Por las páginas del libro Cada quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica, Adolfo Gilly recrea la canallada golpista que del 9 al 18 de febrero de 1913 culminó con el asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Sus ejecutores fueron Victoriano Huerta y sus matones, encabezados por Aureliano Blanquet, Francisco León de la Barra y Henry Lane Wilson, desde Washington DC, Estados Unidos, precedente de las intervenciones estadunidenses contemporáneas a través de la Agencia Antidrogas , la Oficina Federal de Investigación y la Agencia Central de Inteligencia (todas estadunidenses), para afirmar el expansionismo comercial que sabotea, en complicidad con los nuevos Huertas, nuestro desarrollo y crecimiento económico y sólo favorece a los “Luis García Pimentel, multimillonario jefe del Partido Católico [Nacional], [quien] dio más dinero para la [contra]revolución contra Madero”, y que hoy emulan los Azcárraga, los Salinas Pliego, los Slim, Larrea, etcétera.
Para Renato Castillo Félix.
El autor, profesor universitario, historiador y periodista recrea en casi 200 páginas los acontecimientos protagonizados por un borrachín que movió los hilos y se dejó manipular como títere de los intereses estadunidenses y desnacionalizados que imaginaron ser amenazados por Madero. Y muestran los actos y omisiones de quien resultó un mártir, no un político; un apóstol, no un revolucionario, que se puso la soga al cuello por sus decisiones a favor de Victoriano Huerta, su verdugo. Y entrampado en el incumplimiento de sus compromisos, tras el derrocamiento de Porfirio Díaz “…6 meses después quien estaba cercado era ese presidente [Madero] que no había tenido palabra y (…) acosado entre la rebelión agraria organizada en armas en el Ejército Liberador del Sur y la persistencia (…) del antiguo régimen encarnada en los altos mandos del Ejército Federal, en las páginas de la gran prensa y en la opinión de los dueños de la tierra, de la industria y del dinero…”
Victoriano Huerta era un porfirista usurpador y canalla, y Madero lo nombró general y dueño del Ejército Federal. Un borracho de coñac y un ebrio de poder que con el mismo método que usaría Adolfo Hitler, se hizo de la Presidencia del 19 de febrero de 1913 al 15 de julio de 1914. Y al que el historiador (con la colaboración de Tatiana Pérez Ramírez y Édgar Urbina Sebastián) muestra como un perverso que utilizó la traición hasta contra sus compañeros de viaje, golpista para, con su amigo-enemigo Félix Díaz, llevar hasta sus últimas consecuencias la llamada Decena Trágica.
Esta reinterpretación del golpe de Estado está apuntalada con inserciones documentales que intentó la contrarrevolución, y que Francisco Villa y Emiliano Zapata, con el desafío de los gobernadores de Sonora, José María Maytorena; de Chihuahua, Abraham González, y de Coahuila, Venustiano Carranza, que se negaron a reconocer el gobierno de Huerta, rescataron la Revolución de 1910 que culminó con la reforma a la Constitución de 1857 y dio a luz a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917. El texto cuenta con una bibliografía sustentada en archivos, libros, revistas, y periódicos y una entrevista de Odile Guilpain con Carmen Álvarez de la Rosa de Castañeda, además de un índice onomástico que preside al índice general de sus once capítulos.
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