Pocas radiografías tan completas y claras se han tomado de nuestra trágica impotencia ciudadana frente a los asaltantes de la empresa más importante de México, como la que logra Ana Lilia Pérez en su libro Camisas azules, manos negras. Petróleos Mexicanos (Pemex) es saqueado por una red interna de delincuencia organizada que ha capitaneado César Nava y demás sucesores en la oficina del abogado general de la paraestatal, cuyo organigrama con puestos, nombres y actividades hizo público Contralínea desde mediados del gobierno de Vicente Fox.
De este organigrama, Ana Lilia va describiendo, sin poderlos agotar por su magnitud, la infinidad de negocios supermillonarios que se hacen en la gran empresa que nació de un anhelo nacional por hacer que el petróleo fuera para beneficio de los mexicanos. La gran capacidad de la joven periodista por ir desentrañando los hilos de las concertaciones y el auspicio ilegal para su realización desde adentro de la empresa es un logro periodístico digno de encomio por su valor personal y calidad en la exposición. No es fácil, como Ana Lilia consigue hacerlo, llevar al lector a la comprensión de la madeja de intereses que se mueven en cada caso, ello porque para dar respaldo a sus aseveraciones tiene que mencionar nombres, dependencias, números de contratos, etcétera, que para obviar espacio se tienen que abreviar y, pese a ello, conseguir que no se interrumpa la secuencia del lector que no esté familiarizado con las denominaciones no siempre sencillas.
Si algo asombra de este trabajo es el descubrir la descomposición nauseabunda del neopanismo de derecha que primero engulló al panismo original de sus fundadores, casi todos de origen universitario que, ante todo, demandaban precisamente la vigencia de la ética en las acciones de gobierno. Toda esa propuesta política se trastoca para encubrir una voracidad insaciable por el dinero y por el poder. Es evidente que, incluso, la connotación de derecha en términos históricos, con esta derecha “de capitalismo de compadres” como alguien lo caracterizó, constituye, dentro de ella, todavía una degradación mayor. Antaño había, en ocasiones, fanatismos y sectarismos; a la derecha de los neopanistas de hoy sólo les sirven esos antecedentes para encubrir la patológica compulsión para acrecentar riqueza, sin límite para saciarse.
El libro de los camisas azules se inicia con un insuperable prólogo de Miguel Ángel Granados Chapa, que refuerza en un repaso histórico la degradación política que documenta Ana Lilia y que no da la información necesaria para producir una respuesta ciudadana de rebeldía.
De los primeros capítulos, la colusión César Nava, como abogado general de Pemex, con el alcalde de Coatzacoalcos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Marcelo Montiel Montiel, para cobrar a la empresa petrolera una supuesta obligación por evasión fiscal de 900 millones de pesos y el elaborado trámite para armar la pantomima legal de una “negociación” para dicho pago donde, al final, aparece también, como beneficiario de ese mega-fraude, aunado al de la construcción del túnel sobre el río en el propio puerto veracruzano, el suegro de Nava, Emilio Baños Urquijo. Es un hecho no sólo vergonzoso, sino descriptivo de la colusión familiar, ya que entonces Nava Vázquez estaba casado con María del Pilar Baños Ardarin.
En toda la trágica trama de la expoliación de Pemex, con un perfil bajo en lo público, pero eficaz en lo oscuro de manejo de la documentación comprometedora, se descubre a Rosendo Villarreal, consejero nacional del Partido Acción Nacional, “el espía en Pemex”, que transferido de la Secretaría de la Función Pública, donde dizque auditaba a la paraestatal (cobijó “el pago” negociado de Pemex por Nava), de repente, a la salida de Muñoz Leos, le otorgan la Dirección Corporativa de Administración responsable nada menos que de la supervisión de las redes de oleoductos desde donde se ordeñan alrededor de 10 mil millones de pesos anuales, misma posición dentro de Pemex en la que también se cuajan los acuerdos y tranzas con Carlos Romero Deschamps, y no menos para disponer, desde ahí, el pago de las canonjías a municipios favoritos con fondos de la Dirección de Desarrollo Social, así como el control de la “caja negra” para pagos electorales extraordinarios al estilo de los que se hicieron al PRI en la campaña de Labastida.
César Nava, García Reza, Mouriño, Bueno Torio, Nordhausen son nombres que Ana Lilia deja ya grabados al lado de Marta Sahagún, Jorge Alberto Bribiesca y Manuel Bribiesca, y muchos más; todos bajo las órdenes de los padrinos Vicente Fox y Felipe Calderón en ambos sexenios.
Los camisas azules o los “manos negras” seguirán pretendiendo salir impunes como sus predecesores de esta ignominia contra México. Será la ciudadanía la que, con todo el estupendo acervo probatorio que aporta Ana Lilia, tendrá la última palabra. Por lo pronto, el juicio público ha dado su veredicto contra quienes han traicionado al pueblo y a sus propias conciencias.
El colofón de todo esto: la consecuencia inevitable no es sólo anecdótica, es tan trágica y real como se da cuenta magistralmente en el espléndido libro de Miguel Badillo Morir en la miseria. ¡Nada menos, ni nada más!
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