La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
23 - Piérola dictador
Piérola, después del cuartelazo que lo llevó al poder, hace primar en su actuar, el antagonismo político en contra de los que consideró sus enemigos: en primer lugar a los civilistas a quienes no perdonó ni tampoco les creía lo que decían y desconfió permanentemente de ellos. Ese comportamiento lo llevó por encima de la aflictiva situación del país en plena guerra y después de haber perdido su capacidad naval y que Tarapacá estuviera ocupada y el ejército del sur amagado por el enemigo. Vivió siempre enceguecido por su egolatría y pensó y creyó que su carisma estaba por encima de la verdad y la realidad; junto a su megalomanía, mostró el odio a todo aquel que pensó se le oponía y resultó ser casi todo el Perú.
El Jefe Supremo se dedicó con todo empeño a tres tareas: reestructurar la maquinaria del Estado, desorganizar al ejército y perpetuarse en el poder.
En lo administrativo y, para el dictador, primera prioridad, por decreto del 23 de diciembre nomina su gabinete con siete secretarios; declara abolida la Constitución de 1860 que reemplaza por un Estatuto Provisorio que había redactado y consta de doce artículos y junto con ese documento se desató un carnaval burocrático con pretensiones de redimir al hombre peruano, la sociedad y cultura que compone. El dictador pretende que surja un ser puro e inmaculado y se llene de felicidad quemándole incienso. Desató un torrente de decretos por demás inútiles o baladíes; surgiendo circulares que poco interesan y reglamentos inaplicables. Hizo frondosa la estructura burocrática, como la creación del Consejo de Estado que, una vez creado, se olvidaron para qué servía, por eso no se volvió a reunir y, para completar el sainete en vísperas de la tragedia, Piérola se entretuvo pronunciando discursos ditirámbicos con exhibicionismo de uniformes y entorchados que eran su delirio. En oportunidades y sin buscarlo dice la verdad como en el discurso a comienzos de 1880 al inaugurar justamente el Consejo de Estado: (54).
"Destruida nuestra flota, destrozado nuestro ejército y desarmados, no por el empuje y el poder del enemigo, sino por nuestros propios conductores, que nos dejaban al mismo tiempo sin tesoro, ni crédito, pero rodeados de todo género de problemas interiores y exteriores".
La estructura del estado, su arquitectura que reposa en la constitución y las leyes son desaparecidos de un plumazo; desmanteladas, cuando no arrasadas, dejando en cambio un Estatuto que era más de presentación efectista que necesario y de real cambio, desde que, en sus doce artículos, consagra nuevamente lo que de básico tenía la Constitución abolida, pero no dice nada positivo frente a la realidad desesperada de la guerra.
Se dedicó a remover personal de los cargos administrativos para nombrar en ellos a sus adictos, amigos y serviles servidores y que el olor del incienso llene la casa de gobierno y sólo quedó un tremendo desorden, desasosiego y descomposición en lo poco de la estructura del estado que aún quedó en pie.
El ejército de línea, de por sí bastante vapuleado y reducido a su mínima expresión, con menos de cuatro mil hombres acantonados en Tacna y Arica son los que reciben el peor trato en la desorganización general que Piérola introduce. Desconfiado por naturaleza, dispone cambios de oficiales y jefes en pleno conflicto, estando muchos de ellos al frente del enemigo y, no sólo efectúa esos cambios, sino que reestructura al ejército en cuatro agrupaciones, dos de ellas en el sur, otro en el centro y el último en el norte. Igualmente la reserva es dividida en movilizable y sedentaria. Tal absurdo estructural, en especial la división del ejército del sur en dos, sin vínculo de mando ni tampoco geográfico entre ellos, determina la airada y justificada protesta de Montero a quien se encargó la jefatura del Primer ejército del sur, dirigiéndose al Ministro de Guerra: (54a).
