Director SEHCAP
Hace casi una década atrás y teniendo a la mano el libro “Tomo I Serie Biográfica-Los Héroes de la Breña”, figuraba el inventario, para consulta general, de expedientes militares de sobrevivientes de la pasada guerra. Llamó la atención este legajo que no figuraba en la lista, el cual fotografiamos para su posterior análisis.
Publicamos este segundo trabajo donde a través de los relatos de sobrevivientes, se destaca la valerosa actuación, en este caso, de Alfonso Ugarte.
Es importante reiterar que el objetivo principal es mostrar directamente al peruano común realizando actos heroicos tan meritorios e importantes como los personajes ya conocidos por nosotros, y en este caso particular, el hijo de Estanislao Granadino, un acaudalado tarapaqueño que contribuyó a crear al batallón Iquique No.1, es quien presenta una solicitud a la Comisión Calificadora de Combatientes de la Guerra del Pacífico para que se reconozca los servicios de su padre y durante esta larga e interesante crónica, descubriremos en un lenguaje a veces confuso pero muy detallado, detalles poco conocidos de esta batalla.
Se ha respetado casi en su totalidad la construcción gramatical del original, dejando al lector criterio para poder entender su contenido.
“…Andrés A. Granadino Almonte, General del Ejército en situación de retiro, solicito de Ud. se sirva disponer que la “Comisión Calificadora de Combatientes de la Guerra del Pacífico” declare vendedor de la “Batalla de Tarapacá” del 27 de noviembre de 1879 contra el Ejército de Chile, a mi padre don Estanislao B. Granadino, batalla en que fue herido en una pierna en las circunstancias que se expresan a continuación, que deliberadamente son expuestas con bastante latitud a fin de que no se ignoren detalles inéditos sobre la creación en Iquique del glorioso “Batallón Iquique” de 990 plazas, organizado, vestido, equipado, alimentado y pagado, desde su creación hasta el 7 de junio de 1880, en que fue aniquilado en el mundialmente conocido sacrificio del Morro de Arica, junto con su jefe el ínclito paladín Alfonso Ugarte, que, cubierto en los pliegues de la bandera del glorioso “Batallón Iquique”, bordado por mi madre y otras damas tarapaqueñas, prefirió arrojarse al mar y morir despedazado en los peñascos del Morro de Arica antes de caer en manos del enemigo, por un grupo de verdaderos patriotas, acaudalados salitreros tarapaqueños, sin que el Estado tuviese que abonar ni un solo centavo, sino suministrar solamente los fusiles y municiones, a lo que mi padre contribuyó con ingentes sumas que fueron abonadas desde el primer día de su creación hasta el mismo 7 de junio.
Así como sobre la épica marcha no igualada jamás por ningún ejército del mundo en circunstancias semejantes, ni aun en las guerras de la independencias del Perú (en las que el general español Valdez cubría fuertes jornadas pero no a pie sino montadas sus tropas en caballos del país, mulas, burros y hasta llamas, con las que llegaba a recorrer hasta 60 km en un día), tal como fue la marcha de Iquique a Tarapacá en 4 jornadas nocturnas:
La primera de 10km abandonando Iquique a las 4 de la tarde del 22 de noviembre de 1879 para llegar a pie a las 11 de la noche del mismo día a la estación de “El Molle”.
La segunda de 50km, partiendo a pie de La Noria a las 4 de la tarde del 23 para atravesar el desierto calichero para llegar a La Tirana donde llegó al amanecer del 24.
Las terceras y cuartas jornadas partiendo de La Tirana a las 6 de la tarde del 24 para atravesar el desierto entre La Tirana y la quebrada de Tarapacá, o sean 90km sin contar con una sola gota de agua, escases más sensible para una División que carecía de cantimploras, llegando a partir de la una de la tarde de la segunda etapa (25) , al borde de la pampa y del desierto con la quebrada de Tarapacá, frente a Huarasiña, muertos de hambre y sobre todo padeciendo de sed. En una palabra, una División que no podía entrar en combate por hallarse completamente agotada después de esas 4 marchas nocturnas seguidas a pie, mal alimentados y sobre todo sin agua, y que si no hubiese sido por la inteligente previsión y energía de mi padre que les hizo preparar sustanciosas comidas el 25 y 26, a riesgo de privar de víveres a su familia compuesta de su esposa y de 3 hijos menores de edad, mis hermanos mayores, que se dirigían en caravana a Tacna, con lo que contribuyó a convertir a tropas agotadas por las marchas, incapaces de combatir, en tropas llenas de energía física y coraje con las que derrotó al enemigo, después de descansar un día efectivo.
La participación que tuvieron las tropas tarapaqueñas en la batalla, así como mi padre que no quiso abandonarlas en la lucha, combatiendo lado a lado de Alfonso Ugarte, primo de mi madre, curando al jefe del batallón Iquique de su herida en la cabeza, recibiendo él mismo un balazo en una pierna, sirviendo de agente de enlace entre la División de Cáceres y la de Ríos durante la batalla, y ayudando a coordinar los ataques centrales en los que fue mi padre, elemento decisivo, que terminaron poniendo en fuga desenfrenada a los 5000 soldados chilenos, envalentonados con sus fáciles triunfos de Pisagua y San Francisco.
Por último, su ayuda a la División Ríos durante la larga y terrible retirada de Tarapacá a Arica junto con las otras tropas peruanas y la familia de mi padre, acompañando a esta División, prestándole toda la ayuda necesaria y atención por mi madre y su servidumbre, de sus heridos y enfermos, desde Sipiza hasta llegar a la Quebrada de Camarones.
