La ubicación del Perú en el centro geográfico de Suramérica y punto medio de la Cordillera de los Andes, le otorga una situación geoestratégica privilegiada.
Se constituye de por sí en el natural nexo de comunicaciones entre el norte y sur del subcontinente para facilitar -u obstruir- la integración de las naciones del subcontinente.
Esta característica geoestratégica fue utilizada en diversas etapas de la historia para lograr preeminencia política, socio-económica y militar en el subcontinente.
La civilización inca comprendió de su ventaja para integrar a los pueblos de Suramérica en el Estado Inca, que a la llegada de los europeos incluía casi todo ese territorio.
El imperio español también advirtió de ese valor y situó en el Perú su mayor centro de poder, para conquistar, colonizar y depredar el subcontinente, y a la vez, defenderse de la codicia de otros imperios europeos.
Para los libertadores San Martín y Bolívar, Perú se constituyó en el más importante objetivo político-militar dado que bajo poderío español impedía la total y definitiva independencia del subcontinente.
Las últimas décadas del siglo XX y primera del siglo XXI han encontrado a Suramérica enfrentando ahora a nuevos desafíos.
Y en ellos Perú continúa teniendo la misma importancia geoestratégica de antaño, tanto para países de la región como para centros de poder ajenos a ella.
Y en ese contexto se desarrollan los esfuerzos de las naciones suramericanas por integrar a sus pueblos y territorios en “UNASUR”.
Pero paralelamente también, los del moderno imperio de los EE.UU. para obstruir e impedir esa unificación a través de la agresión indirecta.
Un caso para ejemplificar este tipo de acciones fueron las casi nulas relaciones bilaterales sostenidas por Perú y Venezuela en el lapso de los últimos trece años –a las que se sumarían luego las mantenidas con Argentina y Bolivia-.
En dicho período éstas fueron sometidas a un “congelamiento político” auspiciado y dirigido por el gobierno de los EE.UU. (George Bush).
Este “sugería” a los gobiernos del Perú favorecer objetivos hegemónicos de Washington tendientes a “aislar internacionalmente” a algunos gobiernos suramericanos, opuestos a las políticas imperialistas de los EE.UU. –un modo de agresión indirecta-
A esos fines se prestó la complicidad entre 1999 al 2011 de los gobernantes Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Alan García, haciendo que las relaciones diplomáticas del Perú se redujeran a un mínimo nivel de intercambio regional.
Las presiones de Washington en relación a Venezuela se harían luego extensivas a las relaciones Perú-Argentina, al iniciarse el mandato presidencial del fallecido Néstor Kirchner (2003-2007).
Esto porque el presidente argentino -con su homólogo Ignacio “Lula” Da Silva de Brasil- adoptó una política exterior de férrea defensa soberana en contra de las agresivas pretensiones hegemónicas de EE.UU. en el subcontinente.
Ellas buscaban incorporar a toda Suramérica dentro de un “Area de Libre Comercio de las Américas” (“ALCA”, George Bush, 2000-2008), bajo dominio y tutela de Washington.
Rompiendo esas viejas imposiciones colonialistas el presidente peruano Ollanta Humala realizó el 7 del presente una Visita de Estado a Venezuela, que permitió culminar con este infame período.
La cita sirvió también para reabrir una nueva etapa de relaciones bilaterales entre Perú y Venezuela, que contribuye a la vez en facilitar las metas de “UNASUR”.
El anfitrión presidente venezolano Hugo Chávez hizo remembranza en esa oportunidad, a la inducida y artificial fase de desencuentro con el Perú.
Manifestó que “al asumir en 1999 el gobierno de Venezuela y comenzar a desarrollar los programas de la revolución democrática bolivariana, inmediatamente los EE.UU. se encargaron de satanizar las relaciones entre el Perú y Venezuela”.
La política exterior del Perú obedeciendo a dictados foráneos se traducía ya en una insultante limitación a la propia soberanía de su pueblo.
Expresaba graves trasgresiones de presidentes con el orden constitucional –la integración regional-, y por otro lado, desdeñaba lazos históricos de hermandad y naturales vínculos socio-económicos existentes entre sus pueblos.
No es extraño por ello que al iniciarse la gestión de Ollanta Humala éste anunciara que junto con su homóloga Cristina Fernández de Kirchner, también reconstruirá las relaciones bilaterales entre Perú y Argentina.
La sujeción de la diplomacia peruana a designios imperiales agravió en primer lugar a los dos más grandes núcleos de peruanos residentes en el exterior, que se hallan en Argentina y Venezuela –en ese orden tras EE.UU.-.
Seguidamente afectó a las ciudadanías de las tres naciones hermanas (Perú, Venezuela y Argentina), que por más de una década fueron impedidas de alcanzar mutuos beneficios a través de amplias relaciones bilaterales.
Con motivo de la reapertura de relaciones Perú-Venezuela los presidentes Chávez y Humala firmaron también nueve importantes acuerdos políticos, económicos y sociales, de inobjetable conveniencia para ambas naciones.
Empero los logros diplomáticos y sus positivos alcances, “extrañamente” todo ello ha sido objeto de airados petitorios de fiscalización provenientes de sectores políticos y económicos peruanos, integrantes de la “quinta columna” estadounidense [1] [2].
Al plantear falaces denuncias en relación a lo acordado por ambos presidentes, sólo evidenciaron su nada oculta dependencia al servicio del colonialismo neoliberal.
En el fondo lo que parece incomodarles es que se vaya materializando la integración suramericana.
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