Para hacerse más “célebre”, el gobierno federal peñista y sus complicidades televisivas (sobre todo la Procuraduría General de la República, PGR-Televisa), organizaron una mediática propaganda de cómo fue localizado y aprehendido el multihomicida Servando Gómez Martínez, alias la Tuta, quien bautizó a su pandilla para hacerse justicia por propia mano, robar, enriquecerse y abusar sustituyendo al estado de derecho michoacano en abierto desafío al orden constitucional del Estado federal, como aquella organización de guerreros-asesinos, monjes al servicio del poder público: Los Templarios. Para escenificar el regreso al “estado de naturaleza” en una guerra de todos contra todos (de Rousseau a Hobbes) para la regresión social, económica y política que se extiende a Guerrero, Morelos, Tamaulipas, Veracruz, Sinaloa, Chiapas, etcétera, teniendo su centro de gravedad todavía en Michoacán.
Para Carmen Aristegui y su equipo de periodistas que defienden la libertad de prensa
Y es que podrán encarcelar a los capos de todos los cárteles, pero mientras no arrasen con los sembradíos y laboratorios de las drogas y controlen el comercio y el lavado de dinero, si es que no puede erradicarse ese tráfico para el consumo estadunidense y europeo, no se podrá al menos reducir la inseguridad sangrienta, las desapariciones, los secuestros, los feminicidios, la prostitución forzada y los desplazamientos que tienen aterrorizados a los mexicanos.
Dicen que la unión hace la fuerza. Y Televisa-Azcárraga está con el peñismo hasta las últimas consecuencias del estallido de una revuelta nacional, más amenazante que la erupción de volcanes como el Popocatépetl y el de Colima, y más devastadora si el pueblo de los 50 millones de pobres, 30 millones sin empleo y la mayoría de los 130 millones de mexicanos hartos de la impunidad, de la ingobernabilidad, los enriquecimientos ilícitos y que la nave estatal vaya a la deriva, se decida a cambiar a sus malos gobernantes. Así, pues, PGR-Televisa ha celebrado con propaganda que la policía haya localizado los escondites de la Tuta: una choza y una caverna, como sus mansiones. Mientras Enrique Peña, en Gran Bretaña, feliz de hospedarse en el castillo de la decadente monarquía inglesa, se mordía la lengua diciendo que no es cierto que “todos los políticos mexicanos son ladrones”. Pero parece que cosecha –con los sobornos de las mansiones de su esposa Angélica Rivera, las de él mismo y la de su secretario de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray Caso– todo lo contrario de las cuevas del delincuente.
En la novela histórica El Zarco (de sus Obras completas en editorial Porrúa, colección Sepan cuántos…), la magistral prosa de Ignacio Manuel Altamirano relata una síntesis –sobre la marcha– de los “episodios de la vida mexicana en 1861-1863”. Periodista, luchador nacido de la gloriosa Revolución de Ayutla, origen de la democracia moderna y el republicanismo que estaban asidos a la Constitución Federal de 1857, la Reforma y la República Restaurada, el también escritor, poeta y orador singular que fue el excepcional guerrerense, cuenta cómo ladrones y politiquillos de entonces por igual –como ahora– abusaban del poder, robaban y los funcionarios abandonaban sus obligaciones. Y (dice Altamirano) para liberarse de ellos, los mexicanos decidieron seguir a Miguel Hidalgo-José María Morelos, a través de las revoluciones de 1810 y 1854.
Nuevamente, y no porque se repita la historia, sino que irrumpen “las crisis sucediéndose como las olas una a otra, y los grandes hechos singulares […] y una ley segura para el historiador: la necesidad de reconocer en la evolución de los destinos humanos el juego de lo contingente y de lo imprevisto […] el terreno ganado por una generación puede ser perdido (y recobrado) por la siguiente”. Y es que los malos gobernantes y la delincuencia logran imponer que una nación “pueda correr por cauces que conducen al desastre y a la barbarie” (Herbert A L Fisher, Historia de Europa).
Eso nos está ocurriendo con el peñismo. Y Altamirano lo retrató en su novela El Zarco. En ese entonces, los reaccionarios combatieron a muerte los logros que rodearon a la Constitución de 1857; y es lo mismo que hacen ahora los peñistas, quienes, por voz del mismo Peña, aseguran que hay “incredulidad y desconfianza, una pérdida de confianza y esto ha provocado sospecha y duda […] por el estigma de ladrones que persigue a los políticos mexicanos” (Jude Weber, Financial Times, traducido al español por El Financiero, 3 de marzo de 2015).
Las informaciones periodísticas sobre la Tuta que, a salto de mata vivía en una cueva (¿la de Alí Babá y los 40 ladrones de Los Templarios y los peñistas?) y que nos trajo a la memoria a los mexicanos las mansiones de Angélica, de Peña y de Videgeray, pareciera la nueva versión de El Zarco. Aunque ahora es peor que entonces. El mal gobierno peñista nos ha llevado al desastre económico y la barbarie sangrienta de la inseguridad, que está rematando con la entrega a Televisa de la PGR –muy pronto Fiscalía General de la República–; y la imposición del corruptísimo Eduardo Medina Mora como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El peñismo está yendo más allá del presidencialismo de los virreyes para imponer su voluntad contra viento y marea del malestar social.
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