Antes de continuar debo hacer presente que todas las poblaciones, campos de batalla, red de caminos, rutas de invasión principalmente, y las de retirada utilizadas en 1879, has sido reconocidas personalmente por el suscrito en camioneta, automóvil y especialmente en mula, durante algo más de un mes, al regresar de mis 7 años de destierro en la Argentina por el general Odría, estudiando todas sus condiciones logísticas, además del terreno, vías de invasión, etc., bajo el más amplio espíritu ofensivo o de revancha, para lo cual aproveché del pretexto plausible de visitar la tierra donde nacieron mis padres y viven hoy mis numerosos parientes en toda la provincia o departamento de Tarapacá.
Debo de declarar que, sin ninguna excepción, se mantiene vivo el amor a nuestra Paria, el Perú, lo que no podía ser de otra manera en la tierra del Mariscal Castilla y Marquezado y la de Alfonso Ugarte, hallándose listo su espíritu de colaboración en todo lo que yo pudiese pedirles.
Mi citado padre nació en la población de San Lorenzo de Tarapacá, capital del Departamento, el 10 de noviembre de 1836, siendo el último de los 15 hijos, entre hombres y mujeres, que tuvieron mis abuelos Dn. Vicente B. Granadino y Dña. Manuela de Oviedo de Granadino, su esposa.
Dedicado mi padre desde muy joven a la explotación del salitre el cual mi abuelo fue uno de sus descubridores, era propietario, a la declaración de la guerra con Chile, de 3 oficinas salitreras: Ramírez, San Donato y San Lorenzo, elaboradores de salitre con sus respectivas plantas inglesas de elaboración, además de numerosas “estancas” de terrenos salitreros en los que se trabajaba su extracción.
En Iquique era propietario asimismo de, además de varias bodegas o grandes depósitos de salitre elaborado y listo para su exportación a Europa, que más tarde sirvieron de alojamiento al glorioso “Batallón Iquique No. 1”, así como a otras tropas acantonadas en ese puerto.
Al romperse las hostilidades con Chile, se reunieron en Iquique un grupo de los más acaudalados salitreros tarapaqueños, formado entre otros por D. Estanislao B. Granadino, mi padre, su hermano D. Marcos B. Granadino, D. Fermín Bernal y García, D. Lorenzo Zavala, d. Andrés Bustos, la familia Ugarte y Bernal, D. Juan Vernal y Castro, D. Evaristo Quiroga y varios otros cuyos nombres deben hallarse consignados en documentos oficiales de la época que debería poseer el Ministerio de Guerra, los que decidieron organizar un batallón de infantería de 900 plazas, refundiendo en uno solo los dos batallones originalmente constituidos a fines de marzo antes de la declaración de guerra, formándolo con oficiales y tropa de la Guardia Nacional, oriundos exclusivamente del Departamento de Tarapacá, cuyo sostenimiento general durante todo el tiempo que durase la guerra sería sufragado íntegramente por los acaudalados salitreros tarapaqueños presentes, sin que le costase un solo centavo al erario peruano, el cual solo debía suministras los fusiles y municiones necesarios, para lo cual los tarapaqueños presentes y los que se adhiriesen posteriormente, como lo hizo mi tío Marcos B. Granadino, hermano de mi padre y casado con mi tía Dominga, hermana de mi madre, se comprometieron a abonar la cantidad inicial necesaria y mensualmente la suficiente para su sostenimiento, inclusive el importe de la alimentación, sueldos, gratificaciones y propinas a la tropa.
El Sr. Estanislao B. Granadino ofreció poner inmediatamente a disposición del batallón que iba a organizarse, 2 grandes “bodegas” que le servían de depósito de salitre, sitas hoy en la calle Serrano, y 2 casas de altos y bajos para Alojamiento del Cuerpo de Oficiales y Oficinas del Batallón, situadas hoy en la calle Sargento aldea.
Se acordó asimismo, que a la brevedad posible se suministrase a dichos oficiales las prendas de cama necesarias lo mismo que a la tropa, así como los muebles y enseres necesarios a las oficinas, disponiéndose al mismo tiempo la confección de uniformes, capotes y demás prendas de vestuario, ropa interior, calzado, correaje y fornituras, mochilas, cantimploras, así como los enseres necesarios para la confección de las comidas para oficiales y tropa, comprendiendo servicio de comedor para los mismos, además de la compra de alas de silla para las plazas montadas y para el transporte del parque e impedimenta, útiles de campamento, etc., o sea de todo lo que necesitase el batallón para entrar en campaña.
En la misma reunión se designó 1er. Jefe del Batallón, confirmando su nombramiento primitivo, al Sr. Alfonso Ugarte, coronel de Guardias Nacionales, quien desde ese momento se encargaría de las gestiones oficiales ante la Comandancia en Jefe para alcanzar su completa organización, especialmente del Cuerpo de Oficiales y aceptar las clases y soldados instructores que había ofrecido proporcionar el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la 2da. División del Ejército del Sur, para la instrucción necesaria y cooperar en la organización general, gestionando de la superioridad la aprobación de las medidas adoptadas.
En la misma reunión se acordó comprar el cuero, etc., necesario para la confección del correaje, fornituras, cinturones, que no podía suministrar el Estado, a fin de activar su entrega al batallón pero, sobre todo, dotarlo de suma urgencia de las cantimploras tan indispensables en esa árida región de pampas, pero que no podían adquirirse en las instalaciones del Ejército en Iquique que no las tenía, debiendo ser adquiridas en Lima, lo que desgraciadamente no pudo dotarse la Batallón a pesar de haberse enviado a Lima un oficial comisionado con la autorización de la superioridad y provisto del dinero necesario.