"General en Jefe del Primer Ejército del Sur. Arica, 24 de febrero de 1880. Señor Secretario de Estado en el Despacho de Guerra — Solo el día de ayer ha llegado a mis manos el apreciable oficio de Ud., fecha 31 del próximo pasado mes, por el cual se sirve transcribirme la Suprema Resolución de la misma fecha, organizando el primer ejército del sur, cuyo mando se me ha confiado. Sin que sea negarse mi ánimo a cumplir las supremas disposiciones a las que debo atribuir el mas detenido y concienzudo estudio, voy sin embargo, a manifestar a Ud. mi opinión sobre la naturaleza de la reforma que se intenta llevar a cabo, comprometiendo gravemente la estabilidad del primer ejército del Sur, y el porvenir de una situación tanto mas excepcional, cuanto mayores han sido las vicisitudes porque viene pasando la República y los obstáculos casi insuperables que hemos tenido que vencer para construir este principal baluarte de la defensa nacional. El Decreto de organización que Ud. me trascribe es tan funestamente peligroso llevarlo hoy a cumplido efecto, que a la verdad agradecería a S.E. el Jefe Supremo, que, en atención a mi desprendimiento militar, al interés patriótico que me domina y a los servicios que vengo prestando con no escasa resignación desde que se declaró la guerra, se me librase de una responsabilidad tan inmensa ante el país y la posteridad, que no serían bastantes las posteriores glorias y la vida inmaculada del hombre que las adquiriese para reparar los males que sobrevendrían a la República y a la alianza, si se reorganizase el ejército de vanguardia alterando su personal, en momentos en que ya se encuentra al frente del enemigo. Hay aun otra consideración que en conclusión haré valer ante el Supremo Gobierno para que considere el Decreto de 31 de enero. Muchos de los jefes que comandan cuerpos y divisiones o que se hallan en otras colocaciones de más o menos importancia han adquirido legítima y denodadamente esos puestos, unos en los campos de batalla y otros en medio de los sinsabores y privaciones del servicio de campaña. ¿Sería justo premio para esos servidores de la Nación y noble ejemplo para el ejército que ahora se les relevase de los mandos? ¿Puede ser legítimamente admisible que batallones que han conquistado su nombre en gloriosas funciones de armas, y ya como premio ya como estímulo se ha perpetuado el recuerdo de la victoria, dándoles el nombre del lugar donde la obtuvieron, pasen a ser refundidos en cuerpos nuevamente creados y sin tradición? Pues bien, señor Secretario, esto sucederá con el nuevo plan de reorganización, porque muchos de los cuerpos existentes perderán su nombre en la refundición que se intenta efectuar. Y si a este cúmulo de circunstancias, a cual mas atendible y seria, se agrega la confusión que va a producir la variedad de armamentos que resultará de los nuevos cuerpos, al formar uno, de dos o tres que tienen distinto sistema de rifle y su peculiar enseñanza. Si a todo esto, por último, se agregan las consiguientes dificultades con que tropezará indudablemente para que el soldado conozca a sus nuevos jefes y estos a sus subordinados, o lo que es lo mismo para armonizar las costumbres, los caracteres y los lazos de unión y respetuosa confianza que deben reinar entre unos y otros, entonces. Sr. Secretario, el desquiciamiento general del ejército no podrá evitarlo poder ni influencia alguna, por más que las ventajas de la reorganización hayan halagado las esperanzas del Supremo Gobierno. En guarda, pues, del porvenir, de la situación del ejército de vanguardia y de mi responsabilidad ante el país y el Supremo Gobierno, reitero a U.S. el convencimiento de cuanto dejo expuesto, esperando que en mis observaciones no se vea otra cosa que el justo pedido de la reconsideración de un Decreto que entraña la mas tremenda responsabilidad, así como para quien lo dicto como para quien por desgracia llegara a ejecutarlo.— Montero".
La suerte del ejército del sur o primer ejército, estaba echada al no reconsiderarse el Decreto, sino que igualmente se mantuvo la actitud de no mandar refuerzos de ninguna clase, pese a que Lima contaba con una guarnición de más de 17,000 nombres y suficientes suministros. Peor aún, no sólo se le dejó en el desamparo, sino que recibió órdenes que lo imposibilitaban a tomar decisiones en cuanto a emplazamientos o lugares donde mejor se pudiera enfrentar al enemigo, como la de permanecer en la ciudad de Tacna y defenderla en el mismo lugar.
