Calderón y los calderonistas, con su timbiriche Max Cortázar y sus directores de comunicación en las secretarías del despacho presidencial, llevan tres años y pico ejecutando su plan para acabar con la prensa escrita. Los titulares de las dependencias –ya sean los de la administración pública centralizada o una que otra empresa del sector descentralizado (como Petróleos Mexicanos)– están dispuestos a desaparecer a los medios de comunicación.
Y no son ajenos a esa embestida de corte neofascista de los grupos más ultraderechistas del Partido Acción Nacional (PAN), senadores y diputados federales del PAN, como es el caso de Ramírez Acuña, presidente de la Mesa Directiva de la cámara baja, con su virulento peón Juan María Naveja, jefe de la Oficina de Comunicación Social de ese órgano legislativo. Ramírez y Naveja han estado presionando para que toda la información y publicidad únicamente sea proporcionada a las televisoras y sus filiales, para, de una vez por todas, decretar, al estilo calderonista, el final de los medios impresos.
El “plan de difusión” del par Ramírez-Naveja (La Jornada, 4 de noviembre de 2009) no incluye la difusión de la tarea legislativa en la prensa escrita; en cambio, contempla resaltar las actuaciones de los diputados panistas afines a Ramírez Acuña y poner en el mayor relieve a este diputado que busca, desesperadamente, siguiendo el ejemplo de Calderón y él mismo (remember, Guadalajara con el “destape” golpista del actual inquilino de Los Pinos), apoderarse de la candidatura presidencial de 2012 y cerrarle el paso a Lujambio, Vázquez Mota, Lozano Alarcón, Molinar Horcasitas… ¡y a Patricia Flores, jefa de la Oficina de la Presidencia!
Por lo pronto y siguiendo las directrices, como “leyes no escritas” de Calderón y Cortázar contra los periódicos y revistas (en cuyo listado están El Universal, El Financiero, La Jornada, Proceso, Contralínea, principalmente), pero no contra Televisa (a pesar del encontronazo de Calderón-Azcárraga) ni contra TV Azteca, a pesar del choque entre Salinas Pliego y Calderón, se busca, supuestamente, apurar el funeral de la prensa escrita.
Y para ello ordenarle a la Procuraduría General de la República (directamente al maestro de Calderón, Juan de Dios Castro, y al alfil de éste, Orellana Wiarco, respectivamente de la Subprocuraduría de… ¡derechos humanos! y de la Fiscalía para los Delitos contra Periodistas) que atraiga todos los casos de periodistas agredidos y víctimas de homicidio para no averiguar nada, absolutamente nada; dar largas a las supuestas investigaciones (como en los casos del desgobernador Ulises Ruiz, del exdesgobernador Robinson Bours) y archivar los expedientes para antes de terminar el sexenio (o antes si Calderón, al filo de terminar sus cuatro años, deba renunciar “por causa grave”) incinerarlos.
En medio de los casi 20 mil homicidios y víctimas de ese fuego cruzado, que es un baño de sangre espantoso, entre delincuentes, soldados, policías y mexicanos que nada tienen que ver, pero son asesinados, están los reporteros de la prensa escrita empeñados en cubrir la información.
Sólo en estos casi cuatro años han sido asesinados, dentro de ese baño de sangre, casi 30 trabajadores de la prensa escrita. Y en este año por terminar, directamente y por omisiones en atizar la violencia gubernamental contra la violencia de las delincuencias, van ya 12 homicidios, también con la indiferencia y hasta el visto bueno de los gobernantes estatales y municipales.
Matar periodistas contribuye a quitar de en medio a reporteros de la prensa escrita que tanto estorban al calderonismo con sus informaciones veraces. Calderón y Cortázar, la doble “C” de Los Pinos, han de festejar esa criminalidad, ya que favorece el odio que le tienen a los medios de comunicación escritos. Nunca Calderón ni por equivocación ha reprobado esos homicidios ni las demás agresiones como acosos judiciales a la prensa escrita y crítica que ha decidido hacerla de contrapoder.
Cortados con la misma tijera, los panistas, en su mayoría (porque hay sus poquísimas excepciones), quieren (quisieran) deshacerse de los periodistas en general y, en especial, de quienes más decididamente informan con imparcialidad y critican el mal gobierno calderonista.
Esos panistas son los más interesados, con Calderón y Cortázar a la cabeza, en impedir que la prensa escrita sobreviva sin la publicidad oficial y pidiéndoles a sus empresarios más ortodoxamente ultras y afines a El Yunque –al PAN de César Nava– que también dejen de proporcionar publicidad.
Es una campaña orquestada desde Los Pinos con sus sucursales en la Cámara de Diputados, con Ramírez Acuña y su hitlerito de bolsillo, José María Naveja; con Gómez Mont y su director de comunicación que les exige cumplir con las órdenes de Max Cortázar para ahogar económicamente a las revistas y los periódicos, ya que sólo quieren aparecer en las televisoras (como lo hacen Peña Nieto, Ebrard, etcétera) y en la radio con sus locutores y comentaristas dispuestos a recibir sobornos por debajo del micrófono y pagar a los concesionarios la publicidad.
Así que el fuego cruzado del calderonismo contra los narcos facilita (y en eso coinciden tanto como en la narcopolítica) eliminar a balazos a los periodistas, para que éstos, sobre todo reporteros, no sigan informando de los intereses creados entre soldados, policías y delincuentes en el contexto del baño de sangre que aterroriza a la nación y que está generando la creación de otras delincuencias, como los “escuadrones de la muerte” o paramilitares que hacen “justicia” por su propia mano, en la medida que el gobierno federal no puede garantizar la paz pública en todo el territorio asolado por un militarismo policiaco y el desafío exitoso de los narcos y sus sicarios.
Ya los asesinatos de periodistas han entrado en la suma de los homicidios y ajustes de cuentas por el fuego cruzado del calderonismo y los narcos. Los mexicanos que viven, mejor dicho, que sobreviven a los baños de sangre que diariamente tienen lugar, están más que asustados y angustiados, porque cada vez que caen los reporteros por las balas tienen menos información.
Y con la cancelación de la publicidad oficial, los medios escritos también están sobreviviendo. Empero, el calderonismo y los narcos coinciden en festinar que han sido asesinados periodistas que a los dos les estorban para sus censuras, corrupciones y embestidas contra la prensa escrita. Nada les importa al calderonismo y al cortazarismo que maten a periodistas; al contrario, aplauden.
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