Los andares del ‘Profe’ Nelson, un líder comunitario que hoy, 12 años después de haber sido desplazado de su natal Barranquilla, encabeza un proyecto educativo en Altos de Cazucá.
Llegó a Bogotá hace 12 años sin pensar que se quedaría. Su proyecto de vida estaba en Barranquilla, su ciudad natal. Sin embargo, amenazas y circunstancias difíciles por las que atraviesan muchos líderes comunitarios en el país llevaron a Nelson Pájaro a trasladarse intempestivamente a la capital y a iniciar un proyecto educativo que ya completa 10 años, principalmente con niños desplazados asentados en algunos barrios de Cazucá, en los cerros de Soacha.
‘El Profe’, como lo conoce todo el mundo, creció en el barrio El Bosque, de Barranquilla, y desde muy joven se destacó como líder popular en ese sector del sur occidente de la ciudad, donde a mediados de los años 80 vivían alrededor de 8.000 habitantes. Al terminar su bachillerato en el Inem de Barranquilla, ingresó al servicio militar y fue durante esa experiencia cuando comenzaron a revelarse sus condiciones de liderazgo y rebeldía: “Fue muy duro porque, aunque no lo considero malo, no obedecía a mis características; obedece más a cuestiones de normas que no tienen que ver con la convivencia, que hay que cumplirlas, sean buenas o malas. Lo que yo criticaba era la estructura, el hecho de que no era flexible. Uno tiene que obedecerle a un superior, tenga o no la razón. Tuve muchos problemas con los superiores porque yo soy muy respondón, no me quedaba callado. Muchas veces estuve castigado, amenazado.”
Al salir del Ejército, se encontró con una difícil situación en su barrio: el pandillismo. Bandas como ‘Los alacranes’ contaban hasta con 300 jóvenes entre los 10 y los 14 años que, además de rehusarse a estudiar, eran asesinados por grupos de limpieza social. Le surgió entonces la inquietud de comenzar un proceso educativo con algunos de esos muchachos. La vocación de enseñar la había heredado de sus abuelos, ambos profesores, quienes habían fundado una de las primeras escuelitas de banquillo en el barrio. Reunió entonces, inicialmente, a un grupo de 11 pandilleros a los que dotó de cuadernos y útiles. Con el tiempo, el proceso creció y llegó a constituirse en un colegio al que le dio el nombre de su abuela: Lucila Bustos. En ese momento su enfoque se ajustaba a los parámetros de la educación tradicional, es decir, primacía de los contenidos académicos. Junto con esa tarea, Nelson desarrolló también talleres y procesos de emprendimiento y de creación de microempresas con los jóvenes.
Su afinidad y cercanía con iniciativas populares y con algunos movimientos e ideas de la izquierda política de finales de los años 80 y comienzos de los 90 constituyeron las razones principales de su salida de Barranquilla, debido a la inconformidad de lo que recuerda como “la ultraderecha política barranquillera”. Hoy, gracias a la frialdad y la madurez que vienen con los años, cuestiona vehementemente la polarización de la que fue víctima y que continúa vigente en el país: “Izquierdista, derechista, como se llame, sufre el flagelo de la miseria, de la pobreza. Cada uno arma una película para beneficiarse a costa de los demás. Sea izquierdista, derechista, lo que sea, es una película.” Un día, escondido en la casa del frente, vio cómo unos hombres llegaron a la residencia de su madre, preguntaron por él y le advirtieron a su familia que si llegaba a ser visto en el barrio lo asesinaban. Decidió entonces partir para Cartagena a donde unos familiares. Sin embargo, su condición de amenazado no fue bien recibida por ellos, hecho que lo llevó a viajar a Bogotá. “Uno como barranquillero siempre quiere vivir en Barranquilla porque en ciudades como Bogotá uno vive amarrado, muy encerrado. Barranquilla es una ciudad libre, es muy diferente. Existía mucha gente que me quería hacer daño porque consideraba que yo era un peligro, entonces un día un amigo me dijo que me fuera para Bogotá que allá no me conocía nadie.”
