El empobrecimiento mundial y la nueva embestida contra los trabajadores por el desempleo son otra vez el caldo de cultivo para las revueltas nacionales en los Estados de la globalización neoliberal, en lo económico y en lo político, cuyos gobiernos y gobernantes están desmantelando lo que restaba del Estado de bienestar e implantando únicamente salvamentos financieros para las elites bancarias, empresariales, mientras apuntalan el cerco de más pobreza con respuestas penales que criminalizan las protestas sociales para fracturarlas y, más que impedir en el mediano plazo (pues en el largo todos estaremos muertos, dijo Keynes), posponer lo que en los capitalismos (de Estados Unidos a China, pasando por Europa, Rusia, Inglaterra, etcétera) aparece como visos de continuar las revoluciones proletarias, clasemedieras y burguesas que toparon con un final inesperado en 1848. En ese año se “produjo la explosión” (Eric J Hobsbawn, Historia del siglo XX) que Tocqueville tan acertadamente vislumbró (Recuerdos de la Revolución de 1848).
Salvo el insignificante pero representativo respiro keynesiano (Herman van der Wee, Prosperidad y crisis: 1945-1980), la globalización del neoliberalismo económico a partir de Milton Friedman y la biblia de los neoliberales, Capitalismo y libertad, anularon las conquistas de 1789 que la gloriosa Revolución Francesa generó a través de las revoluciones nacionales a partir de 1809 (Orlando Fals Borda, Las revoluciones inconclusas en América Latina: 1809-1968). Y nuevamente el empobrecimiento de los trabajadores y los sectores sociales que giran en el centro de gravedad, de los que Carlos Marx precisó (El capital), ponen las condiciones explosivas. Los pobres están en el límite de la alternativa: rebelarse revolucionariamente o seguir siendo objeto de que criminalicen sus actos colectivos y sus conductas individuales.
La lectura del libro de Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social (traducido del inglés por Margarita Polo, con revisión de Cecilia M Pascual y Diego P Roldán), de Loïc Wacquant, con sus casi 500 páginas, nos lleva al umbral de la conclusión sobre la disyuntiva arriba expuesta. En el capitalismo por excelencia, el estadunidense, aumenta la pobreza y, como respuesta, aumentan las imputaciones criminales por un gobierno penal, como fue el de George W Bush y cuya crisis sigue con Obama. Son 10 capítulos agrupados en dos partes: “La inseguridad social” y “La escalada punitiva”. La criminalización de la pobreza después de la era posrevolucionaria es, actualmente, la nueva manera de impedir “la rebelión de las masas” (Ortega y Gasset, 1930) que están, otra vez, en el umbral de ir a la búsqueda, por enésima vez, de sus reivindicaciones conculcadas, expropiadas por la neoburguesía y así recrear la lucha de clases con la divisa ¡Pobres del mundo, uníos!… la opción es ésta o morirse de hambre en la cárcel.
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