Luego intentará un golpe de Estado con un presidente interino –y si es un militar, mejor–, ya que no quiere entregar el cargo a los partidos Revolucionario Institucional ni al de la Revolución Democrática, pues habiendo pasado el trago amargo de la derrota de su favorito Ernesto Cordero, a como dé lugar quiere imponer a Josefina Vázquez Mota. Pero como ésta se rezagará al tercer lugar en cuanto Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto desplieguen sus alas electorales y despeguen en busca de los ciudadanos, Calderón está preparando más maniobras para, de una u otra manera, no entregar la banda presidencial ni a su enemigo perredista ni su rival priísta. Quiere lo que se llama una elección de Estado.
Calderón es el “clásico” provocador que antes y después de sus insolencias como haber presentado una diapositiva para, gráficamente, mostrar a los consejeros de Banamex (éste privatizado por Vicente Fox sin pagar un centavo de impuestos), que su candidata “a huevori” (en latín mexicano), estaba a cuatro puntos del priísta, es un individuo políticamente perverso y retador; goza de su maldad a sabiendas de que la impunidad por sus actos está por encima de toda sanción. Primero vomita sus diatribas y después ordena a sus empleados que emitan un boletín para aclarar que no quiso decir lo que dijo y, religiosamente, pronuncia su mea culpa en una farsa de fantasma de opereta, con su doble cara a la Victoriano Huerta y a la Tragedia de Macbeth. Algunos de los que le conocen así lo pintan (Julio Scherer García, Calderón de cuerpo entero).
Se comporta como un Luisito XIV, al creer que el Estado es él, mientras en el Día de la Bandera, tenebrosamente, insistió que respetará la democracia y las elecciones, al confundir el Estado con el gobierno e ignorar su ilegitimidad (cada vez se confirma que López Obrador le ganó en las elecciones presidenciales de 2006 y, en una de esas, lo repetirá), presume de representar a la sociedad, cuando no es ni lo uno ni lo otro. Autoritario, antirrepublicano y antidemocrático, ataca lo de que “El Estado somos nosotros [el pueblo, la sociedad, los individuos como personas y ciudadanos], donde el Estado no es un superior de sus súbditos, no domina a los hombres […] Está constituido como una estructura jurídica y fines políticos y que, compuesto, pues, por seres humanos, no vive sino de ellos y por ellos, y no es más que un orden específico de la conducta humana”, como asentó el jurista, político y filósofo del derecho austríaco, Hans Kelsen, en su brillante ensayo para la educación política democrática, “Esencia y valor de la democracia”(tras innumerables ediciones a partir de 1934, la más reciente en Ediciones Coyoacán, con traducción de Luis Legás Lacambra y Rafael Luengo Tapia). Pero los autocráticos, los autoritarios, como Calderón, vociferan frente al espejo “¡el Estado soy yo!”.
A lo largo de más de cinco años (quehan parecidoun siglo), Calderón avienta la piedra sin esconder la mano. Y acto seguido, envía boletines para negar su acción o, indirectamente sostiene, como cuando echó las campanas encuestadoras a favor de la candidata del Partido Acción Nacional, que se mantendrá obediente y respetuoso de las normas electorales que le impiden intervenir o exponerse a sanciones. Es su táctica para provocar y amenazar, a sabiendas de que el IFE y el TEPJF no se atreverán ni siquiera a llamarle la atención o a amonestarlo. Y cuando mucho hacen pronunciamientos generales para convocar a los funcionarios a respetar el proceso electoral.
Ya Fox “puso en peligro” las elecciones viciadas de ilegitimidad por su presunto fraude. Ahora Calderón está poniendo las condiciones para dar paso al golpismo, al intentar suspender las elecciones al narcocriminalizarlas. Para esto, Poiré, brazo del titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna, insistió en la reciente entrevista que le hizo la reportera Silvia Garduño (Reforma, 25 de febrero de 2012) –obviamente por órdenes de Calderón–, que la “injerencia de la delincuencia organizada en la contienda sigue siendo un riesgo”.
A ningún precio aceptará Calderón que la oposición obtenga el triunfo electoral por la Presidencia de la República. Intentará imponer a la candidata panista, lo que parece imposible; y de aquí a junio, seguirá sondeando, provocando e interviniendo para que ni López Obrador ni Peña ganen en las urnas, para lo cual, continuará con su plan golpista de narcocriminalizar las elecciones y suspenderlas.
El secretario de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván, ha contribuido para que Calderón cumpla su amenaza, cuando públicamente advirtió a la nación que la delincuencia tiene pleno dominio de la mitad del país y rebasó al estado de derecho. El titular de la Secretaría de Marina, Francisco Saynez Mendoza anda en las mismas.
El militarismo y el calderonismo se han puesto de acuerdo sobre una eventual suspensión de las elecciones, provocar la designación de un presidente interino (mejor si es un general) y dar un plazo para nuevas elecciones. La alternativa de Calderón es imponer sucesora o cancelar las votaciones: elección de Estado con Josefina o presidente interino por la vía del Congreso de la Unión en funciones de colegio electoral o el golpismo militar sustentado en que la delincuencia pone en riesgo el proceso electoral.
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