El enorme volumen de inversiones y el muy dilatado periodo de tiempo que exigen los proyectos de gasoductos destinados a responder a la demanda de Europa y a diversificar sus fuentes de suministro resultan reveladores en lo tocante a las ambiciones atlantistas en la región.
El proyecto Nabucco, que debe conectar Turquía con Europa central y cuya rentabilidad dependía del derrocamiento del gobierno iraní –por ser Irán la principal fuente de suministro de dicho proyecto–, se ha vuelto obsoleto.
Irán, Irak y Siria acordaron en agosto de 2011 el trazado de un gasoducto que pasará por esos tres países, dejando fuera a Turquía. Tomando nota de esa decisión, Turquía y Azerbaiyán, fuente secundaria del proyecto Nabucco, concluyeron el 26 de diciembre de 2011 un acuerdo para la construcción de un gasoducto entre ambos países.
La apuesta por esta enorme inversión indica la renuncia del Imperio al derrocamiento a corto y mediano plazo de los gobiernos de Irán y Siria a través de la fuerza militar y su decisión de privilegiar el uso de métodos no convencionales tendientes a desestabilizarlos y debilitarlos, conforme al modelo aplicado en su momento al Irak de Sadam Husein.
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