Se dispuso asimismo que las esposas, hijas y parientes de las personas allí presentes, organizasen talleres de costura con la cooperación de todas las damas peruanas de Iquique con los sastres necesarios, para confeccionar las prendas de vestuario y equipo del personal de oficiales y tropa del batallón, así como que se procediese a confeccionar la bandera nacional destinada al Cuerpo, así como los banderines, que serían entregados al Batallón cuando terminase de organizarse y lo dispusiese la Comandancia en Jefe en la ceremonia patriótica correspondiente, procediéndose en el acto a recabar los cheques, órdenes de pago comerciales, giros sobre Londres en $, etc.
Efectivamente el…………….. de 1879, se reconoció oficialmente al batallón de infantería de 900 plazas comandado por el coronel de Guardias Nacionales Alfonso Ugarte Vernal, designándolo con el nombre de “Batallón Iquique No.1”, siendo afectado a la División Ríos acantonada en Iquique y compuesta de tropa nativa del Departamento, el cual desfiló correcta y gallardamente ante el Alto Comando y autoridades militares, en medio de entusiastas aclamaciones, vítores y entusiasmo patriótico de toda la población de Iquique.
Según las Listas de Revista que no han sido encontradas hasta la fecha, entre los oficiales y tropa del batallón figuraban muchos parientes de mis padres, así como numerosos empleados y obreros de las oficinas de salitre de mi padre.
Antes de la declaración de guerra, muchas familias tarapaqueñas residían en Tacna por su clima, abundancia de víveres frescos, etc., entre los que se encontraba mi tío Marcos B. Granadino, hermano de mi padre y su familia, que habían viajado por vía marítima con sus hijos antes de la declaración de guerra.
Pero, una vez que Chile se adueñó del mar después del hundimiento del monitor “Huáscar”, se intensificó el bloqueo de la vía marítima entre Iquique, Pisagua y Arica, por lo que solo algunas pocas familias optaron por tomar la ruta terrestre de Pisagua – Tiviliche – Quebrada de Camarones – Arica y Tacna.
Como en Iquique hasta los civiles sabían con certeza que en Antofagasta, Chile preparaba su primera invasión del Perú para apoderarse del rico departamento salitrero de Tarapacá que era su primordial objetivo, desembarcando obligatoriamente en Pisagua, mis tíos Marcos y Dominga urgieron a mis padres para que se trasladasen cuanto antes a Tacna, a fin de descongestionar en lo posible al suministro de víveres frescos especialmente carne, de que carecía Iquique en cantidad suficiente para el Departamento, lo que hacía muy difícil el aprovisionamiento de las tropas.
Como por intermedio de Alfonso Ugarte, primo de mi madre, mi padre había sostenido sólida amistad con el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la 2da. División Peruana de Línea acantonada en el Departamento, amistad que culminó años después cuando mi padre aceptó gustoso su deseo de ser mi padrino de bautizo por haber nacido el suscrito el 10 de noviembre, fecha también del nacimiento del que fue Mariscal del Perú, Don Andrés A. Cáceres.
Esta amistad se convirtió en sólido vínculo cuando se tradujo en el mismo año de 1879 en el servicio que le hizo mi padre a él y al Perú al proporcionarle 500 mulas de carga adquiridas en el Tucumán, Argentina, que le servían a mi padre para el transporte del salitre de las oficinas de elaboración a las estaciones del ferrocarril de Pisagua al puerto de Iquique para su embarque al extranjero. Este ganado lo necesitaba con urgencia el coronel Cáceres para poder transportar su parque e impedimenta como víveres, etc., de su División, en su desplazamiento sobre cualquier punto del departamento que fuese necesario, para poder hacer frente al enemigo que se afirmaba invadiría en breve al Departamento.
Como muy pronto obtuvo mi padre confirmación de la inminencia del desembarco de tropas chilenas en Pisagua, que cortarían la ruta terrestre a Tacna por Pisagua, Tiviliche y Arica, inició los preparativos para marchar por tierra a Tacna con toda su familia, marcha a la que se agregaron numerosos parientes cercanos con sus familias, residentes en la Tirana, Pica, Matila, Pozo Almonte y el Valle, formándose una verdadera caravana, por lo que dispuso mi padre que cada familia preparase sus acémilas de silla y carga para el transporte de su propio personal e impedimenta, especialmente sus víveres en cantidad necesaria para el largo viaje de más de 600km que se iniciaría probablemente en La Tirana en fecha que indicaría mi padre oportunamente, población en la que debía reunirse o concentrarse la caravana.
La marcha sobre Tacna se haría por los senderos del comienzo de las estribaciones de los Andes, a fin de no obstaculizar los posibles desplazamientos de las tropas peruanas en la Pampa del Tamarugal, y comienzo de las quebradas que bajan de los Andes para perderse en dicha pampa.
La principal preocupación de mi padre consistía en el suministro de carne y víveres necesarios para las dos terceras partes del viaje por lo menos, por lo que formó por su cuenta un rebaño compuesto de ganado vacuno con algunas vacas para el suministro de leche, especialmente para los niños de la caravana, además de corderos, aves llamas, y también además de un convoy transportando charqui, chalona, arroz, chuño, papaseca, chochoca, maíz para cancha y mote, harina de trigo y de maíz, azúcar, té chocolate, etc., todo en cantidad suficiente, además de algunos barriles de agua que podrían ser necesarios, así como enseres de campamento, clase de víveres y agua que el ejército peruano tendrá que llevar cuando llegue el momento de lo que fue y será siempre nuestro. Mis padres montaban excelentes mulas argentinas de silla elegidas cuidadosamente, llevando una mula con angarillas en que irían sus dos últimos hijos menores de edad, uno en cada lado, mientras que cabalgando en la parte superior y central, iría nuestra hermanita la mayor, menor de edad también. Dicha mula estaría a cargo de un antiguo arriero de toda confianza que no podía alejarse de ella por ningún motivo.
