El coraje por el fracaso de la autoridad para cumplir con sus obligaciones y con su palabra para con sus conciudadanos puede ser una de las emociones humanas más potentes, y puede derribar tronos
Barrington Moore
En la colección editorial Gustavo Gili de MassMedia, con excelentes ensayos sobre temas de sociología de la comunicación de masas (ahora de moda por las innovaciones tecnológicas, cuyo pivote sigue siendo la televisión que oferta servicios en su mayoría propiedad de empresas privadas que requieren controles sin incidir negativamente en las garantías y derechos democráticos), está uno de los dos ensayos magistrales de Paul Félix Lazarsfeld, La campaña electoral ha terminado, donde razona que, “en cierto modo, las modernas campañas presidenciales concluyen antes de empezar”.
En el caso mexicano y en referencia directa al ejercicio presidencial, tras el final de los excesos autoritarios del priismo (de Alemán a Zedillo: 1946-2000), ha de explorarse el hecho de que los fracasos de Fox y Calderón echaron a perder la posibilidad de la alternancia, pararon en seco la transición a más democracia y concluyeron, si no antes de empezar, sí en el primer año, cuando el encargado del Ejecutivo Federal muestra y demuestra que no tiene los tamaños (capacidad, eficacia, experiencia y don de mando democrático) para resolver los problemas que son de su competencia.
En cierto modo, los dos sexenios panistas (antilaicos y antifomentadores de la educación pública, etcétera) han concluido antes de comenzar. Por todo el país, corre la conseja de votar en contra del Partido Acción Nacional (y por eso los panistas, uno que otro priista y perredista, han convertido las haciendas municipales, estatales y federal en un botín). Y el Partido Revolucionario Institucional, arrastrando sus antigüedades con algunas facciones dispuestas a modernizarse, se ha repuesto electoralmente y la intención del voto acusa, en encuestas privadas de Los Pinos y algunas públicas, que de las 12 gubernaturas en juego podría llevarse a su arsenal de 10, 11 e incluso todas, debido a un electorado harto de que azul-blancos y amarillo-negros llegaron a los poderes para sólo usarlos en su beneficio personal y descrédito de sus partidos.
Se está gestando –con el aumento de inconformidades sociales por la inseguridad y el enfrentamiento militar-policiaco versus el terror de “ojo por ojo, diente por diente” de los sicarios del narcotráfico– una crisis general de desobediencia civil con brotes de revueltas que tienen, en la justicia por su propia mano, su pivote. Y con o sin ningún Madero que celebre el centenario, o con o sin un Hidalgo que recuerde el bicentenario, existen condiciones para que la nación responda con violencia popular a la violencia de esa inseguridad: alza de precios, aumento de impuestos y a la violencia de los problemas sin resolver por incompetencia de los gobernantes. En lugar de estimular el consumo para la producción interna, reconstruyendo el mercado nacional, el calderonismo presume de sus multimillonarias reservas, cuando los mexicanos sufren con la pérdida de su poder de compra y no hay dinero que alcance para sobrevivir; y con los patrones, han comprimido los salarios en el contexto de una inflación incontenible.
Como el sexenio calderonista ha concluido por falta de conducción presidencial –mientras los integrantes de las cúpulas en la administración en todo nivel se enriquecen en complicidad con los “líderes” sindicales, cuyo prototipo es la Madrina del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación–, el pueblo, integrado por más de 50 millones de pobres, más de 20 millones desempleados y no menos de 20 millones de jóvenes presos del rechazo de escuelas de estudios medios y superiores y del consumo de drogas para salirse momentáneamente de la realidad, está en el umbral de la desesperación, el desencanto y la búsqueda de salidas del túnel de la crisis, para, con cualquier motivo, hacer estallarla. Por todo el territorio existen injusticias: económicas, judiciales, sociales y laborales, que han puesto a prueba “la capacidad humana para soportar el sufrimiento y el abuso” (Barrington Moore, La injusticia: bases sociales de la desobediencia y la rebelión, editorial UNAM), generando la provocadora concentración de la riqueza y fortalecimiento de la macroeconomía, mientras el pueblo se empobrece en la microeconomía y sus gobernantes, como émulos de Santa Anna, constantemente crean aumentos en los precios de bienes y servicios, y no reparan en la situación general que parece de sumisión con la divisa de “aquí no pasa nada”.
Gobernantes y empresarios-comerciantes abusan de la paciencia social… parafraseando la célebre sentencia de Cicerón: ¿hasta cuándo han de abusar de nuestra paciencia, Calderón, Ebrard, desgobernadores y dizque servidores públicos? La nación está a punto de tomar una decisión para resolver la crisis por desempleo, bajos salarios, enfermedades, autoritarismo e injusticias por corrupción en los tribunales, que empieza con los ministerios públicos y las policías. Y está ante la alternativa que plantea Barrington Moore: “Por qué las mujeres y los hombres no se rebelan o, poniéndolo de manera muy tajante, la cuestión central será: ¿qué les debe suceder a los seres humanos para que lleguen a someterse a la opresión y a la degradación… o ya es tiempo de cambiar el contrato social?”.
Se habla de la renuncia de Calderón. Ya no puede enfrentar los problemas de competencia federal. Esperar tres años más, alimentará las bases sociales para la desobediencia y la rebelión. Su sexenio ha terminado antes de llegar al final. La nación no debe ser puesta a prueba, pues al romper las fronteras de la paciencia social es incontenible la violencia popular. Necesita una cabeza política, un sacudimiento nacional ante un “sistema político y social basado en la fuerza y el fraude (y en no gobernar en beneficio del pueblo, como exige la Constitución, en su artículo 39: “Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”), y hacer posible aquello de que “el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alternar o modificar la forma de su gobierno”.
La paciencia del pueblo está colmada de ineficacias gubernamentales. Y han perdido la confianza en sus autoridades, pues están en manos de los calderonistas, los narcotraficantes, policías, jueces y delincuentes; los inspectores, malos políticos y las facciones de los partidos; las Elba Esther Gordillo, los Romero Deschamps; desgobernadores, militares fuera de sus cuarteles, empresarios y banqueros; la manipulación de los medios de comunicación oficiales y privados; la voracidad de las redes de supermercados, concentración de la riqueza y acumulación de reservas… etcétera, etcétera.
Así que la pregunta-desafío del republicano romano la hacemos nuestra: ¿Hasta cuándo han de abusar de nuestra paciencia, Calderón, Ebrard, desgobernadores, presidentes municipales…? ¿Hasta cuándo?
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