Tras recorrer la capital por varios días, porque las direcciones y contactos que tenía habían cambiado, sumado al hecho de que fue atracado, despojado de todas sus pertenencias y tuvo que dormir en plena carrera Séptima, logró dar con el paradero de un familiar que le abrió las puertas de su casa en el barrio Britalia. Durante esa primera etapa, Nelson quiso olvidarse un poco de la labor que había desempeñado en Barranquilla y se dedicó al rebusque en oficios como reciclador, chatarrero y vendedor de helados para poder pagar el arriendo. Fue en esa época que conoció a su futura esposa; Sandra era la hija de doña Rosina, una señora que vendía morcillas al lado de la casa de su primo y quien permanentemente le colaboraba a Nelson con la alimentación. Las frecuentes visitas al puesto de rellenas terminaron consolidando la relación que lo llevó a quedarse en Bogotá por dos años.
Pero la nostalgia y los intensos deseos de regresar a su ciudad lo llevaron a intentarlo una vez más. Llegó entonces al barrio Villa San Pedro de Barranquilla donde, con la ayuda de su esposa, fundó un proyecto escolar. Sin embargo, las continuas inundaciones en la escuelita, donde el agua les llegaba hasta la cintura a los alumnos, y una especie de distanciamiento con su familia acabaron con el sueño de Nelson de rehacer su vida en Barranquilla. Fue Sandra quien lo convenció de volver a buscar suerte en la capital. Y regresaron. Esta vez se instalaron en Altos de Cazucá, en Soacha. “Mi suegra tenía un lote aquí y me comentó que si quería se lo cuidara. El primer día que vine, sinceramente, me sentí aterrado porque en Barranquilla hay pobreza pero aquí hay miseria. A pesar de que allá haya pobreza, la gente con mil pesos come; acá, no. Cuando vine a este barrio eran unas cuantas casitas. Era terrible, sin embargo me quedé. A los dos días de estar aquí, mi suegra me presentó a los vecinos y siempre me presentó como el profesor. Entonces me dijeron que por qué no les daba clases a los niños y arranqué.”
Esa iniciativa comenzó con un pequeño grupo de niños que recibía clase debajo de unos árboles. Así nació la Escuela Fe y Esperanza que hoy en día representa una alternativa educativa para cerca de 200 niños del barrio El Progreso y sus alrededores. “Donde está la escuela del barrio ahí había sólo pinos. Les dije: ‘mañana los espero a tal hora en los pinos’ y llegaron como 20 niños y comencé a trabajar; ahí nació la escuela. Eso fue en el 97. En el 99 llegué a tener casi 400 niños.”
El proyecto ha logrado hasta la fecha credibilidad y reconocimiento. Diversos medios de comunicación, nacionales e internacionales, se han interesado por su gestión y le han otorgado importantes espacios de difusión que han permitido que algunas personas aporten recursos y tiempo, pero aún falta una financiación sostenible. “El hecho de que haya llegado tanta gente me ha permitido hablar más sobre el proyecto y darlo a conocer. Hay gente a la que le ha parecido bueno y se ha comprometido a ayudar. Hoy tengo la escuela y el comedor.” Esta semana comienzan las clases nuevamente y las metas del ‘Profe’ para el semestre que inicia son organizar el experimento de las aulas especializadas de lectura y escritura y de ciencias y dejar equipada e instalada la sala de informática, que representa uno de los mayores atractivos para los niños.
Su trayectoria, experiencia y las dificultades por las que ha atravesado a lo largo de su vida le permiten hoy hablar con autoridad de la necesidad de un replanteamiento de los parámetros que rigen la educación en el país: “Yo siempre he soñado con que en Colombia haya una ley que permita la educación popular; no existe. Existe la educación indígena, la de las negritudes. El proyecto educativo que tenemos hoy en día representa una resistencia a la educación tradicional. En Colombia no hay un modelo para los estudiantes itinerantes; aquellos estudiantes que no obedecen a las escuelas tradicionales, a un currículum, a un cronograma sino que su misma situación los hace salir y entrar de la escuela; para ellos no hay proyectos.” Uno de sus inspiradores es el proyecto de la Escuela Pedagógica Experimental (EPE) en Suba, a cargo de Dino Segura quien lo ha apoyado con capacitación, experiencia y material para lo que quiere implementar en Cazucá.