Igualmente se hicieron gestiones diplomáticas para que Campero, que recién se había hecho cargo de la presidencia de Bolivia, se constituyera en Tacna. ¿Por qué? Había un acuerdo entre los presidentes de la Alianza y era que cualquiera de ellos que estuviera presente en un teatro de operaciones, asumía el mando supremo. En ese caso, lo que parece que buscaba Piérola, era que la presencia de Campero anulara el mando de Montero, colocando al contralmirante peruano como segundo, sin poder de decisión.
Los prefectos también recibieron indicaciones precisas del Dictador de no hacer caso a Montero o cualquier otro comandante de armas, por muy premiosa que fuera la situación, pues sólo debían obedecer lo que Piérola dispusiera. En ese sentido Carlos Gonzales Orbegozo cumplió al pie de la letra el no ayudar en lo absoluto al primer ejército de Tacna, hasta que fue destruido completamente. Se tuvo que llegar hasta la inmolación de Bolognesi en el Morro para que este nefasto personaje fuera removido del cargo de prefecto de Arequipa, aunque el divorcio entre prefectos y comandantes persistió.
El último dislate del dictador Nicolás de Piérola fue considerarse único e insustituible, por lo cual, considerando que era un ser mortal y perecible, desea establecer, si no la monarquía hereditaria, por lo menos el derecho de sucesión, por lo cual, el 22 de marzo de 1880, decreta: (55).
"Nicolás de Piérola. . , Considerando: 1. Que mientras la República se da las instituciones que definitivamente han de regirla, y pudiendo ocurrir que por diversas causas me halle impedido temporal o absolutamente para atender a la administración y gobierno del Estado, es indispensable proveer a tal situación; 2. . . Decreto: Art. 1. Si a causa de las exigencias de la guerra actual, o por cualquier otro motivo, me hallase temporalmente impedido, se encargará del Poder Ejecutivo Nacional, y con esta denominación, el ciudadano que yo designare. . ."
Después de sesenta años de república, Piérola trató de imponer su sucesión. ¿Primer amago para establecer su dinastía? o, adelantándose a posteriores dictadores en otros países ¿pensó hacerse nombrar o él mismo autonominarse presidente vitalicio?
El asalto al poder por Piérola determinó que el crédito concertado para la adquisición de nuevos barcos de guerra, fuera anulado, al exponerse que la inestabilidad del gobierno peruano no permitía realizar la operación crediticia.
Su mesianismo lo lleva a sancionar sin juzgamiento: A Prado, acertadamente, por decreto de 22 de mayo de 1880 lo privó de los derechos de "ciudadano del Perú". Atacó duramente al general La Puerta y lo mismo al general La Cotera, ex ministro de Guerra, acusándolo cínicamente de los sucesos del 20 de diciembre, justamente lo que él causó. No reparó que el enemigo estaba asolando el país y que su avance se hacía cada día más profundo. A Piérola no le preocuparon los chilenos; primero quiso sancionar a todo aquél que se hubiera cruzado en su ambición y, en forma progresiva lo fue ejecutando, sin reparar en el daño que pudiera irrogar a la patria tales medidas. A su ego lo situó por encima de los intereses nacionales, a pesar de la guerra que iba por mal camino.
A través de sus actos, parece que no se percató de la magnitud de los problemas del Perú y cuál la conducta a seguir para confrontar cada uno de ellos.
Basadre trascribe el comentario que sobre la situación peruana asumió Piérola, expuesto en su "Historia de Chile", Vol. XVII, por el historiador Francisco A. Encina: (56).
