundo nuevo que comienza a cobrar un perfil universal a través de la mano de sus escritores.
Bolívar, Martí y los Estados Unidos
Ya hemos dicho (edición 120), que en los esfuerzos del Libertador por construir y consolidar un estado nacional, es posible reconocer una concepción del poder muy característica (concretada en la constitución boliviana), cuyas modalidades, institucionales o no, han sido particularmente utilizables –y utilizadas- al servicio del personalismo autoritario, casi siempre de tipo militar y casi siempre ligado a proyectos de tipo de orientación conservadora. Pero también, y esto es lo específicamente bolivariano del nacionalismo progresista post independentista, es posible reconocer una definida posición antinorteamericana.
La muy conocida actitud de Bolívar contra los Estados Unidos, en efecto, ha debido sufrir vicisitudes que marcan, por una parte, el desarrollo del capitalismo norteamericano hacia las formas modernas del imperialismo, y, por otra parte, el surgimiento y desarrollo en las tierras latinoamericanas de grupos y clases sociales capaces de hacer suya una política “moderna” antiimperialista. Para el Libertador, la amenaza norteamericana se presentaba dentro de los marcos y valores de tipo cultural-nacional vigentes en los comienzos del siglo XIX: los Estados Unidos eran entonces una nación que crecía a pasos agigantados, que proclamaba su “destino manifiesto”, que intentaba cerrar fronteras en torno al continente americano mediante la “doctrina Monroe”, pero que también se entendía hipócritamente con España para retrasar la independencia hispanoamericana e hipotecar, como nueva potencia colonial en ciernes, la soberanía de los nuevos estados latinoamericanos. Como hombre de estado, Bolívar debió intervenir varias veces en conflicto con la diplomacia norteamericana, que proclamaba la “neutralidad” y practicaba la parcialidad activa a favor de España. Pero Bolívar, además de estos elementos visibles, supo vislumbrar, con genial sentido político, que el crecimiento desmesurado de la potencia norteamericana tenía que significar una amenaza directa contra el bienestar económico y la libertad civil de los pueblos de Hispanoamérica. Su formulación “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar de miserias a la América en nombre de la Libertad ”, respondía a esa inquietud. La evolución histórica posterior, que él no previó ni podía prever –capital financiero internacional, multinacionales, por ejemplo-, dieron un nuevo sentido a esa frase porque ella contenía una proposición lógica que se adaptaba muy ajustadamente a la nueva realidad. De ahí el mito, tan común en la izquierda latinoamericana, de que la doctrina bolivariana es profética, es decir, que Simón Bolívar previó lúcidamente la aparición del imperialismo (en un sentido leninista) y sus efectos sobre América latina con casi cien años de anticipación. Por eso, entre otros factores, cierta izquierda racionalista y materialista, que rechaza el dogma religioso y las profecías divinas, puede compatibilizar sus formulaciones científicas con un culto religioso al profeta político, cuya mirada es capaz de escudriñar el porvenir, sea a través del delirio del Chimborazo, o gracias a la inexplicable intuición o a alguna forma de revelación histórica.
La identificación de estas corrientes de la izquierda con la posición antinorteamericana de Bolívar es, pues, más una relación de uso, de utilización funcional, más que de comprensión histórica. Acentuando el tono profético, fatal, de la formulación -“parecen destinados por la Providencia ”, y subrayando que quien ha puesto en evidencia este “destino ineluctable” es nada menos que el Padre de la Patria , esas corrientes se alejan del análisis crítico, del estudio serio de los hechos y circunstancias que produjeron al antinorteamericanismo de Simón Bolívar, y de los hechos y razones que fundamentan hoy una concepción antiimperialista, y se acercan por el contrario al reforzamiento del mito y del culto a los superhéroes individuales. Las representaciones simbólicas que así se construyen derivan hacia actitudes pasionales –amor al Padre/Profeta, odio a la nación cuyo “destino” es el de la maldad histórica– y no racionales.
