El secretario de Estado adjunto James Steinberg y el director de Asia en el Consejo de Seguridad Nacional Jeffrey Bader regresaron de Pekín con las manos vacías. Ambos funcionarios estadounidenses llevaban una larga lista de temas que abordar –entre ellos la votación sobre una nueva resolución de la ONU contra Irán y la venta de bonos del Tesoro US– pero se estrellaron contra una condición de sus interlocutores a cualquier discusión y –de forma inusitada– la parte china anunció el fracaso de los contactos.
Para sorpresa de los diplomáticos estadounidenses, sus interlocutores chinos exigieron, ante todo, la anulación de las ventas de armas de Estados Unidos a Taiwán.
No es nuevo este sensible tema. En el pasado, Pekín siempre expresaba su desaprobación ante cada gesto de Washington a favor de los separatistas, se tratara de Taiwán, del Tibet o, más recientemente, de la región de Xinkiang. Pero, después expresar las acostumbradas protestas, la parte china simplemente pasaba a otros temas.
Para Washington el actual endurecimiento se debe a un cambio en la dirección del Partido Comunista, que supuestamente habría pasado a manos de un grupo de nacionalistas duros.
Pero Pekín estima que lo que cambió no es la dirección del Partido sino la correlación de fuerzas. Pekín estima que Estados Unidos tiene que renunciar a su política de injerencia, si quiere contar con la cooperación china.
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