Dos acontecimientos, aparentemente inconexos, muestran el avance del periodismo y sus limitaciones. Ello son, sin jerarquizarlos, el asunto de la niña Paulette Gebara Farah y la entrevista de Julio Scherer García con Ismael Zambada, el Mayo, quizás el narcotraficante más importante hoy.
¿Por qué se unen los dos casos? Debido a que los medios han jugado un importante papel en lo que sucede en la actualidad y a que la investigación periodística, fundamental para la supervivencia de esos medios, es imprescindible para el futuro del país. Vayamos caso por caso.
Respecto de la muerte de Paulette, luego de muchos días, hay incertidumbre, más dudas que certezas, contradicciones de las autoridades responsables, pleitos familiares como principal exponente y hasta interrogantes válidas. En este último aspecto: ¿por qué la sobreexposición de una menor, hija de familias poderosas, mientras hay omisión gubernamental respecto de los infantes asesinados en la guardería de Hermosillo, Sonora; los jóvenes del Tecnológico de Monterrey y los niños en Pueblo Nuevo, Durango, entre otros?
La repuesta a esas interrogantes aparentemente es sencilla: estamos ante un caso que involucra a clanes importantes económicamente, unidos al sensacionalismo cuando la vida de un infante hace vibrar a la sociedad. Aceptemos, sin conceder, totalmente dichas hipótesis. Aunque anotemos lo ya sabido: un escándalo cubre a otro en un momento en que la crisis necesita prender la hoguera con mayor frecuencia para desviar la atención ciudadana.
La actuación del procurador del Estado de México, Alberto Bazbaz, ha sido catastrófica. El 21 de marzo se reportó en diversos medios –espectaculares, radio, televisión, Facebook y Twitter– que la pequeña había desparecido. El departamento en que vivió Paulette estuvo abierto hasta el 27 de ese mes. El 29 se catea la habitación, y el 30 aparece el cadáver. Ni en Anganagueo, Michoacán, diría Manuel Buendía, un jefe policiaco habría actuado con mayor torpeza. Y eso que no vale la pena entrar a relatar la serie de tonterías de Bazbaz, uno de los principales activos de Enrique Peña Nieto, hecho a su imagen y semejanza.
Lo trascendente para este análisis no fue eso, que es absurdo y muestra cómo la justicia no tiene hilo conductor ni jerarquía, sino que los medios se volcaron en la cobertura de forma inusitada.
Las entrevistas, básicamente en Televisa, de los padres de la menor, Lisette Farah y Mauricio Gebara, fueron inquisitivas, sobre todo la de ella, a quien le preguntaron acerca de sus relaciones íntimas (vida privada); hasta la exigencia de que viera directamente a la cara a la interlocutora para saber si mentía.
Al procurador Bazbaz también se le interrogó como si estuviera ante el Ministerio Público. Claro, el pobre muchacho no encontró el mínimo argumento para defenderse, pero lo importante es que los periodistas no pueden convertirse en juzgadores de algo que no les compete: si alguien es culpable o inocente se dirá luego de una investigación policiaca.
Tienen razón Marco Lara y Francesc Barata en su libro Nota roja: lo presentado en los medios “elude el compromiso ético del periodismo: explicar las causas de lo que ocurre en el mundo”, y sólo “entretiene y fascina”, además “convierte al periodismo en una mera narrativa estética de impacto emocional que se aleja de la comprensión del conflicto”.
El encuentro de Julio Scherer con Ismael Zambada ha sido visto, por algunos, como propaganda para el narco –como si dicho negocio necesitara eso y no el secretismo–, una entrevista fallida; el no poner el acento en contra de un personaje que debe muchas vidas y hace un negocio ilícito y hasta la portada es censurada. Por otros –que demostró con el encuentro cómo la inteligencia policiaca es de risa loca–, la despedida del Mayo, el temor de éste, la vida a salto de mata de los que parecieran muy atentos a las fiestas y las mujeres, y, sobre todo, que el periodismo se debe hacer para informar, aunque en determinadas ocasiones únicamente haga leves apuntes de un acontecimiento.
La polémica, sin duda, es bienvenida. No para quedarse en la satanización o el elogio de un personaje (Scherer) y una publicación (Proceso), sino acerca de las necesidades, urgentes, de un periodismo de fondo, el cual es indispensable en este momento de crisis, remolinos frecuentes y ausencia de perspectivas sociales.
Nuestra tarea, estoy convencido, no sólo es necesaria para desentrañar al poder establecido (algo que poco se hace), sino también a los más importantes de la actualidad, los poderes fácticos: banqueros y financieros, medios y actividades fuera de la ley (narcotráfico, venta de armas, prostitución y abuso de menores, etcétera), asuntos que pocas veces encontramos en los medios nacionales.
Sobre la polémica acerca de Julio, recomiendo el libro Gomorra (editorial Debate), de Roberto Saviano, y la entrevista del periódico O Globo al pandillero dantesco Marcola; ésta se puede bajar de Youtube.
Posdata
Luego de redactar este artículo, supe del allanamiento a Contralínea. La ofensiva contra nuestra publicación, larga y permanente, ha sido, desafortunadamente, ignorada por varios medios. Lo que muestra, claramente, que seguimos en el provincialismo de hace siglos: “Lo que no me ocurre a mí no importa”. Grave, incluso, en periodistas y medios que se autotitulan posmodernos. Ya nos referiremos al nuevo atentado contra este semanario.
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