Roma, Italia. La reelección de Benjamín Netanyahu como primer ministro de Israel el 17 de marzo pasado abre una serie de problemas, con evidentes consecuencias para Oriente Medio y el resto del mundo, al dar nuevas fuerzas al fundamentalismo, debilitar seriamente a la Organización para la Liberación de Palestina y proporcionar nuevo vigor al movimiento radical Hamas.
Al analizar las razones de la clara victoria de Netanyahu, el diario israelí Harez sostiene que 200 mil electores hicieron posible el triunfo del partido Likud debido al miedo, haciendo especial hincapié en que la mayoría de quienes cambiaron su decisión a última hora tenía menos de 35 años.
En otras palabras, Netanyahu ha sido capaz de jugar el factor Masada.
Masada es un elemento importante en la historia de Israel y de su imaginario colectivo.
En el siglo I, los habitantes de una fortaleza montañosa, asediada por las legiones romanas triunfantes durante la campaña de conquista de Israel, optaron por el suicidio en masa en lugar de rendirse.
En la actualidad, los israelíes sienten que están asediados por países vecinos hostiles, comenzando por Irán, el califato del grupo extremista Estado Islámico que continúa con sus embestidas, una opinión pública internacional abrumadoramente negativa y un creciente abandono de Estados Unidos.
El discurso de Netanyahu en el Congreso legislativo estadunidense dominado por los opositores republicanos, el 4 de marzo, fue interpretado como un acto de rebeldía y dignidad, y no como un debilitamiento de las relaciones fundamentales con Washington.
Su apoyo a los colonos israelíes en Cisjordania y Gaza, su negación a la creación de un Estado palestino y su demostración de desprecio por una comunidad internacional incapaz de comprender los temores de Israel, llevó a Netanyahu a la victoria.
En Israel, ser de izquierda significa aceptar un Estado palestino, ser de derecha significa negarlo. Al final, el voto del 17 de marzo fue la consecuencia del miedo.
Los jóvenes israelíes no están solos cuando caminan hacia la derecha como una reacción al temor. Es interesante observar que todos los partidos de la derecha que han crecido en Europa, y el Tea Party en Estados Unidos, se basan en el miedo.
La creciente desigualdad social, la magnitud sin precedentes del desempleo juvenil, la reducción de los servicios públicos por ejemplo en educación y salud, la corrupción, que se ha convertido en un cáncer con escándalos diarios, son fenómenos que están afectando especialmente a los jóvenes.
La sensación generalizada es que no hay una respuesta clara de las instituciones políticas a los grandes problemas abiertos por una globalización que se basa en los mercados y no en los ciudadanos.
“Cuando usted estaba en la universidad, sabía que encontraría un trabajo. Nosotros sabemos que no lo encontraremos”, nos dijo un estudiante en una conferencia de la Sociedad para el Desarrollo Internacional a la que asistí.
El joven añadió: “Cuando tenía nuestra edad, usted fumaba, entonces no se sabía que provoca cáncer. Nosotros sabemos. Usted tomaba sol, no sabía que causa melanoma. Nosotros sabemos. Usted comió todo tipo de alimentos, ahora sabemos que muchos hacen mal a la salud. Y, por último, debemos defendernos de la podredumbre del Sida, algo que antes se desconocía. A todo esto, hay que añadir el cambio climático.
“Es un hecho que la Organización de las Naciones Unidas ha perdido capacidad de gobernabilidad, que el sistema financiero no es controlado, y que las corporaciones tienen un poder mucho mayor que el de los gobiernos nacionales.”
Josep Ramoneda escribió el 18 de marzo en el diario español El País: “Esperábamos que los gobiernos sometieran los mercados a la democracia, y resulta que lo que hacen es adaptar la democracia a los mercados; es decir, vaciarla poquito a poco”.
Un estudio sobre los partidos de derecha ha concluido que gran parte de sus electores son jóvenes. La extrema derecha prolifera en el Frente Nacional en Francia, el Partido de la Independencia del Reino Unido en Gran Bretaña, la Liga Norte en Italia, el partido Alternativa en Alemania, y lo mismo sucede en Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Grecia, Holanda, Hungría, Noruega y Suecia.
De esta forma, muchos jóvenes se refugian en los partidos que predican un retorno al pasado glorioso del país, impiden que inmigrantes asuman empleos, atacan a musulmanes que desafían la homogeneidad tradicional del país, para hacer retornar el Estado-nación y las funciones que han sido delegadas a la obtusa y arrogante burocracia de Bruselas, que no fue elegida y no es responsable ante los ciudadanos.
Estamos ante un importante cambio de época, pese a ser muy ignorado. La función histórica de los jóvenes era la de ser un factor de cambio. Ahora se están convirtiendo en un factor a favor del statu quo.
También están los jóvenes que se unen al Estado Islámico, que promete una recuperación de la dignidad de los musulmanes y destruir a los jeques corruptos y dictadores, que forman parte del sistema internacional con el propósito de enriquecerse en lugar preocuparse de su juventud.
Sólo para dar dos ejemplos. ¿Qué pueden pensar los jóvenes del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que hizo construir Ak Saray, el palacio presidencial de 300 mil metros cuadrados con 1 mil 150 habitaciones; o del Banco Central Europeo, que inauguró una sede en Fráncfort que costó 1 mil 285 millones de dólares?
¿Qué pensarán los jóvenes de que los 10 hombres más ricos del mundo, tan sólo en 2013, aumentaron su riqueza hasta un monto equivalente a los presupuestos sumados de Brasil y Canadá?
Este cambio generacional debería ser una preocupación transversal para todos los partidos. Lo que ocurre, en cambio, es que siguen cortando gastos en el sistema de bienestar social.
Según la Organización Internacional del Trabajo, la generación que hoy tiene entre 18 y 23 años se jubilará con una pensión media de 700 dólares. ¿Qué clase de sociedad será esa?
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