El pensamiento y la propaganda que atribuyen los conflictos en el Próximo Oriente a características innatas de los pueblos que lo habitan, no sólo es erróneo sino reaccionario y racista. En esa región decenas de pueblos, con perfiles culturales afines, historias análogas y creencias religiosas diversas, conviven en razonable armonía.
En ninguna parte, se registran enfrentamientos confesionales ni luchas fratricidas comparables a las que tienen lugar en Irak y Palestina. Ninguna diferencia o rasgo nacional de esos pueblos explica ni justifica lo que allí ocurre, excepto la ocupación norteamericana y la hostilidad de Israel.
Lo que ahora suele llamarse Palestina, son los despojos de un territorio original que en 1947, con el voto de los Cuatro Grandes de entonces: Estados Unidos, Unión Soviética, Inglaterra y Francia, actuando bajo el manto de las Naciones Unidas, fue arbitrariamente dividido para asentar allí a los judíos europeos y crear un estado artificial, Israel.
Los judíos radicados en Palestina, encabezados por la elite sionista mundial, agrupados en la Agencia Judía, respaldada por las potencias europeas y que contaba con la complicidad de Gran Bretaña, que ocupaba Palestina, se prepararon política y militarmente para proclamar el Estado de Israel.
Si bien, teóricamente, la población árabe de Palestina pudo haber hecho lo mismo, ello no fue posible porque no existían las condiciones objetivas mínimas para la creación de un estado árabe. De impedirlo se encargaron los judíos, que emigraron en masa a Palestina, la reacción árabe que tenía pretensiones sobre aquellos territorios y sobre todo Gran Bretaña, la potencia ocupante.
Los estados árabes de entonces, que asumieron la representación del pueblo palestino, acudieron a las armas y fueron derrotados, no como dice la leyenda por mal armados colonos, sino por veteranos de la Segunda Guerra Mundial, ex-prisioneros de los campos de concentración hitlerianos y jóvenes europeos mandados por oficiales calificados, curtidos luchadores clandestinos y avezados políticos.
El resultado es conocido. Israel aprovechó la coyuntura, expulsó a los palestinos del territorio que la ONU les asignó y hasta hoy impide el cumplimiento de la resolución de Naciones Unidas, que ordenó formar dos estados: uno judío y otro árabe y con el apoyo de Europa y los Estados Unidos, se convirtió en la más temida de las potencias regionales.
Andando el tiempo, la mayor parte de los estados árabes siguieron el camino de Egipto y, o bien normalizaron sus relaciones con Israel o acomodaron su desempeño político a posiciones pragmáticas, que llevaron a una virtual convivencia con el amenazante Estado sionista.
Como era de esperar, los palestinos no se resignaron nunca y agrupados en decenas de organizaciones, con los medios a su alcance combatieron contra Israel, hasta que Yasser Arafat logró unirlos, dotarlos de un programa y de una representatividad política internacional, creando la Organización para la Liberación de Palestina, que fue internacionalmente reconocida como representante del pueblo palestino.
Por más de 40 años, los palestinos, conducidos por Al Fatah, más tarde por la OLP, bajo el liderazgo de Arafat, libraron una lucha de liberación nacional contra Israel. Fueron los Estados Unidos y Europa quienes auspiciaron los acuerdos que otorgaron la autonomía a una parte de los territorios palestinos ocupados por Israel y a la creación de la Autoridad Nacional Palestina, que ha pretendido funcionar como el estado que no es y como una republica nonata.
El escenario quedó listo para el absurdo de aplicar en territorios ilegítimamente ocupados por Israel, en los que se libra una lucha de liberación nacional, los criterios de la democracia burguesa, incluyendo el pluripartidismo y los ejercicios electorales, cosa que, aunque de modo precario, funcionó en vida de Arafat, pero que no sobrevivió a su deceso.
Muerto Arafat en unas elecciones se eligió a Mahmud Abbas, como presidente de la Autoridad Nacional Palestina y en otras a Ismail Haniye, líder de Hamas como primer ministro. Ambas organizaciones y líderes, no sólo no se entendieron ni estuvieron dispuestos a colaborar, sino que permitieron que los sucesos se fueran de control y Palestina, ocupada y agredida por Israel, se abocara además a una guerra civil de grandes proporciones. Hoy, además de la presencia de Israel, existen en Palestina dos gobiernos y dos liderazgos hostiles.
Resulta imposible predecir a cual de los líderes la historia responsabilizará por lo que ahora ocurre, pero no me extrañaría que Estados Unidos e Israel, verdaderos responsables del genocidio del pueblo palestino, no fueran mencionados.
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