El mejor homenaje a Víctor Raúl es seguir desenmascarando a una recua de traidores al ideal supremo de luchar por los desposeídos y a la vez, evitar que sigan engañando impunemente, haciendo uso de la valentía, que ellos no tienen, con toda determinación y resolución que nos da el saber que estamos con la verdad.
Escribir sobre la historia de los acontecimientos más importantes es una tarea de enorme responsabilidad, que exige rigurosidad en la señalización de las fuentes usadas. Más aún, cuando el objetivo o razón última es la lección o el mensaje que puede extraerse con espíritu crítico, o serio por decirlo de forma sencilla. Sólo así se logra que el hecho trascienda.
Hacer lo contrario es conseguir sumirse en la nebulosa de la vulgaridad o en el de la mentira descarada.
La farsa histórica en nuestro país es muy conocida y frecuente, cuando en la actividad política se ha vuelto un lugar común para crear, o mejor dicho, fabricar biografías que ensalcen el ego o el culto a la personalidad de un candidato con pretensiones electorales.
Es el caso específico de quienes urdieron la patraña de la relación de Alan García Pérez con Haya de la Torre. Le inventaron, entre muchas cosas, el carácter de discípulo del patricio y para ello montaron tremenda parafernalia destinada a crear un pasado que nunca existió.
Se financiaron revistas que nadie leía por lo malas que eran, y se trucaron fotografías que jamás existieron. La gente poco informada se suele tragar sapos con mucha facilidad y así sucedió con los libelos que fabricaron con el sello de la impunidad propia de los que trafican con la historia al compás del dinero.
Quien escribe estas líneas, no sólo vivió con intensidad dichos momentos sino que fue testigo de excepción por el cargo de secretario general colegiado del Partido Aprista que ostentaba y que puedo exhibir por más de una década, como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de manera ininterrumpida, amén de una militancia continua desde que ingresé al Club Infantil 23 de mayo (la CHAP auténtica) cuando frisaba los once años. En suma, asistí al fallecimiento de Víctor Raúl Haya de la Torre y los prolegómenos de ese acontecimiento histórico.
Víctor Raúl al ser elegido presidente de la Asamblea Constituyente en 1978, inició su último periplo en medio del agravamiento de su enfermedad que prefirió mantener oculta. El jefe del Partido, al confrontar a sus médicos, reunió a la Comisión Política que se constituía de esa manera cuando la presidía Luis Alberto Sánchez; en ella nos comunicó que sabía de lo que sufre y solicitó que el hecho permaneciera como una cuestión de Estado, habida cuenta de la necesidad de fortalecer primero la organización partidaria para enfrentar la elección del Secretario General y por ende del candidato a la presidencia de la República por nuestra organización. Preocupado, pues, por la unidad del partido nos pidió guardar absoluto secreto y discreción sobre su enfermedad y el correlato inevitable. La tensión de ese momento se vio coronada por un juramento que incluía el nombre del candidato que era Armando Villanueva del Campo.
El anti-Haya, es decir Alan García Pérez, era entonces secretario nacional de organización por lo cual NO participaba, a pesar de su protagonismo personalista, de dichas reuniones. No existió ninguna referencia al personaje de marras y menos conjetura alguna sobre algún encargo específico fuera de los miembros de la mencionada Comisión Política. En ella se diseñó la organización de convenciones regionales y que serían presididos por sus integrantes; el objetivo, que ya se mencionó, era la consolidación del Partido.
Sucedió que en algunas de dichas reuniones se cometió deslealtad e infidencia sobre la salud de Haya, lo cual motivó una reunión de emergencia donde el jefe del Partido expresó su decisión de no permitir el ingreso a su casa de los inconsecuentes entre los que estaba García Pérez. Ya había perdido toda consideración de Víctor Raúl y ciertamente de cualquier protagonismo.
Cuando se agravó la salud de Víctor Raúl se restringieron las visitas al jefe. En consecuencia el anti-Haya, con mayor razón, nunca pudo visitarlo.
Lo puedo atestiguar por el hecho de estar muy cerca de ese proceso al extremo que por mi condición del cargo y responsabilidad tuve el privilegio y honor de despedirme de Víctor Raúl la noche del 31 de julio de 1979, ya que viajaba al día siguiente a Cusco y le expresé mi compromiso de informar de la situación del Partido en dicha ciudad a mi regreso. Haya no podía hablar y sólo atiné a tomarle la mano que sí pudo levantar levemente en señal de saludo y adiós. Confieso que sentí que no pude pasar saliva de la impresión y me retiré inmediatamente de su dormitorio convertida en improvisada clínica. Esta escena se grabó en mi memoria de forma indeleble y hasta hoy la recuerdo con mucha emoción.
Recibí la noticia de su fallecimiento en el Cusco e inmediatamente inicié las gestiones para regresar a Lima y lo pude hacer después de muchos intentos para conseguir el pasaje en avión, gracias a la generosidad del prefecto de dicho departamento que militaba en Acción Popular.
A mi llegada a Lima fui inmediatamente al local de Alfonso Ugarte y me incorporé a la reunión de la secretaría general colegiada que se había declarado en sesión permanente para organizar los funerales de Haya de la Torre. Es de esta manera que se tuvo a bien designarme, junto con Luis Negreiros, para hacer uso de la palabra en el Parque Universitario a nombre de la juventud del Partido Aprista.
Alan García Pérez NO habló en ningún lugar.
Escribo este testimonio por primera vez, sin ápice de vanidad, con la intención manifiesta de echar por tierra tantos ídolos con pies de barro que pontifican sobre un protagonismo que nunca tuvieron, ni siquiera de cerca, en dichos acontecimientos, porque carecieron, antes y ahora, de la relevancia como para hablar de algo que encierra tanto cuidado pero que sus afanes e intereses personales y mezquinos los hacen mentir para un auditorio de intonsos e ignorantes.
En conclusión, el anti-Haya jamás fue un discípulo de Víctor Raúl tal como algunos quieren creer o hacer creer y no estuvo jamás en el lecho de muerte de quien en vida tuvo una conducta totalmente opuesta a la que él exhibe ahora. Los discípulos superan a su maestro en cualidades y virtudes, García no le llega ni a los talones. Este político de sainete no se aproxima en lo más mínimo a quien construyó un Partido con valores y principios que desechaba a los traidores, al igual que esa cáfila de seguidores, que aún tiene, y que son los responsables de la destrucción de lo que se construyó con sacrificio, honestidad, lealtad a la doctrina y coraje; cosas que los miserables condottieros no poseen.
Alguien que se entrega a los brazos de la derecha para cuidar su fortuna mal habida, no puede ser jamás considerado seguidor de Haya, cuando a ello hay que agregar la condición de hipócritas, farsantes, demagogos y genocidas, que no tienen miramientos para ordenar el asesinato de humildes pobladores como lo fue el baguazo, llegando al extremo de criminalizar la protesta social.
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