La derrota del Partido Laborista en las elecciones británicas del 7 de mayo pasado es otra señal de la crisis que enfrentan hoy las fuerzas de izquierda, al margen de la cuestión de cómo, bajo el sistema electoral británico, los laboristas –que en realidad aumentaron su número de votos– perdieron escaños en el nuevo Parlamento, 24 menos que los 256 de la anterior legislatura.
Si el sistema británico fuese proporcional y no uninominal, el Partido Conservador, con sus 11 millones de votos, no habría obtenido sus 331 escaños, sino 256, muy por debajo de la mayoría absoluta de 326 necesaria para gobernar.
En el otro extremo, el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP, por su sigla en inglés), que con casi 4 millones de votos obtuvo sólo un asiento, habría logrado 83.
Estos resultados, difíciles de imaginar en otro país, son un ejemplo de la insularidad británica
Estas elecciones reflejan cierta similitud con las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2000, cuando el candidato demócrata, Al Gore, superó en más de medio millón los votos populares del candidato republicano, George W Bush, pero no obtuvo la mayoría de sufragios del colegio electoral, la base del sistema estadunidense.
El resultado fue 8 años de gobierno de George W Bush, la guerra en Irak, la crisis del multilateralismo y la parafernalia del “destino excepcional de Estados Unidos”.
El análisis político que expongo a continuación provocará seguramente reacciones adversas por parte de los politólogos tradicionales.
En la actualidad, se acepta ampliamente que el desmembramiento de la Unión Soviética dio luz verde a una suerte de capitalismo sin control, marcado por una supremacía sin precedentes de las finanzas que, en términos de volumen de inversiones, supera abrumadoramente a la economía real o productiva. La ofensiva del pensamiento neoliberal sorprendió a la izquierda totalmente desprevenida, porque parte de su función había sido la de ofrecer una alternativa democrática al comunismo, que de repente había dejado de ser un amenaza.
En este cuadro, la reacción de la izquierda consistió en imitar a los vencedores, en lugar de tratar de constituir una alternativa al proceso de globalización neoliberal.
Desde el comienzo de la crisis financiera mundial en 2008, con su costo de rescate hasta ahora de más de 4 billones (millones de millones) de dólares, la izquierda no ha ofrecido ninguna respuesta válida para ella.
Desde la Revolución Industrial, la identidad de la izquierda se había basado en la lucha por la justicia social, la igualdad de oportunidades y la redistribución de los ingresos. La derecha, en cambio, ponía el acento en los esfuerzos individuales, en la reducción del papel del Estado y en el éxito como motivación. Siguiendo esta extrema simplificación, hay que añadir que la izquierda, desde Carlos Marx a John Keynes, estudió siempre la forma de promover el crecimiento económico y la redistribución de los ingresos, Marx aboliendo la propiedad privada y los socialdemócratas mediante el sistema de impuestos progresivo.
Lo que nunca se analizó fue la alternativa de una planificación progresista en caso de una crisis económica como la que ahora enfrentamos: desempleo estructural, jóvenes obligados a aceptar cualquier tipo de contrato, nuevas tecnologías que están haciendo desaparecer el concepto de clases y convirtiendo a los sindicatos, otrora poderosos actores en la lucha por la justicia social, en irrelevantes.
Es un hecho sin precedentes que los 25 principales gestores de fondos especulativos recibieran un premio de 11 mil 620 millones de dólares en 2014. Sin embargo, ni el presidente estadunidense, Barack Obama, ni Ed Miliband, el líder laborista británico que dimitió tras la derrota electoral de pasada, pensaron que había motivos para denunciar este nivel obsceno de codicia.
Entretanto, el proyecto político europeo está en total desorden, al enfrentar un Grexit en el Sur y un Brexit en el Norte.
En el caso de un Grexit (posible abandono de la Unión Europea de Grecia), Atenas enfrenta la perspectiva de tener que hacer concesiones sustanciales al bloque, lo que significaría alejarse de las promesas de Alexis Tsipras, elegido primer ministro en enero como una expresión de rebeldía contra años de desmantelamiento de las estructuras públicas y sociales impuestas en nombre de la austeridad.
Lo que está en juego es el modelo neoliberal de Alemania, apoyada por aliados como Austria, Finlandia y Holanda y que ha levantado un muro en contra de cualquier indulgencia, junto con los países que aceptaron recortes dolorosos y donde los conservadores están en el poder, como España, Irlanda y Portugal. Todos ellos consideran una inaceptable debilidad hacer concesiones a la izquierda.