"La situación que Piérola se echó sobre sus hombros era desesperada. El poder marítimo del Perú estaba aniquilado y que su extenso litoral con los valles transversales que alimentaban al país, a merced del enemigo. La "Unión" solo podía hacer riesgosas excursiones furtivas para conducir algunos pertrechos. La traslación terrestre de tropas de un valle a otro era muy lenta y exigía elementos de movilización que el Perú no tenía. El ejercito del sur (Encina habla de la situación en diciembre de 1879, antes de la campaña de Tacna y Arica) estaba reducido a los 7,000 hombres mal armados y casi desnudos que Montero logró reunir después de San Francisco y Tarapacá y a 3,500 bolivianos enclavados en Tacna por carencia absoluta de elementos de transporte; y su socorro y refuerzo eran imposibles. El ejercito de Arequipa no pasaba de ser un núcleo de reclutas sin disciplina ni espíritu militar cuya conjunción con Montero nunca llegó a efectuarse. El de Lima, después de los combates entre Gonzales de La Cotera por un lado y Arguedas, Iglesias y el propio Piérola, por el otro, quedo reducido a unos cinco mil o seis mil hombres. Y estas diversas fuerzas estaban fraccionadas en forma que su concentración en un núcleo eficaz de resistencia era imposible. Problema no menos grave que el del aumento y disciplina del ejercito era el de las armas. Las que trajeron el "Talismán", el "Lima", la "Pilcomayo:’ y otros transportes durante el gobierno de Prado se habían distribuido casi totalmente en el ejército del sur y mucha parte de ella se perdió" en la dispersión de San Francisco y en la retirada de Tarapacá. Las que quedaron en Lima en parte se dispersaron o destruyeron durante los combates del asalto al poder. . . Piérola estaba inerme frente a un enemigo armado.
Pero tal vez el aspecto mas pavoroso era el económico financiero. El servicio de la deuda externa estaba suspendido y el crédito del Perú arruinado por la inmoralidad, el caos político y las derrotas. Su gran fuente de recursos, el guano, se hallaba en poder del enemigo. La exportación del azúcar había alcanzado en 1879 a 81,000 toneladas; mas los destrozos de la expedición Lynch en los ingenios, los ferrocarriles y los elementos de embarque, la iban a reducir a 62,000 en 1880. Las arcas fiscales estaban exhaustas, el billete se depreciaba cada día y bajaba a 11 d., los empleados impagos, el comercio paralizado, la agricultura desatendida, la miseria azotaba al pueblo y a la clase media y la pobreza empezaba a golpear a las puertas de los ricos de otros tiempos.
En lo moral, recibió un país derrotado en mar y en tierra; una voluntad guerrera, sino aniquilada, herida; y un alma nacional disuelta en cincuenta años de revoluciones y trastornos, que no habían logrado cuajar en un estado orgánico.
Finalmente, el tiempo necesario para dominar tan graves problemas dependía de la voluntad del enemigo. Si la obsesión de la política boliviana no embarga, providencialmente para Piérola, los cerebros de Pinto y de Santa María, Lima habría caído en febrero o en marzo de 1880; la defensa se habría desorganizado al nacer; y en vez de las grandes batallas de Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores, la guerra de habría reducido a las expediciones al interior que siguieron a la ocupación de Lima".
24 - Intolerancia de Piérola
El Dictador no toleró críticas y cuando éstas se produjeron en relación a los reclamos de Dreyfus por el contrato suscrito con el Crédito Industrial por los encargados Rosas y Goyeneche, que al decir del primero, era lo mejor posible que se pudo lograr en vista de las circunstancias.
Comentario favorable a dicho contrato publicó "El Comercio" el 10 de enero de 1880, basándose en correspondencia procedente de París. Editorialmente hizo notar que la casa Dreyfus había ofrecido en su reclamación presentada un año atrás, una transacción en la cual hizo una rebaja del sesenta por ciento. En el nuevo reclamo ignoró tal posibilidad.
¡Que se pusiera en tela de juicio la honorabilidad de Dreyfus!, rebasó cualquier tolerancia que Piérola pudiera tener, por lo cual, el 12 de enero, en carta pública dirigida a su Secretario de Gobierno, expresó que, la carta de París publicada fue fraguada en Lima y pide que se constituya en el citado diario exigiendo el original de dicha carta. En su escrito, expresa: (57).
"La prensa de Lima en su mayoría y muy especialmente "El Comercio" ha sido hasta hoy el principal cooperador del abuso político y administrativo que hemos venido a destruir, de la tiranía y la explotación pública de los últimos siete años, de la farsa y el engaño sistemático que ha traído al país al punto en que le hallamos. Es preciso que esto cese y cese inmediatamente. . . Yo no conozco delito mas enorme que el tráfico de las ideas y la especulación hecha por la prensa que le sirve de medio para difundirlas. Desgraciadamente la nuestra, salvo honrosas excepciones, ha calumniado sin embozo, ni correctivo y ha ayudado sin escrúpulo y por paga, de lo que tengo pruebas recibidas, a los que sin conciencia, han especulado con los tesoros y los mas caros intereses del país. La discusión libre de los asuntos públicos, comenzando por los actos de gobierno, es y debe ser nuestra más grande aspiración; pero no es aquella posible si impunemente puede faltarse a la verdad y deliberadamente se emplea la prensa en engañar".
En el mismo documento señaló que se tomaría "ejemplar represalia".
Pese a la autenticidad de las dos cartas provenientes del corresponsal en París y violando en forma específica el artículo 7 de su propio Estatuto que garantizó la libertad de prensa, por resolución del 16 de enero de 1880 y suscrita por el Ministro de Gobierno y Policía, Nemesio Orbegoso y él refrendó, dispuso la prohibición a "El Comercio" de publicarse en lo sucesivo e igualmente de cualquier otro diario que pudiera salir de la misma imprenta, señalando entre otros aspectos en su parte considerativa: (58).
"Que lo acaecido con este diario no es sino una prueba del deliberando y persistente propósito de continuar favorecido por la impunidad de que ha gozado hasta hoy, empleando la prensa como medio de extraviar el juicio público, forjando calumnias e imposturas con grave daño de la moral, de los intereses generales del país y de la institución misma de la prensa".
Tal como comenta Basadre, la medida adoptada por Piérola fue (59) "violenta y arbitraria, y por lo tanto, resulta condenable", seguidamente puntualiza que por muchos poderes que se irrogara, no podía ser juez y parte e invadir la competencia del Poder Judicial y por ello, sin previo juicio, imponer sanción de tal drasticidad, colocándose a la altura de cualquier tiranuelo que no tolera crítica alguna y por voluntad propia resuelve por encima dé la competencia de otros poderes.
"El Comercio" permaneció cerrado durante la dictadura y ocupación chilena hasta el Tratado de Ancón, saliendo nuevamente a la circulación el 22 de octubre de 1883.
En el país, durante sus años republicanos, ese atropello fue repetido múltiples veces, pero en ese caso particular, resultó sugerente que Piérola no procedió con serenidad y de acuerdo a la ley, sino, se dejó dominar por sus pasiones: de ira, cólera u odio, indicativos de lo anormal de su proceder. Lo arbitrario de su conducta quedó corroborado al enviar a prisión al ex ministro de Hacienda del gobierno anterior José María Químper, cuyo único delito fue haber cumplido con su deber, tan es así que la Corte Suprema mandó sobreseer la causa.
25 - Piérola y Dreyfus
Un capítulo especial en la gestión de Piérola que cobra particular importancia al convertirse en el eje de toda la gestión de guerra, fue la obtención de créditos extranjeros que permitieran salir al país de la grave situación en que se encontró por la carencia de dinero y solvencia para adquirir barcos, armamentos y demás elementos necesarios para proseguir el conflicto e iniciar la recuperación nacional al término de aquél.
La desastrosa gestión hacendaría de los últimos diez años sumada a profunda deshonestidad administrativa y agravada por la deficiente gestión gubernamental, había conducido al país a deudas cuantiosas y a la pérdida de la confianza económica, por el impago de los intereses a los bonistas de la deuda. Incluso, en 1876, la incompetente gestión económica del gobierno de Manuel Pardo llevó a la bancarrota al país. En ese estado de finanzas, el procurar dinero fue tarea urgente y éste sólo podía provenir de los créditos que se lograran en el extranjero con la garantía del guano y salitre. El primero había sido la base de la economía nacional en casi treinta años y el segundo en la última década. Riquezas que obnubilaron a los gobernantes, desinteresándose de cualquier otro desarrollo económico, como no fuera la agricultura costera en especial la azucarera que en parte estaba vinculada a la riqueza guanera.
Los mayores antecedentes de la deuda estuvieron en los empréstitos en bonos celebrados en 1870 y 1872, para proseguir la construcción de los ferrocarriles, deuda que en 1880 fuera de 32 millones de libras esterlinas.
Durante el gobierno de Prado, el Congreso, por ley, confiere plenos poderes al ministro del Perú en Francia, Juan Goyeneche y al presidente del Senado Francisco Rosas, para que suscribieren un contrato sobre la base del guano y salitre que permitiera: garantizar el pago de la deuda externa; lograr la adquisición de dos acorazados superiores a los que tenía Chile y, llegar a un acuerdo sobre problemas pendientes con los contratistas y consignatarios.
Los comisionados, pese a los obstáculos que la diplomacia chilena organizó, de las intrigas de aprovechadores y oportunistas inescrupulosos y carentes de documentación sobre los créditos que reclamaban, a los cuales se unió la Peruvian Guano y, especialmente, la casa Dreyfus Hermanos, estos últimos miraron recelosamente la acción de los comisionados que determinaría el fin de la inicua explotación que realizaban con la riqueza peruana.
Goyeneche y Rosas, superando dificultades y devolviendo la confianza a los acreedores peruanos e incluso, a los gobiernos europeos, el 7 de enero de 1880, suscribieron el contrato con la Sociedad Crédito Industrial, pactándose entre otros aspectos: Que el Perú recibiría 2 libras esterlinas en dinero y otras dos en bonos por cada tonelada de guano extraída y, con la diferencia sobre el precio de venta, se efectuaría el pago de la deuda externa; anticipo de 800,000 libras esterlinas por cláusula secreta para la adquisición de los dos acorazados; y, el Crédito se comprometió a concertar arreglos con los bonitas, consignatarios y contratistas sobre cuentas y otros aspectos contenciosos que hubieren.
En esa misma fecha los comisionados rescindieron el contrato existente con la Peruvian Guano Company o casa Thompson Bonard de ingrata recordación, de la cual Mariano Felipe Paz Soldán manifestó: (60).
"A estos sórdidos manejos contribuyó también la casa Thompson Bonard que, disfrazada con el nombre de "Peruvian Guano Company" consiguió ser la casa consignataria del gobierno peruano. Viendo que su contrato con el Perú debía terminar pronto, y sabiendo que no conseguiría continuar como consignatario, por la mala fe y los fraudes con que desempeñó su comisión, acordó un plan pérfido. Se puso de acuerdo con el ministro de Chile en Londres, y le propuso (marzo de 1880) que daría a Chile una libra por cada tonelada de guano que exportara; que con los restos del producto pagaría a los tenedores de bonos del Perú los intereses y el capital, después de deducir exorbitantes gastos y comisiones.
El comercio honrado de Londres vio con asco y rubor a esos agentes y apoderados del Perú, a esos indignos depositarios de su confianza, que así lo traicionaban, haciendo causa común con su enemigo, poniendo en manos de este la riqueza de su poderdante, y pactando su propia deshonra; se entendían el judío con el ladrón".
Dreyfus por su parte, protestó y opuso al contrato, apoyado por los diplomáticos chilenos en París y Londres. Piérola recibió las quejas de su protector, posible financiador de sus golpes revolucionarios y viejos amigos, los hermanos Augusto y León Dreyfus, disponiendo en forma arbitraria y dictatorial y, por encima de la ley, la anulación el día 23 de febrero de 1880, del contrato suscrito con el Crédito Industrial, y lleno de rencor, dispuso en la misma fecha el enjuiciamiento de los comisionados Goyeneche y Rosas y el embargo de sus bienes.
Al respecto del contrato con los Dreyfus, José María Químper, ministro de Hacienda en 1879, que sólo había mostrado honestidad, capacidad y patriotismo, escribió: (61).
