La letra del sistema con sangre entra. Esa sería una actualización doctrinaria de una vieja frase que recorre la historia argentina de los últimos ciento cincuenta años. La letra del orden, del orden impuesto por las minorías. Sangre derramada, realidad estancada.
Hace rato que los pibes no son más los únicos privilegiados, sino los primeros perjudicados. La sociedad que antes se juramentaba cuidar a las chicas y chicos hoy se cuida de ellos.
Violenta inversión de valores para cuidar los valores de siempre.
Los valores del orden, de ese orden que aprende con sangre.
Por eso se decía y se repite que la letra con sangre entra.
Dice indignada la dueña de una casa de venta de electrodomésticos del barrio San Lorenzo, ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, principal Estado argentino: "Lamentablemente si no cambian las leyes, los menores que roban entran por una puerta y salen por otra. Los ladrones destrozaron un vidrio que debe tener 1.80 metros por 2.50 de alto, forzaron la persiana del negocio y rompieron una cocina".
Los ladrones tiene ocho, doce y catorce años. Y, según lo que dice la señora, no merecen una segunda oportunidad. Deben quedar encerrados para siempre o casi siempre. No se trata de un discurso aislado sino de la expresión individual de una cultura que quiere reprimir antes que generar justicia, encerrar antes que entender, condenar antes que generar instancias democráticas de defensa.
La letra del orden urgente no necesita de contemplaciones.
Los delincuentes no forman parte de la sociedad, sino que, según esta concepción, están posesos de espíritus malvados que jamás dejarán lugar para la esperanza de una vida distinta. Por eso hay que encerrarlos o matarlos a todos, como también suelen decir esas voces que también integran semejante cultura del desprecio. Mano dura para los delincuentes de manos sucias, mano blanda para los delincuentes de guante blanco. Así funciona el sistema. De allí la queja repetida: “entran por una puerta y salen por otra”.
No importa que tengan ocho, doce y catorce años y que la vida tiene mucho para ofrecer hacia delante.
Los tres pibes querían llevarse del interior del comercio “Casa Príncipe”, una licuadora y un centro musical. La bonaerense, en un alarde de pericia, lo evitó y atrapó a los feroces delincuentes de ocho, doce y catorce años.
La mujer fue más elocuente cuando se encontró con la madre de los tres muchachos: "Si te veo a vos y a tus hijos a menos de 500 metros del local los paso por arriba con el auto". Un ejemplo de tolerancia y comprensión.
La jueza de menores que actuó en el hecho remitió a los pibes a su casa con arresto domiciliario y eso generó una mayor frustración en el espíritu de la dueña del local, síntesis de aquella cultura de la represión cada vez más vigente en la Argentina crepuscular del tercer milenio.
Habrá que abrir otras puertas para que los chicos del país tengan un futuro diferente, sin condenas previas y con relaciones sociales justas en donde sea posible imaginar una vida mejor.
# Agencia APE (Argentina)
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