Formaba parte de la caravana, personal de la servidumbre, además de los antiguos y mejores y ya probados arrieros conocidos de mi padre, con las mejores mulas de carga de las tres oficinas de salitre, habituadas a marchar por la Pampa del Tamarugal.
La intención de mi padre y de su capataz y arrieros era marchar no por el borde Este de la pampa, sino por los senderos para las mulas, a media pendiente de los espolones de los Andes, pasando de quebrada en quebrada, en la dirección general del norte y paralelo igualmente al borde Este de la Pampa del Tamarugal, con el fin de no entorpecer posibles desplazamientos de las tropas peruanas, tal como sucedió.
La reunión de la caravana con todos los elementos que le constituían se realizó el 28 de octubre en La Tirana, iniciándose la larga marcha en la mañana del 1ro. De noviembre, en momentos que se extendía la noticia transmitida por telégrafo desde Pisagua, de que los chilenos habían iniciado el ataque para apoderarse de ese puerto y poder desembarcar sus tropas. Bajo la penosa impresión del ataque chileno, la caravana siguió su marcha hacia el Este, sobre Tipiza, para de allí girar definitivamente al Norte.
Después de atravesar varias quebradas paralelas, la caravana llegó al mediodía del 25 de noviembre al pueblo de Mamiña sobre la quebrada de Tarapacá, a varios Km al N.E. de la población de ese nombre, habiéndose encontrado en esos caminos de sierra con algunos soldados bolivianos que les informaron sobre el éxito del desembarco chileno en Pisagua y la batalla de San Francisco con resultado adverso para las armas de Perú y Bolivia, pero ocultando que estos desastres se debían únicamente a la traición del presidente boliviano Daza que se vendió por dinero a Chile, ordenando media vuelta en la quebrada de Camarones a las tropas bolivianas que se dirigían a reforzar las tropas peruanas en Tarapacá, y a que las tropas bolivianas asesinaran por la espalda cuando asaltaban el cerro San Francisco.
Al llegar al pueblecito de Mamiña, 3 soldados peruanos en comisión en dicho lugar, confirmaron a mi padre los anteriores informes, agregando que después del desastre sin combatir en San Francisco, el ejército peruano, menos la División de Caballería de Bustamante que también emprendió la fuga sobre Arica, se encontraba en el pueblo de Tarapacá dirigiéndose a Tacna por Arica, y que la División Ríos que había quedado en Iquique, había recibido orden de abandonar ese puerto y dirigirse al pueblo de Tarapacá, la cual había partido de La Tirana a las 6 de la tarde del día anterior 24, dirigiéndose sobre la quebrada de Tarapacá, según informes telegráficos de La Tirana.
Al escuchar mi padre estos informes y conociendo perfectamente los peligros del camino de La Tirana a Tarapacá, que había recorrido tantas veces en su juventud, especialmente la senda que pasa por Huarasiña a la entrada de la quebrada, especialmente por la absoluta carencia de agua antes de llegar a Huarasiña, en una tan grande extensión de cerca de 50km o sea la mitad de su extensión total, así como la naturaleza del terreno, pedregoso en los primeros 45km y de arena muerta los últimos 45, y con total ausencia de todo recurso, ordenó mi padre en el acto beneficiar cuatro novillos así como varios corderos, carne que con víveres secos apropiados la dirigieran sobre Tarapacá con varios arrieros bien montados, conduciendo con ellos dos mulas además con 4 barriles para agua cada una. Mi padre dejó a su familia y a la caravana bien instalada en Mamiña, dirigiéndose rápidamente sobre Tarapacá con su pequeño convoy de carne y víveres, donde sabía que se encontraba su buen amigo el coronel Andrés A. Cáceres.
Al llegar a la pequeña plaza de Tarapacá le fueron confirmados todos los informes anteriores, agregando la noticia de que algunos elementos avanzados de batallón “Iquique” habían llegado a la una de la tarde de ese día 25 al borde de la pampa y del desierto, muy cerca y frente a Huarasiña, a la entrada de la quebrada, y que el jefe de la División Ríos, División que desgraciadamente no había sido dotada de cantimploras desde Lima, a pesar de sus angustiosos pedidos y remesas de dinero, pedía con urgencia que se le enviara agua y víveres inmediatamente, pues sus tropas se hallaban sumamente agotadas después de las 4 larguísimas marchas de noche, muy sedienta y hambrienta.
No es demás advertir que el coronel Suárez jamás se preocupó de atender en algo el angustioso pedido del coronel J.M. Ríos que pedía agua y alimento para sus soldados tarapaqueños.
Al tener conocimiento de este informe mi padre dispuso inmediatamente que una parte de la carne y víveres que traía desde Mamiña se dirigiera al borde del desierto frente a Huarasiña y que se llenasen de agua los 8 barriles, y que con las mulas de los víveres fuesen las 2 mulas con el agua al mismo punto a juntarse con esa tropa del “Batallón Iquique”, donde con la paila que se llevaba se preparasen rancho apropiado y continuo, suministrando agua a la tropa de los 4 barriles mientras que mi padre continuaba con la otra mula de agua, seguida después por la otra mula y 2 arrieros con sus barriles ya llenos.
