La República de Yemen se ha convertido en un escenario de una guerra civil intervenida. La situación es que partes de nación árabe se encuentran bajo el control de los hutíes, un grupo armado del clan zaidí y de creencia chiíta, que desde el pasado septiembre se hicieron de grandes partes del Noroccidente de Yemen, junto con la ciudad capital de Saná. Tal es que desde el pasado 25 de marzo una coalición de naciones árabes lideradas por Arabia Saudita bajo el rey Salmán Bin Abdulaziz han iniciado una operación militar contra las zonas de control hutí, que están avanzando hacia la ciudad portuaria de Adén. El presidente yemenita Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, quien se había establecido en Adén después de escapar de su detención domiciliaria en Saná bajo dominio hutí, ante el inminente avance de las fuerzas hutíes hacia Adén, el pasado 27 de agosto se embarcó desde el puerto homónimo hacia la vecina Arabia Saudita, en camino hacia Egipto, para asistir a la Cumbre de la Liga Árabe programada en esos días en Sharm el-Sheij.
La operación Tormenta Definitiva, llevada por Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Baréin, Catar, Egipto, Jordania y Marruecos y liderada por Arabia Saudita, formalmente inició el bombardeo sobre posiciones en la capital así como en sitios claves de la costa que bordean el estratégico estrecho de Bab el-Mandeb, donde transita la gran mayoría del crudo proveniente de los países del Golfo en camino hacia el Canal de Suez, hacia el Mar Mediterráneo. El gobierno saudí considera que el presidente legítimo de Yemen, Hadi, ha solicitado formalmente la intervención miliar para poder restablecerse en suelo nacional. Por su lado, el presidente egipcio, Abdelfatá Al Sisi, se ha sumado al apoyo prometiendo ayuda logística. Además debe considerarse que Al Qaeda tiene una importante base en el Oriente del país, desde donde llevan ataques contra los hutíes.
Las fuerzas lealistas atrincheradas en el puerto de Adén están resistiendo el embate por parte de los hutíes, que ya dominan buena parte del país. La Cumbre de la Liga Árabe que se celebró al tiempo emitió una propuesta incluso de constituir una fuerza colectiva militar para casos análogos. Sin embargo, lejos de ser imparcial en su proceder, tanto los países del Golfo participantes en la autoproclamada coalición, son en gran medida una extensión del poderío militar estadunidense, el cual no sólo tiene intereses regionales y geoestratégicos acerca del dominio justamente del estrecho de Bab el-Mandeb, sino además intenta hacerse del control de una zona marítima de primera importancia, de por sí puesta en jaque en la costa de Somalia por piratería. Sobre todo se trata una vez más de una confrontación histórica entre los chiítas y los sunitas, siendo el expresidente Ali Abdulá Saleh zaidí chiíta, mientras que el exvicepresidente y actual mandatario Hadi es apoyado por los sunitas. Por ello es lógico que en los medios internacionales se esté señalando a Irán como principal patrocinador de los hutíes bajo el liderazgo de Abdelmalek al Huti, mientras queda patente la influencia saudí y estadunidense en la administración de facto en exilio de Hadi, siendo Irán un enemigo ideológico desde décadas atrás para gran parte de las monarquías del Golfo.
La operación Tormenta Definitiva, de hecho ilegal en el derecho internacional, responde finalmente a una agenda global de desestabilización de la región y, en particular, de los regímenes y grupos chiítas. Por ello es que una vez más la guerra se hace echándole la culpa a Irán y en nombre del gobierno legítimo de Hadi, quien, sin embargo, no hace más unanimidad y que formalmente habría renunciado pero que deshizo esa renuncia una vez en Adén. Desde ese punto de vista fácilmente se puede desdibujar de quién es el gobierno legítimo ahora mismo. Esto siendo una forma adicional de deslegitimizar internacionalmente al gobierno de la República Islámica de Irán sin pruebas contundentes y sin atacarlo directamente, sino con acusaciones al aire en una zona aliada netamente chiíta.
Un escenario de la intervención militar se ha vuelto a dar en la región, donde en casos como el de Yemen, lejos de buscar una democratización, la cuestión es quién es el patrocinador de qué grupo en el poder, y en ese sentido, en el seno de la comunidad internacional, se ha decantado por los favorecidos que claramente no son los zaidíes, sino los sunitas, que hoy gobiernan desde el exilio y claman por la intervención militar en el país.
El rol de la inteligencia estadunidense está siendo elemental en esta operación de gran envergadura, pues no sólo es esencial para su desempeño, sino que posiblemente sea parte decisiva de la misma puesta en marcha. El ejército de Estados Unidos ha armado no sólo a la monarquía saudí, sino además a sendos estados del Golfo que hoy están llevando una guerra subsidiaria (guerra proxy) en la parte más austral de la Península Arábiga. De hecho se sabe que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aprobó la operación, de la cual fue informado previo a su inicio formal; además es probablemente el garante detrás de la coalición multinacional que hoy ilegalmente bombardea el occidente de Yemen. La Casa Blanca publicó el 28 de marzo lo siguiente: “El presidente y el rey Salmán coincidieron en que el objetivo colectivo es conseguir una estabilidad duradera en Yemen mediante una negociación política facilitada por la Organización de las Naciones Unidas que involucre a todas las partes”.
La reciente historia de Yemen en sí nos aclara cómo estar en la segunda mitad del siglo XX: como una nación dividida con la República Árabe de Yemen al Norte y la República Democrática Popular de Yemen al Sur. Esta última siendo la primera nación árabe en convertirse en marxista-leninista. No obstante Yemen, que junto con Alemania, Corea y Vietnam son de las pocas reunificaciones ocurridas en el transcurso de siglo, la división no cesó del todo entre el Sur, alrededor de Adén, y el Norte de Saná. Con la unión política en 1990, Ali Abdulá Saleh se convierte, después de ser el líder del Norte, en presidente de la nación reunificada, hasta su renuncia en 2012. La aparente revolución que se lleva a cabo en ese contexto muestra una vez más una clara y evidente búsqueda de desestabilización desde el exterior. Con el ascenso de Hadi, el exvicepresidente, se da una transición, la cual vemos hoy día ha sido un fracaso, en la medida que Saná, en zona zaidí, es la capital, pero Adén al Sur, antigua capital del Sur, es el motor económico del país y desde donde gobernaba al final Hadi.
La organización árabe ahora busca por vías de su pleno formalizar la operación de ocupación de tropas en Yemen, lo que siempre ha pedido de sus legítimas autoridades ahora en exilio; con el apoyo de varias monarquías que se regocijan de ver un poder chiíta aplastado por tierra con 40 mil soldados, aviones y barcos militares, como informa un portavoz del gobierno saudí a la cadena CNN, entre las que pueden figurar Emiratos Árabes Unidos, o Baréin.
Sin aún haber podido concretarlo hasta la fecha, estamos cerca de operaciones militares que, según sus patrocinadores, no cesará hasta que el presidente Hadi vuelva al poder en su país. Por mientras, Abd Rabbu Mansur al-Hadi no se trasladó a Adén sino que prefirió acompañar al rey saudí en camino a Riad, donde proseguir su nuevo exilio saudí hasta nueva orden.
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