El presidencialismo a la mexicana casi siempre ha transitado en el filo de lo que definió, con acierto, José Revueltas: la democracia bárbara. Y una de las manifestaciones de esa barbarie es la que casi siempre ha tenido ese poder federal, sus gobernadores y presidentes municipales, contra las libertades de prensa, las cuales están entre la espada de la censura previa, inquisiciones administrativas y judiciales y los homicidios.
Históricamente, con Santa Anna (en el poder o poder tras el trono: 1833-1855), se inició el uso de esa doble pinza, de la que después (ocurrida la bestial matanza de 1968, por el enloquecido Díaz Ordaz) echó mano (ya manchada de sangre) Echeverría, para continuar con Zedillo (hechura del troglodita Salinas de Gortari), y luego, Calderón, cuyo sexenio políticamente ha concluido, por lo que los mexicanos, en su mayoría, ansían su desenlace, que puede ir desde concluir su periodo o, “con toda su alma” (lo único que quiere salvar), asumir la responsabilidad por las consecuencias de su mal gobierno y actuar conforme a una ética de la responsabilidad, diciendo: no puedo hacer otra cosa, aquí me detengo, o lo que tenemos ante nosotros… “es una noche polar de una dureza y una oscuridad heladas, cualquiera que sean los grupos que ahora triunfen”.
Calderón, en su desprecio a la prensa escrita, cuyos testimonios completarán su oprobiosa permanencia en Los Pinos, cuando se recuerde el deshonor, la ignominia e ineptitud de su paso por el cargo, se sitúa como igual de Victoriano Huerta: sanguinario militaroide que también persiguió periodistas. En su ignorancia democrática y falta de información, el ya inservible secretario de Gobernación, Gómez Mont, para amedrentar las libertades de prensa y tratar de censurar lo que pasa en Ciudad Juárez, enseñó los dientes contra la prensa y lanzó la falsa lisonja de que “la prensa es el cuarto poder” (Reforma y La Jornada, 2 de junio de 2010). Esto para tratar de hacer cómplice a la prensa de los otros tres poderes federales y estatales, cuando la prensa es contrapoder. Y mucho más cuando el poder, de Santa Anna a Calderón, la mira por encima del hombro y llega a las represiones y homicidios que Fox y Calderón permitieron por omisiones y negligencias que los hacen cómplices.
El señor Calderón sintetiza en su persona y desempeño, a cuando menos Zedillo, Echeverría, Huerta y Santa Anna, por su forma y contenido de (des)gobernar en lo económico, político, social y cultural, teniendo como factor común su rencor a la prensa y su indiferencia a las constantes y sistemáticas violaciones a los derechos humanos, que incluyen el incendio de la Guardería ABC, y homicidios a niños, hombres y mujeres inocentes, en el disparar a tontas y locas de la Policía Federal y los militares, que han invadido las jurisdicciones de universidades y tecnológicos para asesinar a estudiantes y mexicanos que hacen uso de su derecho al libre tránsito.
El poder se va contra los periodistas y sus medios de comunicación que, en uso de sus derechos constitucionales, informan, critican y acusan la desaprobación a Calderón y los calderonistas, para que éstos, en su descalificación, se lleven entre las patas al Partido Acción Nacional. Son un contrapoder a sus abusos, al incumplimiento de sus obligaciones, a su depredadora política fiscal, a sus aumentos de precios de bienes y servicios gubernamentales. No hay la menor duda: Calderón es el Santa Anna, el Victoriano Huerta, el Echeverría, el Zedillo de éste su cada vez más infame sexenio. Todos los mexicanos somos sus víctimas.
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