Si no fuera que las trampas “cazabobos” ya no consiguen atrapar a todos, la asonada mediática en defensa de Radio Caracas Televisión de Venezuela sería un éxito rotundo ahora mismo. La tenacidad hipócrita de “ocho familias benditas” con poder –que va más allá de un canal de televisión- es digna de análisis: no demasiado sesudo. En síntesis, se trata de cómo los dueños del dinero apelan –desesperados- a cuánto tienen a su alcance para defender sus intereses.
Y de cómo otros dueños del dinero les brindan su apoyo a través de diarios, radios, revistas, agencias informativas, televisión, internet y cuanto sistema de información-comunicación sirva a la causa de los privilegiados. Sencillísimo.
Es más, si no fuera porque sabemos a qué apunta la lucha de las “ocho familias benditas”, ex dueñas de RCTV, hasta no pocos de nosotros podríamos ser atraídos por tanto “patriotismo” puesto al servicio de la declamada e inflamada “libertad de expresión”. Porque a decir verdad, las “ocho familias benditas”, ex dueñas del canal en cuestión, han llegado tan lejos en sus desprendimientos “por el bien de Venezuela”, que, como nunca antes, se han hecho escuchar para que se atiendan los derechos e intereses de “sus” trabajadores: asalariados-explotados, por las “ocho familias benditas”, durante décadas.
“Ocho familias benditas”, ahora ex dueñas de RCTV, patrones hechos y derechos, levantando la voz por “sus” trabajadores. Conmovedor. Si no fuera que a las “ocho familias benditas” las sigue animando, como en el 2002, la idea de que Chávez desaparezca de la faz de la tierra y así, de esa manera, se termina con la idea de la Revolución Bolivariana -ajena al “sentir nacional” de las “ocho familias benditas”-, de una más justa distribución de la riqueza y otras cositas por el estilo, tales como llevar salud y educación a cada rincón de Venezuela, donde antes –con el silencio cómplice de las “ocho familias benditas”, sobraba el hambre y el analfabetismo.
Son, recordemos, las "ocho familias benditas" que, cuando el golpe de 2002 contra Chávez, ignoraron olímpicamente a millones de personas que en las calles de Caracas y en toda Venezuela salieron a jugarse la vida para reponer a su presidente en el gobierno, enfrentándose a la oligarquía venezolana y a sus fogoneros de EE.UU..
Mientras el pueblo clamaba por Chávez, RCTV dispuso poner en sus pantallas dibujos animados y pelìculas de ficción. A plena "libertad de expresión".
En años, desde los días del boicot petrolero contra el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, no se había visto semejante despliegue, bramando por la “libertad de expresión” y la “democracia”. Ambas –“libertad de expresión” y “democracia”- a la usanza de esas “ocho familias benditas”, y de algunas otras que en el campo internacional se inscriben en lo que ya hace años el periodista Ignacio Ramonet denominó “dictadura mediática”. Siempre, claro está, ligada a la dictadura financiera, armamentística, tecnológica…
La cuestión, digámoslo otra vez, es cargarse a Chávez y con él al resto –millones de hombres y mujeres- que han decidido hacer de Venezuela un país para todos y dar por terminado el coto de caza de las un poco más de ocho familias ricas que, como las otrora dueñas de RCTV, suponían que eso de tener el sartén por el mango era un legado divino, inalterable por los siglos de los siglos.
En línea con ese gran deseo de terminar con Chávez, la dictadura mediática internacional, ahora en la tarea de arropar a las “ocho familias benditas”, mantiene caliente las pantallas de los televisores sosteniendo, tozudamente, el foco de atención en el tema del canal cincuentenario. Cosa que nunca se hizo, de manera sostenida y sistemática, por ejemplo, para que se impida –o se esclarezca- alguno, o todos, los casos de desapariciones, torturas y asesinatos de periodistas, que desde mediados de los años setenta hasta aquí llegan a casi mil. Cerca de mil periodistas fueron asesinados en Latinoamérica y el Caribe en los últimos treinta años, tanto en el marco de sanguinarias dictaduras militares, como en los denominados procesos democráticos.
Jamás –nunca jamás- se persistió en concitar la atención pública, sacar la gente a la calle, clamar por la vida y la libertad de expresión, con tanta vehemencia, constancia e intención de voltear a un gobierno, como sí se lo hace hoy en Venezuela y desde fuera de Venezuela, a riendas del desparpajo mediático sostenido por la dictadura transnacional. RCTV es lo de menos, y las “ocho familias benditas” son las primeras en saberlo: la consigna encubierta, y ni siquiera, es matar al “perro” –Chávez- y acabar con la “rabia” –la decisión de millones de venezolanos y venezolanas, y de muchos otros en distintos países del mundo, de vivir con dignidad-.
Vale recordar: en Venezuela se le terminó la licencia a RCTV y, con las facultades constitucionales que lo habilitan, el gobierno del presidente Hugo Chávez, no le renovó a las “ocho familias benditas” “su” supuesta y autoarrogada propiedad eterna sobre una franja del espacio radioeléctrico. Nada más que eso. Como ha ocurrido incontables veces en Europa y EE.UU.. Sin ninguna agitación al respecto.
No ha habido hasta aquí una campaña similar a la trazada en defensa de un canal de televisión, frente a crímenes y más crímenes contra periodistas. Tampoco nunca una campaña parecida, en defensa de la vida y la libertad y contra el desempleo de decenas de miles de periodistas, contra el salario basura de decenas de miles de periodistas, contra la polifuncionalidad basura, o las enfermedades profesionales que implican que las expectativas de vida de los periodistas sean de cinco años menos que el de la media de la sociedad. No. Nunca una campaña.
Excepto las que honrosamente llevan adelante, en luchas desiguales, organizaciones de periodistas que, como la FELAP, no se arrastran al servicio de los dueños del dinero y sus sicarios.
Las trampas “cazabobos” trabajarán a destajo. Esa es la tarea de “ellos”, la tarea de las “ocho familias benditas” y sus socios ideológicos. Por lo tanto nuestra tarea es denunciar, contra viento y marea y a como dé lugar, el principal y único fin de esta arremetida mediática contra Chávez: abortar un proceso revolucionario que camina en contra de los privilegiados y en favor de los más. Esa es la pura verdad. Abortar un proceso en el que las grandes mayorías, siempre humilladas y discriminadas –junto a su gobierno- han decidido resguardar y explotar para el bien común los recursos estratégicos del país.
Como se decidió hacer con el petróleo, en oposición al deseo voraz y asesino de EE.UU.. Lo demás, los supuestos valores de la declamada “libertad de expresión” es parte de la habitual hipocresía utilizada para encubrir genocidios y saqueos, o para lavarse las manos, como acostumbran los que no se pronuncian sobre el fondo de la cuestión especulando con salvar su pellejo.
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