En consecuencia mi padre subió por la pendiente S.E. de la quebrada hasta el borde del desierto donde estaba reuniéndose poco a poco el batallón “Iquique” y el resto de la División Ríos, continuando mi padre en dirección de La Tirana por las sendas por donde venía el resto de la División, encontrándose a los pocos momentos con Alfonso Ugarte que a pie marchaba al frente del grueso de su batallón para dar ejemplo y levantar la moral de sus hombres y para ceder su caballo y las mulas de sus oficiales a los soldados agotados por la marcha de 135km en 3 jornadas de noche, a razón de 45km cada noche.
Es muy posible que mi padre no se diese exacta cuenta en esos momentos de acción, de que con su previsión y energía estaba permitiendo que el Perú pudiese escribir la página más gloriosa de su historia militar al convertir una División de 1500 hombres agotados físicamente e incapaces de combatir, en otra División llena de energía física y moral, pletórica de coraje, la cual iba a decidir la suerte de la batalla, haciendo morder polvo a su odiado enemigo, superior en número y armamento y a regar con su sangre sagrada y generosa un campo de batalla donde hasta ahora se ven blanquear los huesos de nuestros “inmortales”. Que se reconocen por los botones de los girones de las reliquias de sus uniformes, botones de los que poseo algunos y que claman venganza, mostrándonos el camino del deber y de la reconquista de tierras que fueron y serán siempre nuestras.
Héroes olvidados desde el 27 de noviembre de 1879 y que recién ahora que se sabe han desaparecido todos los heroicos sobrevivientes. Se recuerda que la patria debió siquiera cubrirlos a ellos y a sus descendientes de medallas y bienestar económico, mostrándolos al país para que los admirasen y sirvieran de modelo en el futuro hasta que en ese mismo campo de batalla el Perú levante el monumento donde se graven en el mármol los nombres de todos “los que cayeron por defenderlo” y de todos los que tomaron parte de la lucha, levantándole el monumento que hasta ahora se le ha negado al glorioso paladín que envuelto en los pliegues de la sagrada enseña de su glorioso “Batallón Iquique”, se precipitó al abismo legándonos ejemplo eterno de heroísmo de lo que valen los hombres y sus descendientes de esas sagradas y gloriosas tierras entre los que se cuentan los Mariscales Ramón Castilla, La Fuente, el general Remigio Morales Bermúdez y el coronel Guillermo Billingurst héroe del morro Solar, todos los 4 presidentes del Perú, y los héroes de Tarapacá y del Morro de Arica.
No hay que olvidar que esos hombres de la División Ríos, de coraje bien templado, venían caminando con sus pies desde las 4 de la tarde del 22 de noviembre desde Iquique hasta la estación del Molle, árbol que hasta ahora existe esperando que lo cubra el pabellón peruano, donde llegaron a las 11 de la noche, para tomar inmediatamente el tren que los condujo a La Noria a donde llegaron a las 7 de la mañana del 23, lugar en que tomaron un ligero desayuno, pero sí un buen almuerzo, e iniciar a las 4 de la tarde de ese día su épica marcha a pie por los calichales, pedregales y arenales de la Pampa del Tamarugal, hasta el amanecer del 24 en que llegaron a La Tirana donde recibieron como ración una libra de carne con pan, bollos, galletas al rescoldo, sopa y pillas preparadas por las damas peruanas, descansando hasta las 6 de la tarde en que emprendieron la primera etapa de 45km de desierto sobre la quebrada de Tarapacá, haciendo alto a las primeras horas de la mañana del 25 en que el sol convertía la pampa en un horno abrasador, llegando por fin a la 1 de la tarde los primeros elementos del “Batallón Iquique”, sobre el borde del desierto con las pendientes que bajan sobre la quebrada de Tarapacá, frente a Huarasiña, donde por el centro del vallecito corre el arroyo que lo corta.
En ese borde se esperó que se reuniese toda la División, pudiendo satisfacer esos héroes espartanos su hambre con el rancho que había hecho preparar mi padre con parte de los víveres que trajo de Mamiña.
Reunida ya la División, bajó a la quebrada a las 9 de la noche para recorrer los 2 o 3 kilómetros para alcanzar Huarasiña donde mi padre les había hecho preparar precario alojamiento donde se repartieron los restos de la carne asada y cancha con mote, sobrante del rancho que mi padre había hecho preparar en el borde del desierto que acababan de abandonar. De dicho borde de la quebrada, mi padre había enviado ya un arriero a Mamiña para que con nuevos arrieros y mulas se enviase más víveres y carne para poder preparar un sustancioso rancho para toda la División Ríos en Tarapacá, donde posiblemente se llegaría a las 12m del día siguiente 26. Este pedido fue despachado bajo la vigilancia personal de mi madre para que fuesen la mayor cantidad de víveres, aun a riesgo que se agotasen los víveres que se contaban para seguir la marcha a Tacna.
Mientras tanto mi padre descansaba en la misma casa con Alfonso Ugarte, coronel J.M. Ríos y algunos jefes de la División en el alojamiento preparado por un pariente cercano residente en Huarasiña. Habiendo pedido por medio de un arriero a un primo hermano que residía en Tarapacá, que preparase alojamiento el día 26 para el mismo personal, al que posiblemente se agregaría el coronel Andrés A. Cáceres con alguno de sus jefes, disponiendo al mismo tiempo los lugares convenientes donde pernoctaría la tropa de la División Ríos, que ya se encontraba en condiciones físicas muy aceptables.
