(Por Juan Carlos Camaño *) .- Mientras se especula acerca de lo mucho y bien que le harán al futuro de Estados Unidos, Hillary, Obama y hasta el guerrero McCain –luego del “ocaso” del malo de la película: George W. Bush-, salta a escena, impulsada por la Casa Blanca, la reivindicación del método de tortura reconocido como el “submarino”. O sea, la práctica de simulacros de asfixia contra un interrogado, para sacarle información.
Si uno hubiera permanecido en estado vegetativo durante los últimos cincuenta años –como mínimo-, podría desayunarse ahora con que todo lo aborrecible y hediondo de EE.UU. ha comenzado con Bush (hijo) y que cuando éste concluya su mandato a cada cual le será concedido el elíxir de la vida.
La actual carrera hacia la presidencia revela –otra vez- de qué se trata tal democracia y tal libertad. Se lucha por “el voto de los negros”, quienes en las más afianzadas concepciones discriminatorias –en una sociedad plagada de discriminaciones- siguen siendo “negros”, desposeídos, perseguidos, gentes de segunda. Por ellos, por sus votos, braman la Clinton, Obama y, en otra sintonía, Mc Cain. Y así, también, hay dulces promesas para millones de inmigrantes, hoy aterrados de ser descubiertos “ilegales”, engordando el ganado del amo. Y se redoblan las convocatorias a los casi cincuenta millones de pobres e indigentes, para que se sumen a cambiar el orden injusto que los ha llevado al submundo de la condición humana. ¿Pero es que acaso nunca decenas de millones de norteamericanos han vivido el sueño americano? No.
Como es sabido, en las campañas electorales el que más dinero pone más se acerca a la meta. Se trata de una puja a fuerza de dólares y de arengas y llamamientos a resolver las “asignaturas pendientes”, entre ellas las de género, seleccionando la mejor música para los oidos de mujeres hartas de estar hartas, tanto en la inclusión como en la exclusión. Y no es todo, ni mucho menos. La recesión económica –de la que habrá que exportar sus más nefastas consecuencias a otros países- sigue firme y la sed de petróleo aumenta, como el presupuesto bélico y las adicciones a la cocaina, la marihuana, el éxtasis, la comida chatarra y la violencia en los videojuegos y en las escuelas. Nada es mejor.
Y por si no fuera suficiente, se glorifica la tortura, como doctrina de Estado. Igual que ayer: en los años sesenta y setenta en toda América Latina, de la mano de las dictaduras militares asesoradas por las academias de tormentos -con sedes en EE.UU.- y por sus docentes, embajadores itinerantes de la CIA. Cuando no, por el mismísimo Henrry Kisinger en persona, país por país - “Operación Cóndor”-, entre brindis y medias noches, con generales, brigadieres, banqueros y personalidades del mundo chic. Como ayer, como siempre. En Vietnam, en Granada, en Kosovo… Nada nuevo. Expuesto en el cine, varias veces, y hasta novelado en su momento por el ex agente de inteligencia británico John le Carre, en “El Sastre de Panamá”.
Las “primarias”, ahora, y las preelectorales por venir entre demócratas y repúblicanos, no hacen –ni harán- más que reciclar lo que nunca ha dejado de estar en carne viva: las varias caras de una profunda miseria sistémica. Como lo es hoy el debate supuestamente “democrático” en el Congreso de los Estados Unidos, en torno a la aplicación de la tortura mediante el llamado “submarino”. Todo es peor en la escandalosa rutina apologética de delitos y crímenes de lesa humanidad. Al cabo, desde su naturaleza, la descomposición de cada día (ANC-UTPBA).
(*) Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP)
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