Las dos caras de la democracia son: la democracia representativa o indirecta, nacida de las urnas al elegir representantes; y la democracia directa, que ejerce el pueblo cuando se pronuncia en referéndum y plebiscitos; y cuando se manifiesta públicamente para expresar sus críticas y cuestionamientos contra sus gobernantes y/o contra los abusos de cualquier otro poder, ya sea religioso, económico o cultural. Creada la democracia en Atenas, Grecia, se ha ido transformando. Para iniciar una búsqueda, consultar –de varios autores– La democracia en sus textos; de CM Bowra, La Atenas de Pericles (ambos de Alianza Editorial); de Salvo Mastellone, Historia de la democracia en Europa: de Montesquieu a Kelsen (editorial Revista de Derecho Privado); y de Moses I Finley, Vieja y nueva democracia (Editorial Ariel).
Esta síntesis es para llegar a quien, con sus cualidades de estadista y virtudes weberianas, es decir, pasión racional, sentido de la responsabilidad y mesura, al guardar siempre la distancia con los hombres y las cosas (Max Weber, El político y el científico, Alianza Editorial), creó el concepto más certero de la democracia: “El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Como cuando el también estadista y casi contemporáneo de Lincoln, Benito Juárez, estableció que: “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”; así Lincoln, cuyo discurso de no más de 3 minutos del 19 de noviembre de 1863, en el cementerio nacional de Gettysburg, quedó grabado para la historia universal con lo que es la democracia representativa y directa, con el agregado de un liberalismo político, para anclarlo en las libertades y derechos humanos de mujeres y hombres de la niñez a la vejez.
Abraham Lincoln Hanks (1809-1865), con el pueblo del Norte y enclaves en el Sur de los estados confederados de la naciente nación estadunidense, puso las condiciones para la emancipación de la raza negra, que sus adversarios y enemigos le cobraron asesinándolo. Se inició así la penosa integración poblacional de ese país, cuya lucha final se debió a Martin Luther King (1929-1968), también asesinado. Ha sido Lincoln el estadista más logrado de ese país y de la humanidad, desde que Pericles pronunció su célebre discurso fúnebre, transcrito por el historiador Tucídides en su maravilloso libro Historia de la guerra del Peloponeso (editorial Cátedra).
La mano generosa de mi paisano sonorense Cornelio Castelo me ha enviado el libro de Doris Kearns Goodwin, Team of rivals. The political genius of Abraham Lincoln, y un pequeño folleto con pensamientos de Lincoln: The wit and wisdom of Abraham Lincoln. En breve, por mi poca práctica de leer inglés, los reseñaré. Ahora me concreto a la biografía de Lord Charnwood y el libro con discursos, cartas y comentarios de Lincoln que muestran su grandeza; y sobre quien se exhiben dos filmes: Lincoln, dirigido por Steven Spielberg (guión extraído del libro de Goodwin); y El conspirador. Ambos extraordinarios y más si, previamente, se ha leído alguna de esas biografías.
Ficha bibliográfica:
Autor: Abraham Lincoln (recopilación, introducción y notas de Don E Fehrenbacher; traducido por Luisa María Álvarez)
Editorial: Pax México
Autor: Lord Charnwood
Título: Abraham Lincoln
Editorial: Editorial Gandesa México
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