En el plano personal, Nelson reúne varias de las características y habilidades organizativas y comunicativas que, como lo indican diferentes investigaciones, les permiten a muchas personas en condición de desplazamiento superar las adversidades. Éstas tienen que ver con la consagración al trabajo, la perseverancia, la generosidad, el desarraigo por lo material y el buen humor. [1]
Cuando no está en la escuela, pasea por las destapadas y empinadas calles del sector; habla con los vecinos sobre los problemas del barrio; comparte con los niños y repara tuberías y estructuras en los ranchos.
Su mayor alegría, además del hecho de estar cumpliendo con plena satisfacción lo que siempre fue su sueño de enseñar, es el ser padre. Muchos fueron los inconvenientes, entre ésos la pérdida de un hijo, que llevaron a médicos y amigos a sugerirles a él y a su esposa que adoptaran un niño, a lo que respondía: “yo qué voy a adoptar más niños si yo tengo tantos niños en la escuela; no necesito adoptar niños, vivimos metidos en medio de los niños”. Entonces, a pesar de las recomendaciones, lo intentaron de nuevo: “un día, de la noche a la mañana, después de cuatro años, Sandra salió toda contenta y me dijo que estaba embarazada. Pero entonces surgió otra vez la preocupación de que si lo perdía iba a ser más duro para ella.” Fue un embarazo de alto riesgo cuya primera etapa mantuvo a Sandra tres meses en cama, sangrando permanentemente. A los ocho meses, Nelson tuvo que salir corriendo a llevar a su esposa al hospital en una situación muy delicada. Tras permanecer alrededor de seis horas en diferentes salas de espera, decidió regresar a casa a descansar, recoger ropa y algo de comer. Al llegar nuevamente al hospital, un médico lo recibió con la noticia de que su hijo había fallecido: “me dijo que había nacido el bebé pero que había muerto y que mi esposa estaba grave. Entonces me desmoralicé, me quedé achantado un rato, respiré y caminé.” Sin embargo, se trataba de una confusión: otra mujer llamada Sandra. Así, en medio de innumerables dificultades y falsas noticias, nació Adrián, quien hoy tiene seis años. Con Alvarito, el menor, el proceso fue igual de tortuoso y, desafortunadamente, el sufrimiento continúa debido a un problema intestinal de nacimiento. “Él duró un año en el hospital. Prácticamente se nos murió dos veces. Un día, después de tanto correr con él para allá y para acá, llevando una vida estresante entre el hospital y la escuela, me arrodillé y le dije a mi Dios. ‘Tú me diste a mi hijo, Tú decides por él, pero no vuelvo a llevarlo al hospital.’ Y ahí está mi hijo: de tres años, grande, lo veo gordo, lo veo alegre.”
Sus hijos, dice, a pesar de la corta edad, ya revelan algunos de los rasgos que quiere imprimirles a sus estudiantes y, por medio de éstos, a la comunidad en general: liderazgo, sentido crítico, recursividad, perseverancia y trabajo: “Muchos pobres quieren seguir siendo pobres porque no quieren compromiso, no quieren luchar por sus sueños; quieren seguir siendo mantenidos, que todo se lo den en las manos sin ningún esfuerzo.”
Autor: Daniel Clavijo Tavera Periodista
Correo de Contacto: danielclavijotavera@yahoo.es
[1] [1De acuerdo con la investigación Transformación y resiliencia en familias desplazadas por la violencia hacia Bogotá, realizada por Constanza González y publicada en la Revista de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Los Andes, las familias víctimas del desplazamiento desarrollan características y habilidades especiales que les permiten sobreponerse a la adversidad.
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