Un Brexit (el posible abandono de la Unión Europea por Gran Bretaña) es un asunto diferente. Es un juego orquestado por el primer ministro británico, David Cameron, para negociar un acuerdo con Bruselas (Bélgica) más favorable para Londres.
A finales de 2017, en Gran Bretaña se celebrará un referendo. Los 4 millones de votantes del UKIP y los llamados “euroescépticos” amenazan con empujar a Gran Bretaña fuera de la Unión Europea, especialmente si Cameron no logra obtener algunas concesiones sustanciales de Bruselas
Entretanto, mientras Europa se encuentra en estado de confusión, Estados Unidos tiene un grave problema de gobernabilidad. El analista Moisés Naím identifica algunos ejemplos de cómo esto se ha traducido en daños por su propia mano.
Uno de ellos se refiere a China, que estableció un fondo alternativo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), tras hartarse de esperar durante 5 años a que el Congreso legislativo estadunidense, dominado por los republicanos, autorizase el aumento de su participación en el Fondo Monetario Internacional, del ridículo 3,8% a 6%. La cuota de Estados Unidos es de 16,5%.
Washington intentó bloquear el BAII presionando a sus aliados, sin lograrlo. Primero Gran Bretaña y después Italia, Alemania y Francia anunciaron su participación en el banco, que ahora cuenta con 50 países miembros y Estados Unidos no está entre ellos.
Otro ejemplo fue el intento del Congreso para acabar con el Banco de Exportaciones e Importaciones de Estados Unidos (Exim Bank), que desde su fundación, por el entonces presidente Franklin D Roosevelt en 1934, desembolsó 570 mil millones de dólares para respaldar a los exportadores estadunidenses.
Tan sólo en los 2 últimos años, China ha apoyado a su sector exportador con 670 mil millones de dólares. Moraleja: las empresas estadunidenses estarán en clara desventaja.
Como señaló el gran defensor de la hegemonía estadunidense Larry Summers, “Estados Unidos perderá su capacidad de dar forma al sistema económico global”.
El último desdén al papel de Washington como líder mundial provino de cuatro jefes de Estado árabes que desairaron una cumbre con Obama en el Camp David el 14 de mayo, convocada por Obama para tranquilizar a los Estados del Golfo sobre las negociaciones con Irán para un acuerdo nuclear. El mandatario estadunidense garantizó que un acuerdo con Irán no afectará la alianza de Washington con esos países. Pero los gobernantes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Baréin desertaron de la cumbre.
Sin embargo, no hay ejemplo más ilustrativo de una decisión errónea que el esfuerzo conjunto de Estados Unidos y la Unión Europea para colocar entre la espada y la pared al presidente ruso, Vladimir Putin, por su intervención en Ucrania, imponiendo duras sanciones a Moscú. Todo indica que no hubo reflexión sobre la sensatez de cercar a un líder paranoico y autoritario, pero que cuenta con un fuerte apoyo popular y que progresivamente puede ir arrastrando también a otros países de Europa Central y Oriental.
El resultado de este cerco es que China acudió en ayuda de la asfixiada economía rusa mediante una potente inyección de dinero. China invertirá alrededor de 6 mil millones de dólares en la construcción de un ferrocarril de alta velocidad entre Moscú y Kazán y financia un gasoducto de 2 mil 700 kilómetros para el suministro de 30 mil millones de metros cúbicos de gas ruso por un periodo de 30 años, además de otros proyectos, incluyendo el establecimiento de un fondo común de 2 mil millones de dólares para inversiones y un préstamo de 860 millones de dólares al banco ruso Sberbank.
El resultado evidente es que Rusia ha sido empujada fuera de Europa, a los brazos de China, y Pekín y Moscú están comenzando ahora maniobras navales y terrestres conjuntas. ¿Es éste el interés de Europa?
Al fin y al cabo, el declive de Europa y de Estados Unidos tal vez se reduce a una disminución de visión política, con una democracia que está siendo sustituida por la plutocracia, mientras el estadista de antaño es reemplazado por líderes políticos de menor nivel.
Todo esto se está desarrollando en medio de un creciente descontento con la política, que ahora se dedica básicamente a tomar decisiones administrativas, facilitando la corrupción. Al menos esto es lo que parece pensar alrededor de un tercio de los electores europeos cuando se les pregunta si creen que pueden lograr algún cambio mediante el voto. Y esto también explica por qué un número creciente de personas abandonan las urnas.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter