La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
64 - Derivación política de Huamachuco
El desastre de Huamachuco fue explotado hábilmente por los chilenos. Al apreciar que su único enemigo había desaparecido como fuerza combativa y temerosos que Cáceres, como en veces anteriores, de muy poco volvería a levantar nuevo ejército para combatirlos, procedieron a dar todas las facilidades a Iglesias y pudiera suscribir cuanto antes el ansiado tratado de paz.
Iglesias se avino al juego chileno y, en Cajamarca, aceptó las condiciones que en forma sucesiva le iban planteando los chilenos y fue aceptando y, el antiguo héroe de San Juan, el general que combatió indesmayable al enemigo resultó colocándose a su lado, para realizar un acto, que a su juicio, era el que mejor conducía a la salvación del país, sin reparar que habían grupos guerrilleros que seguían combatiendo y Cáceres, en dirección al sur, no tardaría en recuperarse y volver a la contienda. Nunca se conocerá cuáles fueron los móviles del general Iglesias para esa determinación. El día 13 de julio da la batalla de San Pablo que motivó no sólo la ocupación de Cajamarca y desolación de varias ciudades y pueblos de la zona, sino que fue perseguido. Pese a esa situación, el día 16 del mismo mes, lanzó su primera proclama en busca de la paz. ¿Fue la desolación que dejaban los chilenos lo que motivó el cambio de actitud? Difícil de aceptarse en un militar profesional que había alcanzado el grado de general. ¿Cuáles fueron las razones que lo impulsaron? Es una de las incógnitas que deja la historia de aquellos días. Los acontecimientos posteriores manipulados por Castro Zaldívar, la participación activa de Lavalle como diplomático en las tratativas de paz o, la acción política de Vidal García, son comprensibles, pero no el cambio de Iglesias.
En relación a Mariano Castro Zaldívar, en la obra de J. Guerrero "La Guerra de las Ocasiones Pérdidas", hay una carta que cobra especial significado para comprender cómo se llegó al tratado de Ancón. Por un lado tenemos las varias cartas de Castro Z. insertadas en los anexos y la presentada en la obra citada; por su contenido, la reproducimos así como los dos acápites previos: (189)
"No fue, por desgracia, el menor triunfo del enemigo, el haber conseguido sembrar la discordia entre los mismos peruanos, halagando la vanidad de unos y prometiendo paz y serenidad a un pueblo que se hallaba fustigado terriblemente. Pero los rectores de la conciencia pública, los usufructuadores del tiempo de paz, debieron unirse al caudillo de La Breña para que el epílogo de la guerra hubiera sido algo inesperado, pero lógico.
Y ahora, por remate de este breve ensayo histórico, transcribo la carta que me escribió, a petición mía, mi malogrado amigo Ciro Novoa, a raíz de la referencia que me hizo sobre su conversación con el coronel chileno del mismo apellido en Tupiza (Bolivia), la cual fue publicada en el semanario cajamarquino. "Época" de fecha 27 de junio de 1965.
Cajamarca, 4 de noviembre de 1955
Señor
Julio C. Guerrero
Ciudad
Mi estimado amigo Julio:
Contestando su carta de 20 de octubre anterior, he buscado mis libretas de apuntes y, efectivamente, he encontrado los ligeros datos referentes a mis conversaciones tenidas con el coronel señor Novoa, en la ciudad de Tupiza, Bolivia, en el mes de octubre de 1907, en uno de mis viajes de exploración minera que yo hacía por cuenta de la Compañía Minera Collahuasi, (con su oficina principal en Iquique). Trabamos amistad en el hotel donde nos alojábamos, y nos reconocimos como parientes.
"Parientito" —díjome en una de nuestras amigables charlas—: cuando vaya V. a Santiago le mostraré un recibito de puño y letra de un tal Mariano Castro Zaldívar, que creo que fue uno de los negociadores del Tratado de Ancón; y en el que consta haber recibido de mi padre, Jovino Novoa, la suma de un millón de pesos chilenos. Mi padre debía entregar ese recibito al presidente Sr. Santa María, pero le suplicó a éste que le permitiera conservarlo en su poder, por habérselo prometido así a Castro Zaldívar. Nosotros guardamos dicho recibo junto con otros documentos de mi padre, como prenda familiar. Como el ingeniero boliviano, señor Quintín Aramayo, era técnico de nuestra compañía, estuvo presente en esa conversación, allí en Tupiza.
Por supuesto que hicimos acres comentarios y apreciaciones sobre los fines a que era dedicado ese dinero y los motivos de guardar en secreto el recibo.
Cumplo así tu pedido proporcionándote el dato relativo a mi conversación con el señor coronel chileno Novoa. Y te saluda muy afectuosamente tu amigo.
Ciro Novoa Malea".
Cáceres, conociendo que era el centro de la persecución enemiga, procuró alejarse del área del desastre, pero teniendo siempre presente el objetivo central de la misión que se había propuesto: Combatir al enemigo hasta verlo fuera del territorio nacional. Se dirigió con ese fin a la sierra central para rehacer o formar un nuevo ejército, y, para que el país supiera que continuaba en la brega y con la misma voluntad de lucha, el 12 de julio, desde el pueblo de Mollepata, en la provincia de Santiago de Chuco, La Libertad, expresó: (190).
"manifestando mi firme resolución de no doblegarme ante la adversidad de la suerte y continuar la lucha contra el invasor hasta donde me lo permitieran mis fuerzas y mi voluntad inquebrantable".
El 30 de ese mes, desde Huancayo, elevó un parte al gobierno de Montero en Arequipa referente a la batalla de Huamachuco, diciendo: (191).
"La tropa que salió del campo retuvo sus armas, que se encuentran en distintos pueblos del norte y existe también parte del parque y cantidad de armas que no pudieron llegar a Huamachuco por falta de brigadas; así es que en esa zona existen elementos para la organización de nuevas fuerzas. En vista de la fuerte expedición enemiga que avanza sobre estas provincias he resuelto retirarme a Ayacucho a organizar los contingentes allí existentes y reforzar la fuerza que dejé al mando del coronel Pastor Dávila".
Con fecha 12 de agosto se dirigió nuevamente a Montero, solicitando armas, a lo cual, como en pedidos anteriores, el contralmirante hizo oídos sordos y no envió armamento alguno y mucho menos refuerzos humanos, pese a disponerlos sin utilidad válida. Montero contempló la guerra desde su personal punto de vista, consistente en no hacer nada y tampoco preocuparse, mientras el enemigo así lo consintiera y, en caso contrario, vería como disponer de su seguridad.
Cáceres, después de la batalla de Huamachuco, efectuó algunas consideraciones, sobre el significado de lo sucedido en el plano político. Por la importancia de su contenido, reproducimos algunos de los acápites: (192).
"Con la batalla de Huamachuco culminó, virtualmente, la porfiada campaña de resistencia al invasor, que veníamos sosteniendo por más de dos largos años. Fue esta batalla la de mayor trascendencia en el orden político. Pero no solo salvó el prestigio de las armas peruanas, sino que representó el esfuerzo supremo por salvar el honor del país e impedir que se firmara la paz, en la forma unilateral que la preparaba el enemigo.
Con la derrota de Purrubamba (Huamachuco), quedó de hecho consolidado el gobierno de Iglesias, ya de antemano dispuesto a aceptar las condiciones de paz formuladas por Chile.. .
Chile dedicó toda su actividad a la consecución de tal propósito, valiéndose de los medios más viles e inescrupulosos. . .
Si nos cupo, pues, tan mala suerte, no se debió en modo alguno a la férrea presión de las armas enemigas, sino que es imputable más bien al estado de desorganización en que se encontraba el Perú; a los desaciertos de sus dirigentes y a la menguada actitud de elementos pudientes. . .
En el sur, el ejército de Arequipa, fuerte de más de 4.000 hombres, y sin haber prestado ningún servicio a la patria, se dispersó sin combatir. En el norte se proclamó la paz a todo trance aceptándose las cláusulas de paz del invasor. En la capital de la república, gente acomodada que al comienzo deseaba la guerra, abominaba de la resistencia armada y sólo pensaba en poner a salvo sus personas y sus bienes con el advenimiento de la paz. El alto mando chileno no estuvo feliz en sus expediciones militares a la sierra del centro, y recibió más de una vez golpes contundentes que le hicieron vacilar. No estaban sus tropas preparadas para una guerra de montaña y de guerrillas.
Perdimos la batalla de Huamachuco, pero ello no significaba ni mucho menos el definitivo fracaso de la campaña. . .
El entusiasmo con que se formó el pequeño ejército de Andahuaylas, constituyó para mi una alentadora promesa...
La armipotencia del invasor había experimentado ya considerable decremento en los años corridos de la movida campaña. El efectivo de sus tropas hallábase harto mermado, y lo que es peor, iba cundiendo en ellas el desaliento..., no tardaría mucho de venir un equilibrio que anularía las ventajas materiales que hasta entonces ostentaban en efectivos y armamentos; y esfumaríanse también las perspectivas de decidir la contienda por medio de las armas".
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter