Resurge con fuerza el repulsivo rostro de la práctica política y mediática libanesa, llamada «el juego» por quienes se dedican a ella a pesar de que expresa una decadencia de la moral y de los ideales patrióticas. Esa práctica se refleja en la polémica que ha provocado la coalición del 14 de Marzo en reacción al discurso del secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, quien reveló que el drone que sobrevoló el espacio aéreo israelí pertenece a la Resistencia libanesa.
Toda personalidad o fuerza política tiene derecho a expresar su punto de vista sobre cualquier tema. Pero en los Estados que se respetan eso debe hacerse de modo que no se lesionen los imperativos de la defensa y de la seguridad nacionales y que no se favorezcan los intereses del enemigo.
La Constitución libanesa y el Código Penal estipulan claramente que está prohibido socavar la moral de la población. Los textos utilizan la palabra «Nación» para incriminar cualquier servicio político o moral prestado al enemigo que pudiese tener como consecuencia afectar [a favor del enemigo] el equilibrio de fuerzas en tiempo de guerra. Eso quiere decir que todo intento realizado por un libanés de realzar la moral del enemigo constituye un delito castigado por la ley.
El drone que sobrevoló el espacio aéreo de Palestina durante un buen lapso de tiempo es un avance estratégico sin precedentes. Se trata, por lo tanto, de un importante logro de la Resistencia en cuanto a la protección del Líbano contra las ambiciones y los caprichos belicosos de Israel.
Más allá de las consideraciones de orden militar, el vuelo del drone constituye una hazaña en materia de guerra sicológica y contribuye a elevar la moral de la población en tiempo de guerra. Todo intento de restar importancia a ese logro y de utilizarlo para crear un clima de temor atenta contra la moral del pueblo, debilita a la nación y constituye, por consiguiente, una forma de ponerse al servicio del enemigo.
El enemigo mismo estaba simplemente espantado por la hazaña libanesa y ni siquiera trató de ocultarlo. Asimismo, toda reacción libanesa tendiente a denigrar a la Resistencia es un modo de atenuar el impacto de ese logro sobre Israel. Eso precisamente es lo que busca el 14 de Marzo con su actitud. Cualesquiera que sean los pretextos invocados, como por ejemplo el hecho de acusar al Hezbollah de querer provocar al Estado hebreo y de querer arrastrar el Líbano a una guerra, está claro el verdadero objetivo. Sobre todo sabiendo que la mayoría de los que han iniciado esa campaña de estigmatización tienen antecedentes en materia de colaboración con Israel o de complicidad, directa o indirecta, con el Estado hebreo.
Parte de la opinión pública se ve a veces tentada de explicar esa forma de actuar a través de las profundas divergencias que dividen a los libaneses sobre muchos temas. Pero ese tipo de argumentos es inaceptable, sobre todo porque esos comportamientos son un servicio que se presta a los intereses del enemigo. La realidad es que existe un bando político libanés que está metido hasta el cuello en un complot complejo y multidimensional tendiente a liquidar la Resistencia, cueste lo que cueste, para anclar sólidamente el Líbano al eje israelo-estadounidense.
Pudiéramos conceder circunstancias atenuantes a Saad Hariri y a Samir Geagea si al menos hubiesen solicitado una reunión urgente del comité de diálogo nacional, encargado de trazar una estrategia de defensa nacional, para debatir la cuestión del drone, para ver cómo aprovechar las nuevas posibilidades que la Resistencia ha revelado a favor de la defensa y de la protección del Líbano ante las violaciones cotidianas del espacio aéreo libanés por parte de la aviación israelí. Quienes dicen defender la soberanía del Líbano no se inmutan ante las 20 000 violaciones del espacio aéreo libanés cometidas por Israel, pero sí están dispuestos a remover cielo y tierra porque el Hezbollah ha logrado burlar la defensa antiaérea del Estado hebreo. La única explicación posible es que quienes así actúan están en realidad del lado del enemigo, y en contra de su propio país.
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