A las 8 de la mañana del 26, víspera del día que se escribiría la más gloriosa página de nuestra historia militar y ya completamente restablecida la División Ríos de su desgaste físico, después de tomar una ligera colación, partió de Huarasiña llevando desplegada la gloriosa bandera del “Batallón Iquique” a la cabeza, seguida de sus jefes, del “Iquique” y demás unidades tarapaqueñas. A las 12 del día la División desfilaba gallardamente en la plaza de Tarapacá, frente a los dos generales del ejército del Sur, y sus altos jefes y cuerpos de tropa.
En Tarapacá esperaba a la División Ríos y a todo el cuerpo de sus jefes y oficiales, el magnífico rancho preparado por el cocinero oficial de la caravana a quien había enviado mi madre, con los víveres enviados por ella de Mamiña, que dejó casi exhaustos a los de la caravana, rancho que se repitió en parte a las 6 de la tarde, con lo que terminó de reponerse completamente toda la División Ríos. Marcha de Iquique a Tarapacá en 4 días sin perder un solo fusil ni un cartucho, habiendo solo abandonado en la estación de El Molle y algo también en La Noria, bastante cantidad de víveres que no pudieron ser transportados de La Noria a La Tirana i mucho menos a Tarapacá, en las muy pocas mulas con que contaba la División, pero que fueron entregados al pueblo peruano, incluso los que no pudieron llevar sobre sí las tropas y los oficiales.
La marcha ejecutaba por esta División de 1500 hombres, supera a las más memorables que consigna la historia militar de todas las Américas, inclusive las del general español Valdez en las guerras de la independencia del Perú, ejecutados por los legendarios soldados cuzqueños, pero que eran realizadas montados los soldados de infantería en caballos del país, mulas, burros y hasta en llamas, con lo que se explica la de 60km en su campaña de Moquegua.
Al comenzar a amanecer el 27, mi padre fue despertado en la pieza en que dormía Alfonso Ugarte, por una mujer que conocía a mi padre desde niño y que tenía su choza con sus corderos y perros en el borde de la pampa con las pendientes que forman la Quebrada, y cerca de una torrentera, la que le avisó que los chilenos estaban ocupando todo el borde que domina el valle, mientras que soldados a caballo y más soldados a pie continuaban sobre Pachica por el mismo borde. Mi padre despertó inmediatamente a Alfonso Ugarte que hizo tocar “generala” que puso en pie a todas las tropas peruanas, lista a inicial la lucha, mientras mi padre transmitía el informe al coronel Cáceres, el cual sin esperar órdenes inició el ataque lanzando a la conquista de las ásperas pendientes que dominaban la quebrada, a su famoso batallón “Zepita” seguido del “2 de Mayo”, los que al alcanzar el borde de la pampa se apoderaron de la artillería enemiga, haciendo retroceder a los chilenos a bastante distancia, apoderándose de sus trincheras, equipo, etc.
Y cuando en Batallón Iquique No.1 con Alfonso Ugarte a la cabeza y con mi padre a su lado que hacía fuego con un fusil tomado a un soldado peruano muerto, seguido de la “Columna Navales” de Iquique mandada por el abogado doctor Meléndez comandante de Guardias Nacionales, y por un piquete de “Gendarmes de Iquique” mandado por el teniente More, tropas que avanzaban apoyando vigorosamente al Coronel Cáceres, que atacaba a la columna chilena Arteaga, fue herido Alfonso Ugarte de un balazo en la cabeza, siendo socorrido en el acto por mi padre que le vendó la herida que sangraba profusamente, con su pañuelo de seda del cuello, instante en que fue muerto de un balazo su caballo blanco que le obsequiara mi padre en Iquique, al que reemplazó mi padre en el acto entregándole su propia mula, con la que continuó comandando su batallón y atacando al enemigo. Fue en esos momentos que mi padre hacía fuego al lado de Alfonso Ugarte desde el comienzo de la lucha, que fue también herido de un balazo en la pierna, proyectil que felizmente no le comprometió el hueso, lo que le permitió montar la mula de uno de sus arrieros que trajo de Mamiña y que combatía también a su lado siguiendo el ejemplo de mi padre.
Y cuando el escuadrón chileno de “Granaderos” cargó impetuosamente sobre la “Columna Loa” de Tarapaqueños y no de bolivianos como se dice equivocadamente, y sobre los gloriosos “Navales” que tanto se distinguieron en el Morro de Arica, que no tuvieron tiempo para formar el “cuadro”, fueron furiosamente acometidos por el glorioso “Iquique”, haciéndoles emprender la fuga, lo que permitió a las unidades tarapaqueñas acometer de nuevo con poderosos bríos al enemigo. Es en estos momentos que se vio aparecer en el borde del norte de la pampa a la División Dávila proveniente de Pachica que atacó el flanco del enemigo sin disparar, para acometerlo enseguida con repetidas descargas de fusilería, al mismo tiempo que el coronel Andrés A. Cáceres atacaba el centro, lo que desencadenó ataques coordinados sobre todo el frente peruano, lo que originó el desbande general de los chilenos que huyeron despavoridos por la Pampa del Tamarugal en dirección Oeste, no deteniendo su fuga hasta reunirse con el grueso de su ejército en los alrededores de San Francisco.
Alcanzado el triunfo, las tropas peruanas descendieron al valle de Tarapacá al atardecer del 27, donde el comando peruano decidió retirarse sobre Arica, lo que fue comunicado a mi padre por Alfonso Ugarte y por el coronel Andrés A. Cáceres, lo que motivó que mi padre con su herida vendada sumariamente se dirigiera en el acto a Mamiña a disponer la marcha de la caravana sobre Tacna, pegándose ulteriormente a la retaguardia del “Batallón Iquique”.