"Dreyfus ha ganado una de las importantes fortunas de Europa gracias a Piérola y a la blandura de los peruanos. Cuando instalaron su almacén de telas y ropita barata en la calle del Correo ¿cuánto valían los hermanos Dreyfus? Ni diez mil soles. Ahora valen cien millones de libras esterlinas contantes y sonantes. Y el Perú, el dueño del guano, sólo tiene deudas y ni siquiera buenos rifles para defenderse. . . ¿Se acuerdan del escándalo por la diferencia entre el tonelaje de registro y el tonelaje efectivo de los buques que cargaban guano? ¡Cuarenta y dos por ciento! Desde 1841 sabemos que se han llevado doce y no siete millones de toneladas como aparecen en los registros oficiales. Un robo importante. . . Importa 60 millones de libras esterlinas. Francamente asombroso. Y ahora, en plena guerra, el señor Piérola regala los últimos cuatro millones que se puede ordeñar al país. Un obsequio con facultades omnímodas a su viejo amigo Dreyfus".
Los Dreyfus que un año antes ofrecían reducir sus reclamaciones en porcentaje apreciable, por (62).
"las criminales convivencias entre el conspirador de oficio y los que habían abusado de su comisión como consignatarios. . . El gobierno de Chile no habría procedido de mejor modo para echar por tierra el crédito del Perú, y para arrancarle toda esperanza de salvación".
Recibieron de Piérola: el reconocimiento de un saldo de cuatro millones de libras esterlinas que reclamaban; el monopolio en la venta del guano hasta que la deuda sea cancelada; la entrega por transferencia de los depósitos o stocks de guano que estuviera en poder de la Peruvian Guano. Este increíble regalo lo efectuó Piérola a cambio de la promesa que le hicieron los Dreyfus de prestarle un millón de libras esterlinas para la adquisición de barcos, dinero del que jamás entregaron un centavo, pero sí perpetraron el saqueo de las últimas riquezas, y con ellas, las esperanzas del país que desesperadamente necesitaba ese recurso económico, por eso Paz Soldán escribe: (63).
“Este solo acto bastaría para que caiga sobre don Nicolás de Piérola todo el peso de la responsabilidad por las desgracias que hoy abruman al Perú”.
Con ese increíble contrato se regaló a los Dreyfus las últimas riquezas nacionales disponibles, con lo cual, selló el aciago destino del Perú. En esa forma se consolidó otro eslabón en la tragedia del 79.
Piérola requirió de dinero en forma urgente y frente al caos hacendario que encontró y él continuó, procuró agenciarse algunos recursos. De la Iglesia obtuvo, en calidad de préstamo, joyas y ornamentos valiosos del culto que fueron valorizados en trescientos mil soles de plata.
Procuró poner coto a la emisión inorgánica de billetes fiscales que los bancos podían hacer, acción dolosa que se cortó por decreto del 6 de marzo de 1880 disponiendo el recojo de los billetes y su pago en monedas de plata. La comisión correspondiente fijó la responsabilidad del Banco Nacional del Perú en 682,630,43 libras y la del banco del Perú en 297,406,22 libras esterlinas. El 7 de mayo se mandó ejecutar a dichos bancos por deudas al Estado, interviniéndolos.
Para formarse una idea de la devaluación monetaria, en 1880 un sol billete se cotizó en 11 peniques. El 14 de enero por decreto se estabilizó el cambio a 12 peniques o 3.75 soles billete por un sol fuerte. En esa misma fecha, fijó al oro como elemento circulante legal, y mientras se acuñaron los "incas" de oro, se debió utilizar libras esterlinas.
El oro no llegó a ser acuñado y en su reemplazo se emitieron 3’600.000 "incas" de papel y, para captar dinero de los ahorros del público, se dispuso la venta de tres millones de bonos del Tesoro.
Piérola, es acusado por algunos y otros lo defienden, que en el primer año de la dictadura, de diciembre de 1879 al mismo mes de 1880 se efectuaron ingentes gastos, útiles o necesarios, o también superfluos, fluctuando las cifras de lo gastado entre 380 millones como acusa Químper a 114 millones que contabiliza y justifica Basadre.
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