No puede decirse lo mismo de las corrientes nacionalistas democráticas de fines del siglo XIX, cuyo más alto exponente es el Apóstol José Martí. Clases y fuerzas sociales que en la época de Bolívar eran muy débiles –tan débiles que el Libertador no encontró base social de apoyo para sus proyectos nacionales– se habían desarrollado lo suficiente en todo el continente como para producir, aquí y allá, un Rodó, un Bilbao, un Hostos, un Darío, un Martí. En lo tocante a la cuestión nacional, la formulación bolivariana sobre el papel de los Estados Unidos en el continente representaba con gran exactitud los intereses de estas nuevas fuerzas sociales. No hubo aquí, pues, un trabajo de “traducción” o de “utilización” de esa formulación bolivariana, sino de coincidencia plena y “natural”, de identificación orgánica que era, a la vez, profunda identificación psicológica. Es posible, por ejemplo, trazar un ajustado paralelismo entre los esfuerzos de Martí por impulsar la unión y la colaboración de clases “antagónicas” (burgueses y proletarios, ex - esclavistas y ex - esclavos, hacendados y campesinos) en beneficio de la construcción de una “Patria para todos” o, como él decía, “con todos y para el bien de todos”, y los esfuerzos de Simón Bolívar por evitar el estallido de la guerra social –guerra de clases, guerra de castas– y por contener la tremenda convulsión bélica dentro de los puros límites del proyecto de “Patria”.
Ahora bien, en estas corrientes que estamos considerando, había además potencialidades de desarrollo –por la época en que vivían y por su situación en el nudo de los conflictos sociales- para derivar hacia elaboraciones más complejas y ricas acerca del problema nacional. En Martí, como más adelante en Augusto César Sandino, Bolívar es recreado más que seguido, enriquecido más que copiado. De ahí la casi ausencia de fetiche, de mito, de culto externo, de repetición formalista, de adoración religiosa, en la literatura martiana sobre Bolívar, y de ahí que la única referencia clara a la imagen paterna en tales escritos, sea la escueta constatación de que “cuantos nos reunimos aquí somos los hijos de su espada”. [1]
Por la otra vertiente, la asimilación del nombre de Bolívar al proyecto “panamericanista” de los Estados Unidos, cuyo fruto más representativo es la llamada “Organización de los Estados Americanos”, no pertenece al campo de lo humorístico solamente, porque de tras de tales representaciones simbólicas hay infantes de marina de carne y hueso. La gran potencia también tiene psiquismo: la gran potencia quiere convertir al Padre Libertador en Padre de su proyecto hegemónico y cree sinceramente que tal falsificación de la realidad le está permitida, acaso porque más de una vez ha usado su enorme poder para transformar una imagen en su contraria. Sin embargo, no se trata solamente de una posibilidad unilateral de la gran potencia; es también el acuerdo, la permisibilidad de tales acciones por parte de los administradores oficiales de la imagen del Padre en los países latinoamericanos. Estos administradores cumplen la función de “renovar” periódicamente la muerte del héroe, consumarla y certificarla mediante grandes celebraciones y rituales, a los efectos de asegurarse que el muerto está efectivamente muerto, de garantizarse para sí mismos el monopolio de la representación del muerto, y de realizar el “aggiornamiento” del fraude, modificando ciertas cláusulas del “testamento” que se administra o agregándole nuevas, en concordancia con las exigencias de los tiempos.
Son esos administradores de la imagen del Padre, detentadores del poder, quienes han convertido el antinorteamericanismo de Bolívar en “panamericanismo” pro –norteamericano. Los mecanismos psicológicos puestos a funcionar en estas acrobacias doctrinales son demasiado evidentes como para que nos molestemos en analizarlos, pues mucho antes del nacimiento formal de la psicología como ciencia existían estudios serios sobre estos fenómenos, por ejemplo el Tartufo de Moliére.
[1] José Martí, discurso pronunciado en la velada de la sociedad literaria hispanoamericana en honor de Simón Bolívar, el 21 de octubre de 1983. En Martí, Cuba, Nuestra América, los Estados Unidos, selección y prólogo de Roberto Fernández Retamar, Siglo XXI Editores, México, 1973, pp. 244 a 251.
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