La anticipada renuncia de Tony Blair invita a realizar un balance sobre la "Tercera Vía", de la cual el premier británico fue uno de los más entusiastas exponentes. El asunto es importante, además, porque en América Latina, el fenómeno del "New Labour" ha sido fuente de inspiración para varios gobiernos de "centroizquierda" de la región. Analizando fríamente las cosas, lo que demuestra el caso británico es que la ruta por la que transitó Gran Bretaña no fue una tercera entre el desenfreno del neoliberalismo norteamericano y el "tardo-keynesianismo" de sus socios europeos.
Al decir de Tariq Alí, uno de los más agudos observadores de la escena contemporánea, el programa de Blair "fue una versión eufemística, pero más sangrienta, que el de Margaret Thatcher".
Veamos.
Siguiendo una práctica habitual en la Argentina de hoy, la prédica de izquierda de Blair convivía sin aparentes contradicciones con una política económica muy de derecha. El principal teórico de la "Tercera Vía", Anthony Giddens, observó recientemente que la década de Blair disfrutó de un período ininterrumpido de crecimiento económico que llevó a Gran Bretaña a superar el PBI per cápita de Alemania y Francia. Esto es cierto, pero también lo es que Gran Bretaña se ha convertido en un país escandalosamente caro y que esa nueva riqueza, al igual que ocurrió en la Argentina, no se ha redistribuido. El famoso "efecto derrame" de los economistas neoliberales es tan ilusorio en GB como en nuestro país: la economía puede crecer vigorosamente, como en la Argentina, pero la pobreza y la desigualdad, sobre todo la última, persisten tercamente.
Una de las primeras iniciativas de Blair fue acrecentar la independencia del Banco de Inglaterra, medida antidemocrática por excelencia al aislar de todo control público a la autoridad monetaria, que de ese modo puede manejar la economía teniendo en cuenta sólo los intereses y las necesidades de los dueños del capital. Es por eso que tal como lo señala George Monbiot, la relación entre el empresariado y el gobierno no es la de un "lobby" que presiona sobre la autoridad para obtener políticas que lo favorezcan sino al revés: es el gobierno quien procura halagar a aquél, reunido en la poderosa Confederación de la Industria Británica, para que ésta le confiera el precioso don de la "gobernabilidad".
Puede parecer una exageración reñida con la tradicional flema británica, pero los antecedentes que ofrece Monbiot son irrefutables. El casi seguro sucesor de Blair, Gordon Brown, su Ministro de Hacienda, prometió trabajar para "forjar un nuevo consenso entre el gobierno y los empresarios" que asegure el compromiso de todo el Reino Unido con la empresa privada y la flexibilidad laboral. Sobran los comentarios.
El conservatismo de esta postura es evidente. Blair se jactaba de haber llevado el impuesto al capital al nivel más bajo de su historia, siendo a su vez el menor entre los países más desarrollados. El reverso de esta moneda es que GB es también una de las campeonas en materia de desigualdad económica. Como lo señala Graciela Iglesias, del diario La Nación, un informe de la Oficina de Estadísticas Nacionales confirma que cerca del 50% de la población vio recortados sus ingresos en un 15% en el último año.
"La aparente prosperidad de la sociedad consumidora británica" –concluye– "descansa sobre un volcán de hipotecas: el Reino Unido es el país con la tasa de endeudamiento personal más alta de Europa". En otro curioso paralelo con la Argentina, Blair hizo modificar la forma en que se mide el desempleo con el propósito de excluir de sus filas a los subempleados.
La desastrosa aventura militar en Irak, en la que Blair ratificó su vergonzosa condición de peón incondicional de la Casa Blanca, desgastó irreparablemente la figura del mediático Primer Ministro. Mentiras, fraudes y sangre, forman una mezcla demasiado indigesta, y Blair pagó muy caro por sus "relaciones carnales" con George W. en una guerra repudiada masivamente por la opinión pública británica. Pero también la pagó su pueblo, convertido gracias a la insensatez y corrupción de su dirigencia en uno de los blancos favoritos del fundamentalismo islámico. El legado de Blair es esclarecedor: si se quiere combatir seriamente la injusticia no se puede comenzar por abrazarse a sus fautores y beneficiarios. Convendría que en la Argentina tomáramos nota de esa enseñanza.
# Revista Acción (Argentina)
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