Al pasar por Pachica tuvo conocimiento que las tropas peruanas de Tarapacá emprenderían la marcha a las 11 horas de esa misma noche, precipitación despavorida originada por el falso informe de un arriero que sin haber sido verificado, originó el abandono inhumano sobre el campo de batalla de todos los heridos incluso los peruanos que no podían caminar, y que no se enterrasen siquiera nuestros gloriosos muertos, así como el abandono casi sin ocultarla de la artillería enemiga que tanta sangre había costado capturarla a nuestros héroes.
En efecto, al amanecer del 28, la caravana de Mamiña emprendía la marcha, enviando adelante al capataz de los arrieros hasta con un día de anticipación y con dinero suficiente y 2 arrieros para comprar novillos, o carneros, o aves, y los víveres secos que pudieran obtenerse a no importa a qué precio, para suministrárselos también a la División Ríos.
Al llegar a Sipiza, la caravana se pegó a la cola del “Batallón Iquique” continuando con él hasta Camiña. Desde Sipiza mi madre con su servidumbre y ayudada por otras damas peruanas, tuvo que dedicarse a curar a Alfonso Ugarte y a mi padre así como a los heridos en la batalla y a los enfermos, hasta llegar a la Quebrada de Camarones. En el trayecto encontraron a numerosos soldados bolivianos especialmente en Jaiña, donde en su cobarde fuga se habían dedicado al robo, al saqueo y a violar a las mujeres, matando a todo campesino peruano que saliese en defensa de ellas. En Camiña felizmente mi padre no continuó con las tropas peruanas en su marcha sobre Moquella, camino en el que le dieron media vuelta y regresaron a Camiña por un informante falso también de otro arriero sobre la presencia de tropas chilenas en esa población.
Mientras tanto la caravana se dirigía sobre que se halla sobre uno de los afluentes que forman el río Camarones donde mi tío Marcos había hecho avanzar un pequeño convoy y ganado en pie, que mi padre compartió con la División Ríos y la de Cáceres y las otras hasta donde alcanzaron, reuniéndolos con otros que no pudieron adquirirse.
En Soya, población inmediatamente anterior a Camiña se habían agotado por completo todos los víveres de la caravana, los de los particulares incluso los de mi familia, quedando solamente una caja de leche condensada y algunas conservas que mi madre reservaba celosamente para los niños y algunos enfermos de cuidado del “Batallón Iquique”, habiéndose liquidado por completo hasta con las mulas de silla, y las de carga que se sacrificaron y comieron ya que no tenían nada que cargar, salvo algunos enseres de campamento y el transporte de la angarilla con mis hermanos mayores, menores de edad, las de mi padre y las del capataz y de heridos de la División Ríos. Habiendo repartido en Sipiza algunas mulas entre las unidades con heridos tarapaqueños y enfermos de cuidado.
En una de esas etapas mi madre y mi padre, cojeando, tuvieron que marchar todo un día a pie, para ceder sus mulas a heridos del “Iquique”.
Las tropas peruanas se alimentaban en general con el cuero del correaje que no era indispensable, el que hacían hervir con raíces, hojas y cortezas de árboles y arbustos, lo que produjo una epidemia de disentería.
Por todos los lugares poblados a lo largo de los senderos que seguían nuestras tropas, se encontraban huellas recientes de los incendios provocados por los soldados bolivianos, desbandados, así como de sus actos vandálicos, incluso huellas de actos de canibalismo con niños. En algunos lugares los peruanos tuvieron que hacer uso de sus armas para contener el vandalismo de esas bárbaras y cobardes tropas y defender a nuestros connacionales.
Las tropas de la 2da. División y de la División Ríos guardaban estricta disciplina lo mismo que las otras Divisiones, notando mi padre que en la División Ríos no se perdió fusil alguno y ni un solo cartucho, incluso los de los soldados que cayeron en la batalla de Tarapacá.
La sed era el tormento mayor y general, pues eran muy raros y lo son actualmente, los pequeños arroyos y fuentes entre quebrada y quebrada, viéndose obligada la tropa a beber sus propios orines para calmarla.
Por fin, la caravana de mi familia llegó a Pachía sobre la Quebrada de Camarones donde mi padre poseía un pequeño fundo donde invernaban anualmente las mulas de las “piaras” de sus salitreras y donde la familia pasaba a veces algunos veranos. En dicho fundo se encontraba esperando a la familia de mi tío Marcos, con todos los víveres necesarios, inclusive para las tropas de la División Ríos, que descansaron dos días en él, continuando su marcha sobre Colpa y Checa y Arica, donde el general Buendía y el coronel Suárez fueron destituidos vergonzosamente del mando de las tropas peruanas del Ejército del Sur, por el contralmirante Montero.
Después de una semana de descanso, mi padre con la familia continuó la marcha directa sobre Tacna, donde ya tenía preparado alojamiento y donde terminó su larga peregrinación, acompañando y ayudando a las gloriosas tropas que vencieron al eterno y rapaz enemigo nuestro.
