La vez anterior (Radar Geopolítico, 12 diciembre de 2010) expuse algunas reticencias sobre el contenido hasta ahora vertido por Wikileaks (alrededor del 0.4 por ciento del total del cuarto de millón de cables del Departamento de Estado) que deben ser tomadas en cuenta para una evaluación integral del caso, pero de ninguna manera, como afirmé categóricamente en mi columna bisemanal de La Jornada y en mi comentario quincenal en Radio Universidad de Guadalajara, en el más depurado estilo volteriano (expresar la verdad por encima de cualquier interés, aún el personal), podemos prohijar los atentados contra la libertad de expresión y, menos, aprobar la brutal persecución contra su director ejecutivo, Julian Assange, el australiano de 39 años a quien Estados Unidos, Suecia y Gran Bretaña ?bajo artimañas legaloides muy pueriles, como del asalto sexual por ausencia de uso de preservativos? desean inmolar como el primer mártir en el altar del ciberespacio neototalitario.
Lo peor de todo es que Estados Unidos se quedó sin discursos respecto de preservar la sacrosanta libertad de expresión (establecida en la Primera Enmienda de su Constitución), así como ya le había sucedido en el tema trascendental de los derechos humanos cuando fue desnudado en sus atrocidades en la cárcel de Abu Ghraib (en las afueras de Bagdad) y en su maltrato a los prisioneros de Guantánamo.
Más allá de las increpaciones directas del primer ministro ruso Vladímir Putin (quien le devuelve sus desproporcionadas “críticas” a Estados Unidos en forma elegante y quien no se mordió la lengua sobre los “Estados mafiosos”) y del presidente brasileño Lula, cabe señalar las reacciones negativas a escala planetaria sobre la persecución del australiano Julian Assange por Estados Unidos, Suecia y Gran Bretaña (este último, el paraíso de los “terroristas islámicos” en Londres, conocido en inglés como Londonstán).
Las severas reacciones en Alemania ?particularmente, en Der Spiegel, que participó globalmente en la difusión de los cables? cobran un peso relevante debido a que representa la primera potencia geoeconómica del antiguo continente que se deslinda de cierta manera de sus aliados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte y en la Unión Europea (Estados Unidos, Suecia y Gran Bretaña).
Der Spiegel abunda con la opinión vertida por los comentaristas, quienes en el amplio espectro concuerdan en que “la reputación de Estados Unidos ha quedado seriamente deteriorada” y “sigue sufriendo” por la detención en Londres del “mártir Assange”, a quien se le negó la libertad bajo fianza por un delito aparentemente menor.
La clase política de Estados Unidos en su amplia generalidad arremetió contra Assange, condenándolo a la hoguera como “terrorista” por haber puesto en grave riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos y puesto en peligro a los soplones en varios países. Las más duras condenas provinieron de la extrema derecha estadunidense, explícitamente de destacados miembros del Partido Republicano, como Sarah Palin, excandidata a la vicepresidencia ?quien, cual su exagerada costumbre, reclamó que el australiano debía ser perseguido como el terrorista islámico Osama bin Laden? y del anterior pastor bautista sureño y exgobernador Michael Huckabee.
En forma singular, el ultrasionista senador por Connecticut, Joe Isadore Lieberman, el mandamás del comité senatorial Seguridad del Hogar, se le fue a la yugular a The New York Times por haber difundido los cables y sugirió que habían probablemente incurrido en un acto criminal. El senador Lieberman se ha asentado como uno de los peores enemigos de la libertad de expresión por internet, por lo que ha propuesto un proyecto de ley de corte neototalitario al respecto. Lo peor: no sólo Lieberman se ha caracterizado por ser un enemigo declarado de la libertad de expresión por internet, sino que su equipo de trabajo ha sido señalado por haber inducido a las empresas Amazon, PayPal, Visa y MasterCard a suspender sus servicios a Wikileaks.
¿Qué significa la libertad de expresión para la otrora superpotencia unipolar?
El rotativo alemán Berliner Zeitung, de tendencia izquierdista, considera en un excelente artículo que “Estados Unidos traiciona uno de sus mitos fundacionales: la libertad de la información. Recurren a ello porque, por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, están amenazados con perder el control mundial de la información”.
Lo paradójico del asunto es que fue el Pentágono, a través de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada, quien inventó el internet y, por ende, los llamados “dominios” y “servidores” globales. Ahora Wikileaks pone en evidencia la alta vulnerabilidad tanto interna ?aún no se elucida el papel del analista del ejército Bradley Manning, de 23 años de edad, hoy encarcelado en las afueras de Washington, y quien capturó la información en Bagdad mediante un disco compacto de Lady Gaga para luego hacer llegar el material al australiano Assange por vías laberínticas todavía sin identificar? como externa de los horadados sistemas de ciberinformación.
¿Empezó la primera guerra de la ciberinformación cuyo campo de batalla es Wikileaks? ¿Cesó Estados Unidos de dominar el libre flujo de información y su contenido?
La libertad de expresión por internet constituyó, a juicio de Berliner Zeitung, una “tremenda doctrina”, siempre y cuando solamente las empresas de Estados Unidos ostentaran el poder, los medios y las capacidades logísticas para hacer uso de tal libertad”.
Internet sacudió levemente el “control” de Estados Unidos, “pero empresas como Apple, Windows, Google, Facebook y Amazon hicieron avanzar el dominio de Estados Unidos en el supuestamente democrático internet”: Julian Assange y Wikileaks “son los primeros en haber usado el poder del internet en contra de Estados Unidos. Ésta es la razón por la que son perseguidos sin piedad. Ésa es la razón por la cual el gobierno traiciona uno de los principios de la democracia”.
El rotativo conservador Die Welt considera probable que “el fiscal sueco deba seguir una agenda secreta dictada por Estados Unidos”.
El periódico The Financial Times Deutschland aduce que la detención de Assange es “potencialmente escandalosa y superflua. El operativo ha producido un mártir”.
Lo interesante es que “nadie puede explicar cuáles son los crímenes que Assange hubo perpetrado con la publicación de los documentos secretos”. Lo mejor: ¿por qué es un crimen su publicación en Wikileaks y no en The New York Times?
¿Con la captura de Assange, desaparecerá también Wikileaks?
El rotativo razona que “la plataforma como Wikileaks debe ser capaz de sobrevivir”, aun sin la personalidad autocrática y muy controvertida de Assange, a quien el sistema ?el nuevo Moloch totalitario con máscara democrática? que osó desafiar no le perdonará la vida (en forma real o metafórica).
¿Cómo impedir la eclosión creativa de otros servidores como Wikileaks que irán proliferando, aunque sea a cuenta gotas, y los cuales pondrán en evidencia la característica neototalitaria de las seudodemocracias occidentales más pendientes de conservar el poder que de servir con la verdad a los ciudadanos?
Cualquier pretexto es perfecto ?desde el montaje del terror islámico hasta los amenazantes Wikileaks? para que las hipócritas seudodemocracias de Estados Unidos y Europa laceren la privacidad, los derechos civiles y las libertades de sus ciudadanos, lo cual, en su conjunto, hace imprescindible la existencia de Wikileaks como un bastión de la defensa de los ciudadanos y su derecho a conocer con transparencia la forma en que sus elegidos públicos se conducen.
Wikileaks constituye una necesidad ontológica de la democracia cibernética del siglo XXI
Estados Unidos se metió en un grave lío de alcances metafísicos. Podrán aniquilar al mensajero, pero quedará la necesidad de conocer los mensajes que son propiedad universal y no de los políticos oportunistas de las coyunturas.
El mundo de la información es uno antes y después de Wikileaks, sinónimo de la ciberdemocratización de la información y paladín de la libertad de expresión en internet.
Wikileaks es la nueva era de la información del siglo XXI que acaba de asomar su cabeza.
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