I. El pensador florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527) describió con genialidad la naturaleza humana en el ejercicio del poder político a través del Estado en El príncipe, antítesis de lo que el republicano Maquiavelo escribe en Las décadas de Tito Livio. Y si bien hay un sinnúmero de biografías de políticos, me parece (salvo prueba en contrario) que en el libro Fouché: retrato de un hombre político, Stefan Zweig (1881-1942) realizó la más completa disección del político-actor (si “el mundo es un gran teatro/Y los hombres y mujeres son actores/Todos hacen sus entradas y sus mutis/Y diversos papeles en su vida”), que en todos los tiempos y por todo el mundo esgrime las armas de la política. Éste es, en sus grandezas, estadista en primerísimo lugar. Ejerce el buen gobierno democrático-republicano. Concilia derechos y obligaciones de gobernados y limita y sanciona el abuso del poder. Pero en sus miserias es policía, político, traidor, ladrón, mentiroso, servil y pone en primer lugar sus intereses. No hay el político puro, pues mezclan miserias y grandezas. Y llegan a ser patriotas (lo fue Fouché), desprendidos, dicen la verdad (contra Platón que autorizó la mentira) y asumen la responsabilidad en juicios políticos, penales y civiles.

II. Biógrafos e historiadores de políticos consideran a Joseph Fouché (1759-1820) muy a la ligera, incluso François Furet y Mona Ozouf en el Diccionario de la Revolución Francesa. Y los molesta como si saliera de las páginas de El príncipe. Pero es un personaje clave y factor común de los políticos que aún con sus miserias tienen rasgos de grandeza. Esta biografía es una contribución a la tipología del hombre (y la mujer): político. ¡Qué manera de recrear al político Fouché! Y es que no hay político que no sea un poco Fouché y que mienta, traicione, cambie de bando (de partido) por razones y sin razones; que engañe al superior para subir la escalera que casi siempre lleva al infierno; no al bíblico, que es para los políticos, a la Fouché, de religiones y fundamentalismos, sino al infierno real y superior al dantesco. Actor desde la Revolución Francesa, Fouché se mide con Napoleón Bonaparte, con Talleyrand, Robespierre, Mirabeau, Marat, etcétera, y “ha experimentado hasta la saciedad todas las tensiones y juegos, todos los éxitos y fracasos de la vida política (ha caído, se ha levantado), en el eterno camino de flujo y reflujo en la marea de su destino”.

III. A fin de escribir esta biografía, Stefan Zweig devoró la que a su vez escribió Louis Madelin sobre Fouché. Ya que éste es el antes y el después de esa fauna con más miserias, mezquindades y ruindades que grandiosidad, magnanimidad y excelencia… Y tienen “un punto débil: su ambición, que reuniendo todas las astucias carece de una: saber renunciar a tiempo”. Los despiden, cesan, encarcelan o les dan impunidad. Pero el Fouché excepción, trabaja en los momentos de crisis para “poner un final a la guerra civil, mediante negociaciones y flexibilidad que mediante medidas de más violencia […] restablece la plena tranquilidad social en el país, elimina los últimos reductos de los terroristas, limpia las calles de atracos”. Debe estudiarse este magnífico libro de Zweig, donde el político común y corriente, “el más extraño de los políticos”, no es el ejemplo, ni tampoco El príncipe de Maquiavelo, con todo y que esos Fouché aparezcan siempre; y a quienes el republicanismo-democrático ha de criticar y deshacerse de ellos.

Ficha bibliográfica
Autor: Stefan Zweig (traducción del alemán al español de Carlos Fortea)
Titulo: Fouché: retrato de un hombre político
Editorial: Acantilado

Fuente
Contralínea (México)