El arresto del general Ratko Mladic y su traslado al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia eran condiciones previas para la admisión de Serbia en el seno de la Unión Europea, condiciones que Serbia acaba de cumplir. Como era de esperar, la prensa atlantista califica al acusado de «Carnicero de los Balcanes» y lo acusa de la mayor cantidad posible de cosas para esconder así el verdadero papel de la OTAN. Pero la reconciliación exige que se diga la verdad y esta último, como señala Slobodan Despot, es mucho más compleja que la versión maniquea que nos están presentando.
El general Ratko Mladic no le ha hecho precisamente un favor a su país al esconderse durante 16 años. Pero el tiempo transcurrido debería favorecer ahora una interpretación más equilibrada de los hechos que se le imputan. En la época del conflicto yugoslavo, el mundo occidental señalaba un solo culpable: el bando serbio. Hoy en día, los ánimos se han apaciguado y han algunos dogmas han perdido solidez.
Numerosos autores han puesto en evidencia el papel que desempeñó la injerencia extranjera así como la enorme manipulación de que fue objeto la opinión occidental durante aquella guerra. Se ha demostrado de forma fehaciente que algunos participantes que hasta hace poco eran presentados como víctimas en realidad cometieron espantosos crímenes, como la limpieza étnica que emprendió el Estado croata contra los serbios de Krajina en el verano de 1995 y el tráfico de órganos implementado en Kosovo por los hombres del UCK de Hashim Thaci. La Bosnia del fundamentalista Alija Izetbegovic, otro protegido de Occidente, resultó además un refugio de terroristas y hasta el mismísimo Osama Ben Laden obtuvo un pasaporte bosnio expedido en 1993.
Ahora resultará más difícil presentar a Mladic como un lobo entre inocentes ovejas, a condición de que la justicia internacional trate realmente de investigar profunda y seriamente.
Hasta ahora, en efecto, Occidente ha manifestado tanto regocijo en el momento del arresto de los dirigentes serbios como discreción a la hora de juzgarlos. El juicio contra Slobodan Milosevic desapareció de las noticias en el momento de su muerte, el de Vojislav Seselj se mantuvo en secreto antes de acabar en una farsa y el de Radovan Karadzic no parece interesarle a nadie. Esperemos que el juicio Mladic se convierta en la excepción de la regla ya que puede permitir entender por qué se elevó a la categoría de genocidio lo que fue un vil ajuste de cuentas contra hombres en edad de combatir y no contra toda una comunidad. Y también por qué no se incluye en la categoría de genocidio la erradicación de la población serbia de Croacia.
A través de ese deslizamiento casuístico de los términos de la retórica, creando incluso una analogía con la Shoa [1], se ha tratado de impedir todo examen racional de los sucesos de Srebrenica. La invariabilidad misma de la cantidad de desaparecidos, que sigue siendo hoy la misma que se mencionaba en 1995 a pesar de que las exhumaciones no la han confirmado, demuestra el tratamiento dogmático que se da a este caso y evidencia la existencia de cierta incomodidad al respecto.
Por ejemplo, en el Forum de la Radio Suisse Romande (RSR) del 26 de mayo pasado, el periodista Philippe Revaz hizo la siguiente pregunta a la ex fiscal del TPI.
«Carla Del Ponte, ¿habla usted de genocidio?»
La respuesta no pudo ser más ambigua:
«Hablo de genocidio porque ya hemos tenido condenas por complicidad en genocidio y ya hemos tenido la confirmación de que era un genocidio en Srebrenica por parte de la Corte de Apelaciones del Tribunal [TPI].» (sic)
Es significativo que la señora Del Ponte no se refiera a la realidad del terreno sino a la construcción jurídica que ella misma ayudó a crear.
Si los jueces a cargo del caso de Ratko Mladic quieren escapar a ese tipo de tautología o repetición pleonásmica, tendrán que enfrentar numerosas interrogantes que desde hace 16 años se mantienen sin respuesta:
– ¿Por qué se permitió que las fuerzas musulmanas utilizaran la zona desmilitarizada de Srebrenica como base de retaguardia para sus sanguinarias incursiones en territorio serbio, ante la mirada impasible de los cascos azules?
– ¿Por qué liberó el TPI al jefe de la plaza, Naser Oric, sin investigar la masacre que perpetraron las unidades bajo sus órdenes contra 3 280 civiles serbios en los alrededores de Srebrenica en 1992-1995?
– ¿Qué valor puede tener la declaración del mercenario y testigo Drazen Erdemovic, rápidamente liberado a cambio de su testimonio, abrumador pero no confirmado, sobre las ejecuciones masivas en las que supuestamente participó?
– ¿Por qué esperó Estados Unidos hasta el 10 de agosto de 1995 para «revelar» la masacre de Srebrenica cuando decía disponer de fotos satelitales del crimen en tiempo real?
– ¿Por qué no se han divulgado nunca esas imágenes?
– ¿Existe algún tipo de relación entre la intervención de Madeleine Albright en la ONU, el 10 de agosto, que concentró la atención mundial sobre Srebrenica, y la operación «Tormenta» emprendida 6 días antes en la vecina Croacia y que provocó una cantidad similar de muertos y desaparecidos entre los miembros de la comunidad serbia, incluyendo mujeres y niños? Aquella operación de limpieza étnica, como ahora se sabe, se desarrolló bajo la dirección de oficiales estadounidenses.
La credibilidad de la administración estadounidense se ha derrumbado junto a sus mentiras sobre Irak. Es por lo tanto totalmente lógico cuestionar hoy en día el valor de las alegaciones de Estados Unidos sobre sus demás zonas de injerencia, específicamente en Bosnia.
El general Mladic no sólo es un presunto criminal de guerra. Es además testigo clave de una época de frenesí en la que la mayoría de los medios de difusión se negaron a reflexionar.
Al anunciar el arresto de Mladic, el presidente serbio Boris Tadic solicitó que se tenga en cuenta el informe sobre el tráfico de órganos presentado por Dick Marty y aprobado por el Consejo de Europa –e inmediatamente enterrado. El juicio contra Mladic puede ser la última oportunidad para aclarar todo lo sucedido durante aquellos funestos años, en vez de limitarse a una justicia de represalias dirigida de forma prioritaria contra el bando presentado como culpable.
[1] En el proceso de Nuremberg, el término «genocidio» designaba la voluntad planificada de exterminar un pueblo en su conjunto, mientras que en el TPIY esa misma palabra se refiere al hecho de matar una o varias personas debido a su origen étnico. Nota de la Rédaction.
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