Como en el Archivo Nacional del Ministerio de Guerra que se conserva en el cuartel Mariscal Cáceres de esta Capital, los mismo que entre los documentos del Archivo del Centro de Estudios Militares, parece que no solo han desaparecido los valiosos documentos oficiales referente a la creación del “Batallón Iquique” en ese puerto, cuyos gastos en equiparlo, pagarlo, etc., fueron sufragados por un grupo de salitreros tarapaqueños entre los que encontraba mi padre, sino también han desaparecido hasta las Lista de Revista del mismo batallón, documentos de alto valor histórico, correspondientes a los meses de abril de 1879 de su creación, hasta el mes de junio de 1880 en que se sacrificó en el Morro de Arica, así como también se hubiese esperado, asimismo, que hubiese desaparecido el último sobreviviente de la batalla de Tarapacá para que hubiese podido certificar todo lo expuesto en esta solicitud, lo mismo que los contemporáneos de la misma generación que hubieran tenido conocimiento de los mismos hechos, por lo que ofrezco el testimonio personal y jurado de los siguientes respetables caballeros tarapaqueños que por su situación social y edad, escucharon de sus padres y parientes y de los mismos vencedores sobrevivientes, relatos que confirman todo lo expuesto. Dichos testigos son los siguientes:
Don Julio Zavala, tarapaqueño de nacimiento, de 72 años de edad, sobrino del héroe del Morro de Arica coronel D. Ramón Zavala y por ser hijo de su hermano D. Fernando Zavala, acaudalado salitrero que combatió también en la batalla de Tarapacá en la Columna “Tradicional de Lima No.3”, el cual al ser expulsado de Tarapacá se trasladó al Perú donde ingresó como contador del Banco Central de Reserva del Perú del que está jubilado en la actualidad. Reside en Magdalena del Mar en el número 283 del Jirón Bolognesi.
D Juan Baselli, tarapaqueño también de nacimiento, de 74 años de edad, que al ser expulsado de Iquique por los chilenos se trasladó a Lima, donde se radicó. Por sus patrióticas actividades en favor de sus comprovincianos tarapaqueños, tacneños y ariqueños, fue proclamado Presidente Vitalicio de la Sociedad “Tacna, Arica y Tarapacá”, y cuando se incorporó Tacna al territorio nacional, fue proclamado igualmente Presidente Vitalicio de la Sociedad Tarapacá.
En la actualidad, este patriota hijo de Tarapacá obsequia anualmente de su propio peculio a nombre del departamento de Tarapacá, una medalla de oro con su correspondiente diploma, al alumno más distinguido que egresa del colegio nacional “Alfonso Ugarte” de Lima.
Comerciante muy conocido en la plaza de Lima por su honorabilidad y competencia profesional. Su establecimiento comercial está ubicado en el Jr. Carabaya 388, de Lima.
El profesor D. Manuel Paniagua Caucoto, tarapaqueño de nacimiento, de 73 años de edad, que ejercía la dirección y profesorado de un colegio de alumnos hijos de peruanos de las poblaciones de Pica y Matilla cuando fue expulsado de Tarapacá por los chilenos.
Se radicó en el valle de Chancay del departamento de Lima al llegar al Perú, donde continuó ejerciendo particularmente su profesión magisterial. Reside en el Barranco, avenida Surco No.324.
Estos caballeros de distinguida condición social que fueron expulsados de Tarapacá por los chilenos por su propaganda patriótica a favor del Perú antes del plebiscito, certificarán bajo juramento todo lo expuesto en la presente solicitud, por haber escuchado estos hechos a sobrevivientes de la Batalla de Tarapacá. El año pasado en la urbanización “Tarapacá”, cerca del Callao, cedida por el Estado a los expulsados de Chile, murieron los dos últimos sobrevivientes tarapaqueños de la Batalla de Tarapacá que pertenecieron al glorioso “Batallón Iquique No.1”, escuchando también de sus padres y parientes ancianos, así como de otros ancianos de la época…”
Hasta aquí la detallada transcripción de Andrés Avelino Granadino, donde solicitaba a la Comisión: 1º. Reconocer a su padre Estanislao B. Granadino como vencedor de Tarapacá y sea autorizado a grabar en el mausoleo familiar “Vencedor de la Batalla de Tarapacá”, para que toda su familia y descendientes conozcan y sientan orgullosos de las acciones de su pariente, para admiración de las futuras generaciones, 2º. Se le conceda una medalla de oro y un diploma o que se le autorice hacer una medalla a costo del solicitante y repartir copias fotostáticas del diploma a los pocos miembros de su familia, 3º. Se reconozca que su padre contribuyó con grandes sumas de dinero a la creación y sostenimiento del Batallón Iquique No.1, 4º. Reconocer todas las medidas adoptadas por su padre en la devolución de la energía física y moral de la División Ríos, clave para ganar la batalla, y 5º. Se reconozca que Estanislao Granadino contribuyó a que la mencionada división se retirase sobre Arica “sin que se perdiese un solo fusil y cartucho”.
No está demás señalar que el pedido fue aprobado por todos los miembros de la comisión, resaltando entre sus argumentos:
“Que el relato minucioso que de la parte más importante de nuestra desgraciada Guerra con Chile hace el peticionario, contiene muy interesantes datos y hechos que es necesario su divulgación porque, si es verdad que la mayoría de estos son conocidos por los señores miembros de la Comisión Calificadora, sin los cuales no cumplirían con acierto su misión, también es verdad que la mayoría de la ciudadanía no los conoce en sus detalles y esto es necesario que tenga divulgación como ejemplo y para experiencia”.
Terminamos así la segunda parte sobre Alfonso Ugarte descubriendo a su vez a otro peruano realizando hazañas del mismo valor: Historia que no merece quedar en el olvido refundido entre papeles de un anaquel.
Fuente: Archivo Central del Cuartel General del Ejército. Letra “G”. Archivo digital Juan Carlos Flórez Granda.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter