Este golpe de timón ha puesto en guardia a un amplio sector ultraconservador del catolicismo que no ha dudado en cuestionar al sumo pontífice sobre la apertura a temas como la homosexualidad y una nueva visión del divorcio, planteados en cónclaves como el Sínodo Extraordinario sobre la Familia y que deberá tener sus resolutivos finales en octubre del próximo año; pero lejos de arredrarse, el papa les dio una demostración de las simpatías, apoyos y el amplio consenso que han despertado en todo el orbe sus propuestas de cambio con la celebración del reciente Encuentro Mundial de Movimientos Populares. La alianza pactada en Roma con los marginados del mundo habrá de ser en el nuevo siglo “el viento de la protesta que se convierta en vendaval de la esperanza”, como lo expresó el papa, para disgusto de muchos cardenales y obispos de derecha que ingenuamente pensaron que su llamado no tendría eco. La presencia de líderes de organizaciones sociales de todos los confines del planeta ha puesto a temblar a los alentadores de un fabricado cisma, que se resisten a que la Iglesia Católica mantenga un oído en el Evangelio y otro en el pueblo.

La ofensiva del capital nacional e internacional para privatizar los recursos naturales en el mundo tiene un nombre ampliamente conocido por los campesinos de países donde la trasnacional está devastando la tierra, el agua y la biodiversidad: Monsanto.

Gobiernos cómplices en la protección de los intereses del gran capital han criminalizado las luchas sociales de quienes han denunciado el sentido depredador del agronegocio, que no busca alimentar a las poblaciones sino aumentar la ganancias de las multinacionales, imponiendo en aras de una mayor productividad cultivos transgénicos que no sólo generan hambre y pobreza, sino que además contaminan los suelos y los cultivos tradicionales, produciendo alimentos altamente tóxicos para la salud de millones de personas por la indiscriminada utilización de agrotóxicos.

El despojo y el acaparamiento de la tierra, el agua, los recursos naturales como la minería y hasta el aire utilizado para proyectos eólicos de generación de energía eléctrica han permitido el avance desbocado del gran capital sobre el campo y sus comunidades, arrebatando a millones de campesinos e indígenas su derecho a la tierra, la conservación de sus culturas milenarias y su obligado desplazamiento.

Las situaciones expuestas al papa Francisco como graves, alarmantes e indignantes durante el encuentro mundial de Movimientos Populares enumeran a países como Afganistán, el África occidental, Colombia, Guatemala, Honduras, la región del Kurdistán, Paraguay, Palestina, Siria, Sudán, sin exceptuar a México.

Las cifras expuestas en el foro organizado por el Vaticano denuncian la creciente migración forzada de hombres y mujeres del campo a las grandes ciudades o al extranjero, al encontrase atrapados en las redes de un mundo dominado por el capital y las teorías neoliberales que se guían por las lógicas del mercado de consumo, y sin apoyo alguno de sus respectivos gobiernos para impulsar una política agraria integral que les garantice la permanencia y legítima propiedad de sus tierras, además de una comercialización sin trabas de sus productos que les asegure una estabilidad laboral y un justa remuneración para el bienestar de sus familias. La mitad de la humanidad trabaja y vive en el campo, pero accede a menos de un cuarto de la tierra disponible, lo que habla del despojo creciente y violento que se ha dado en su contra. Por eso, uno de los reclamos generalizados y apoyados por el papa fue el de pugnar porque en el mundo no haya ningún campesino sin tierra.

Actualmente, como lo expusieron con claridad ponentes como la chilena Francisca Rodríguez, directora internacional de la Asociación Nacional de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas, las comunidades y familias rurales tienen la desgracia de estar encerradas en un mar de cultivos transgénicos, sufriendo graves daños en su salud con tasas alarmantes de cáncer, abortos espontáneos en las trabajadoras del campo y nacimientos de niños con deformaciones congénitas, condenados a morir.

El impulso del uso de transgénicos y los agrotóxicos, solapado por gobiernos en todo el mundo, está conllevando a intoxicaciones masivas y pérdida de vidas humanas, afectando también a los animales y a la tierra misma, de tal modo que los cultivos transgénicos alentados por la multinacional Monsanto están produciendo mayor hambre, pobreza y problemas de salud en millones de habitantes en todo el planeta, sin que las autoridades locales muevan un dedo por impedir la devastación que se está llevando a cabo, poniendo en riesgo la soberanía alimentaria en cientos de países, como las naciones de América Latina, México incluido.

Esta tendencia de despojo y privatización de la tierra está teniendo, además, serias consecuencias en la vida de millones de indígenas y campesinos en lo que se ha dado en llamar “una guerra no declarada” que han emprendido en su contra, y en alianza con el gran capital, las Fuerzas Armadas, policiales y hasta los narcotraficantes. Es entendible el porqué cada vez se criminalizan más las luchas sociales y se encubre, a través de la manipulación de los medios de comunicación, la muerte, el encarcelamiento y los amañados juicios contra las y los dirigentes de las organizaciones que de viva voz denunciaron tales atropellos ante el sumo pontífice.

Los líderes de diversas organizaciones campesinas coincidieron en el Vaticano en definir a la soberanía alimentaria en una expresión más amplia, que debe comprender, además de su derecho a la tierra y sus territorios, el derecho al agua, a sus semillas tradicionales, su ganado y bienes materiales, así como el respeto de sus formas culturales de producción y del cuidado de la tierra misma.

En suma: relaciones sociales libres de opresión y desigualdades que les permitan a millones de personas ejercer su trabajo en el campo de una manera digna, con el firme compromiso de alimentar a sus pueblos, ya que bajo la tesis forjada en el histórico encuentro, “los pueblos con hambre, que no producen su propia comida, son pueblos atrapados en la sobrevivencia […] no pueden pensar y decidir libremente, ni pueden ser independientes”.

Demandaron a sus gobiernos, en el corazón de la Santa Sede, políticas públicas basadas en el bien común y en el buen vivir de la gente, sin dejar de mencionar que ahí, ante la presencia del papa Francisco, rechazaron las falsas soluciones frente al cambio climático, como la energía nuclear, y la posición de quienes, desde las oscuras catacumbas clericales, las alientan.

“Nos preocupa además lo que escuchamos de un miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias, quien sugirió que el calentamiento global es responsabilidad de los más pobres del planeta”, externaron, sin ambages, sellando simbólicamente la alianza pactada con el sumo pontífice en contra de la corriente ultraconservadora del Vaticano, puesta en evidencia como aliada del capital internacional, de la ínfima minoría que está acabando con la vida misma del planeta.

Fuente
Contralínea (México)