Como todos los días, alrededor de las seis de la mañana, se encontraba desmenuzando el par de panes que adquiría la víspera para salir luego hacia el parque cercano a su casa, donde gran cantidad de palomas y gorrioncitos elevaban su demanda colectiva a Dios o a la naturaleza reclamando les proveyesen de su cotidiano sustento. El arrullo y trinar de las aves festejaban también la maravilla de la vida. Sea verano o invierno, fuese el solsticio que fuese, los pájaros no dejaban de celebrar el estreno de nuevos momentos y aventuras que traerían disfrute y complacencia a quienes ven la vida con optimismo.
Es que Daban Vider transcurría en la existencia procurando desmarcarse del desánimo. Su amigo Miqueas sostenía que el pesar era una de las tantas experiencias que hay que atravesar para reconocer la grandeza de la vida así como el estímulo para descubrir los diversos encantos de ella. Reconocía el desagrado o frustración que puede producir el dolor, y que sus amigos budistas toman como eje de su reflexión. Para él, es necesario tomarlo como estímulo conducente no sólo a su superación sino también al perfeccionamiento humano.
Muchos no entienden esta situación, se puede poner en concepto cualquier experiencia, pero no tendrá sentido o valor si el hombre no la siente o la padece. Algunos de los que lo escuchaban, decían “¿De qué está hablando’”, los más desafiantes lo calificaban de “teórico”. Él admitía que el conocimiento no sólo era cuestión de ideas o interpretaciones sino también de comprensión de la realidad a través de la perspicacia y el sentimiento. Algunas veces se refugiaba en la vieja sentencia de San Agustín: “Si tú no me preguntas que es el tiempo, lo sé, al preguntármelo, ya no sé”. En otras palabras ¿cómo lo explico?
Acudía a su habitual actividad matutina, persuadido de que la lección bíblica relatada por San Mateo donde el Padre Celestial suministra la comida a las avecillas del campo, se produce en muchos casos, a través de la acción humana, es decir al cuidado que hay que guardar con todos los seres de la naturaleza.
Caminaba algunos trechos soltando pequeñas porciones de los panecillos ya desmigajados. Se percataba de cómo las avecillas formaban desiguales columnas detrás suyo ingiriendo lo que el Buen Padre destinaba para su mantenimiento. No dejaba de advertir también las infaltables grescas que ocurrían en varios sectores del recorrido, especialmente entre las palomas, que encorvando el lomo, picotazo limpio y agitar de alas, disputaban entre ellas algunos pequeños trocitos del pan de cada día, presumiendo quizás, o que los comestibles eran estrictamente de ellas y que las otras aves usurpaban su dominio, o talvez se protegían de una probable crisis de abastecimiento en el mundo de la fauna con plumas. Lo mismo podía decir de los gorrioncillos que con su caminar a saltitos abdicaban de su timidez ordinaria acercándose con mayor osadía a recibir la pitanza común. Entre ellos, ocurrían las reyertas de ocasión, pero, eso si, en menor número. El irregular gorjeo lo entendía como tributo de complacencia a la merced que el nuevo día otorgaba.
Alguna vez pensó si era un acierto considerar a la paloma como el símbolo de la paz debido a las broncas que entre ellas existía. Tuvo que profundizar sobre este significado, ¿La mansedumbre aparente? ¿El que la tradición del antiguo testamento al interpretar que el regreso de una paloma a la barca de Noé trayendo una ramita de olivo, indicaba la tranquilidad del mundo natural? Pero en ese caso, ya no sería la paloma, necesariamente el símbolo, sino la ramita de olivo. O podría ser quizás, el color de la paloma, ¿De qué color era la paloma? ¿Cómo que qué importancia tiene eso? Si, pues, el texto bíblico no menciona el color de la paloma. Lo que pasa es que nosotros asociamos la paloma al color blanco, y en efecto, el blanco representa la pureza, la luz, la inocencia, sino mira como la iglesia de Jesús utiliza lo blanco en sus ceremonias, por ejemplo, los niños hacen su primera comunión vestidos de blanco, date cuenta que la vestimenta del Sumo Pontífice es de color bl
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